Le ocurrió a Miró en los últimos veinticinco o treinta años; a Dalí desde finales de la Segunda guerra mundial; a Tapies a partir de los años ochenta. Hasta Picasso, en los años cincuenta fue víctima de esta enfermedad -aunque luego recuperó el pulso a partir de mediados de los años sesenta.
El problema no era continuo. Siempre se han dado momentos de tregua.
Antes de que el error reviva: una producción acelerada, repetitiva, casi mecánica, a menudo dispersa en nuevas técnicas artísticas, lejos de lo que mejor sabía hacer el artista.
Este error afectó particularmente al artista francés Jean Lurçat, con el agravante que su periodo tras la guerra mundial es el más conocido, con el que se le identifica: una producción casi seriada de cerámicas, con motivos repetitivos, sin discernimiento entre los logros ocasionales y la mediocridad restante, y de tapices, inspirados en el arte medieval, aún más tristes que los que Miró ejecutara.
La vida de Lurçat, sin embargo, siguió una línea impecable: formó parte de las brigadas internacionales en la guerra civil española, de la Resistencia, en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial. Y tuvo una actitud desprendida toda su vida, que la pasó viajando por el Mediterráneo y el continente africano.
Colaboraba con arquitectos modernos.
Y pintó una extensa serie de cuadros de pequeño formato, en los años veinte y treinta, cuando aún no era muy conocido, con temas arquitectónicos, principalmente ruinas, aisladas o urbanas, marcado por la devastación europea tras la llamada Gran Guerra, las destrucciones tras el desmembramiento del imperio otomano, y la violencia de la guerra civil española.
Estos cuadros, con imágenes desoladas de construcciones o ciudades devastadas,, casi despobladas, bajo cielos encapotados por nubes de ceniza, recuerdan a veces las imágenes urbanas de la pintura metafísica italiana, sobre todo de Carrá y de Savinio, ciudades arruinadas por la guerra y la industria pesada. Sobresalen muros inconexos y pilares -propios de la arquitectura racionalista- en medio de parajes áridos, pautado por árboles muertos, mutilados, quemados,, en islas pedregosas incluso, y se asemejan a santuarios saqueados, a comunidades destruidas con saña -como vemos hoy también, no lejos de Esmirna, una ciudad en ruinas que Lurçat retrató reiteradamente.
https://www.musee-rigaud.fr/accueil-du-musee-dart-hyacinthe-rigaud Una exposición dedicada a Lurçat, en el museo de Perpignan (Francia) rescata a esta figura un tanto olvidada.
Ya sea por el coste menor de transporte y seguros de las cerámicas, y su gran producción, ya sea porque ésta tuvo lugar en un taller en Perpignan (donde también trabajó Picasso), la exposición se centra en su obra última dominada por los excesos cerámicos, y concede una menor importancia a la primera obra, de temática urbana, destacada, sin embargo en los textos.
Una exposición en gran parte fallida, pero que permite intuir a un artista con una visión propia, certera, que se perdió, a medida que la fama y los encargos fueron llegando.
https://www.musee-rigaud.fr/accueil-du-musee-dart-hyacinthe-rigaud
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