¿Qué trabajador a la búsqueda de un puesto de trabajo, sea un oficinista o un actor, qué estudiante o investigador que aspira a una beca, qué profesor que busca obtener una plaza (un sustantivo significativo: designa un espacio propio, emplazado en el seno de una colectividad, siendo las hechuras o bondades de la plaza lo que nos define, es decir define cómo se nos ve y juzga), no han tenido que elaborar un currículum vitae (un CV), enviarlo o entregarlo, una condición previa y necesaria para obtener lo que se desea o necesita?
El currículo nos define. Nos suple. Somos lo que el CV sostiene. Es nuestro sostén. Sin un curriculum no somos nadie ni nada.
El CV es lapidario. Tiene la forma de una esquela. Enumera los logros del pasado. Nada dice sobre el futuro (las ambiciones, los deseos, las posibilidades, que una entrevista personal, en cambio, desvelan acaso). Cuenta el curso de actividades que se interrumpen.
Un currículum es la narración del curso o la carrera de una vida hasta el presente. Narra un tránsito. Éste no puede ser errático. Tiene que obedecer a un objetivo. La finalidad, claramente detallada, organiza el discurso, el curso de la vida activa, una vida para la que movimiento es fundamental. Las paradas, los retrocesos están condenados. Un “hueco”, unos años de inactividad son contraproducentes. Suscita sospechas, desde luego, plantea preguntas.
Curiosamente, son estos blancos o silencios, estas lagunas o ausencias, esta insólita quietud, los que proporcionan datos más significativos sobre lo que somos. Revelan que nos hemos parado para pensar sobre lo que hemos emprendido, el sentido de lo que hemos hecho, hacemos y queremos, desde entonces, hacer. El blanco denota una incomodidad, una crítica implícita a nuestra vida “profesional”. Expresa que queremos cambiar de vida. Manifiesta insatisfacción o inconstancia, cambios de humor, esperanzas no alcanzadas, cansancio, un carácter sobre el que se quiere investigar. Los logros son previsibles. Los silencio, no. Por eso son significativos. El desánimo no es de recibo. En el engranaje del trabajo, la buena cara debe imperar. Sin máscara el inserto en la vida es imposible. El currículum, precisamente, detalla nuestra habilidad, nuestra flexibilidad, nuestra disponibilidad, la paciencia para encajar los golpes sin abandonar el campo de juego. Quienes se retiran temporalmente para observar críticamente lo que han hecho, en qué se han vuelto, no son de recibo. La mansedumbre junto con el empeño, una imposible conjunción son exigibles. Lobo con piel de cordero, acaso sea la imagen que el curriculum deba trasmitir.
El curriculum nos clasifica. Nos ordena. Los currículos son propios de los ejércitos (de trabajadores o militares).
El currículum solo se refiera al pasado. Destaca las victorias. Obvia los fracasos: los puestos no ganados, los reconocimientos no obtenidos. Tampoco alude a dudas e incertidumbres. El ánimo o el desánimo no se refleja en el listado de actividades siempre llevadas a buen término. Un currículum suscita nostalgia cuando se elabora.
El currículum solo tiene en cuenta lo que se ha hecho, no sobre lo que se piensa. Los sueños se proscriben. No tienen cabida. Serían considerados como vanos, aspiraciones insatisfechas
Un CV puede falsificarse. Políticos, rectores, profesores, alumnos, directores de museos, tan solo en la ciudad en la que vivimos, han añadido hechos falsos, distorsionados o embellecidos -sin que ninguna penalización les haya afectado. ¿No hemos dudado en citar u obviar algún dato que pueda ensombrecer nuestra “imagen”? Un CV debe ofrecer la mejor cara de nosotros. Entre la verdad y la mentira existen grises: hechos no probados. Improbables; hechos y datos no contrastados; acciones que no tuvieron lugar, al menos tal como se detalla.
Un CV quiere ser un retrato objetivo. En ocasiones es una creación, una ficción. Dice lo que uno no es o no ha hecho. El currículum es el retrato que queremos mostrar. La verdad está a menudo en lo que no cuenta.