jueves, 14 de noviembre de 2024

Entre bambalinas













 No, en el caso presente, no se puede decir que la realidad se ha impuesto a la imagen virtual.

Pero sí que podemos afirmar que quien ha ganado la partida es el decorado, el simulacro o la evocación de realidad; una realidad reconstruida o transfigurada. Una realidad de papel, pero real o con cierto grado de realidad, al fin y al cabo.

La película Gladiator II, de Ridley Scott, recién estrenada, ha prescindido que la recreación virtual del Coliseo Romano, que tanta admiración causó en la película Gladiator (y hoy Gladiator I) hace veinticinco años. Solo dos años antes, el buscador de internet más popular había sido creado. Faltaban siete años para que los teléfonos móviles “inteligentes”, dorados de conexión a internet, llegaran al mercado.

Hoy, en la isla de Malta, se han reconstruido partes del Coliseo. Un decorado, sin duda, pero un objeto tridimensional, al fin, cumpliendo la función del Coliseo original, de mármol. Los espectadores, en la película, ya no son figuras infográficas, sino de carne hueso: actores y extras, sentados en un decorado que reconstruye o evoca el edificio  real.

Por una vez, cuando la imagen virtual se ofrece como un simulacro arquitectónico, la tercera dimensión, y las verdaderas dimensiones han regresado. Al parecer para bien.

martes, 12 de noviembre de 2024

El pueblo

 La palabra pueblo, de origen latino, debería ser utilizada con guantes, quizá puesta en sordina. Desde el siglo XVIII, ha sido manoseada y utilizada con toda clase de fines confesables o no.

Populus, en latín, designaba al conjunto de ciudadanos, poseedores de derechos, que se oponían a los senadores que ejercían el poder. El pueblo se distinguía de la plebe y del vulgo, los cuales, por el contrario, carecían de derechos.

Lo que definía a un miembro del pueblo era la ley que lo amparaba y a la cual aceptaba someterse. La lengua, la religión (las religiones politeístas solían ser tolerantes), el linaje, las costumbres, la tierra no eran criterios para definir quién podría formar parte del pueblo. Tampoco la riqueza. 

Quienes aceptaban estar amparados por el derecho tenían obligaciones, las cumplieran individual o colectivamente. Las vida de los pobladores estaba así regulada: los límites y el alcance de sus acciones y decisiones estaban tabuladas. Existían unos límites dentro de los cuales los miembros del pueblo podían actuar. 

Para nosotros, poblar es un verbo que designa la instalación de un grupo en un territorio que hacen suyo. En el Génesis, este territorio se extiende hasta los límites de la tierra: una tierra de acogida que debe ser investida.

Pero, salvo en el origen, la población de un territorio implica su ocupación y, probablemente, como ya cuentan los mitos, el enfrentamiento con los primeros moradores, sean humanos o divinos, figuras antropomórficas o monstruosas. La lucha a muerte es inevitable, y el exterminio consiguiente, ya sea físico, eliminando al oponente, ya sea moral, reduciéndolo a la esclavitud. 

Incluso podríamos decir que la misma población de la tierra es consecuencia de un asesinato. Si Cain no hubiera matado a su hermano Abel, no hubiera sido condenado al destierro y no hubiera fundado la primera ciudad, lejos de su tierra natal.

No es casual que el verbo populare, en latín, signifique, no poblar, sino despoblar; más exactamente, exterminar. Una tierra poblada es una tierra devastada, arrasada. La Eneida, que narra la llegada de Eneas a Italia para fundar la nueva Troya, concluye con una guerra inmisericorde: el campo de batalla queda “poblado”, es decir, convertido en tierra yerma.

Cuidémonos mucho de utilizar a destajo la palabra pueblo, tan común en el vocabulario de la política, sea cual sea el sexo, el sesgo, la edad, las creencias, las adscripciones y los idearios políticos, no sea que el pueblo se nos encare y se manifieste como lo que es: la sombra de Atila que solo avanza dejando un rastro de sangre.

¿Pueblo? No, habitantes, ciudadanos, o simplemente personas; individuales, pero dispuestas a compartir, cohabitar y ayudarse. A formar un conjunto sin dejar de poder pensar por sí mismos.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Lugar de encuentro

 Las calles desembocan en las plazas. Vierten a los viandantes a éstas. Quienes se apresuraban se serenan. Caminan más despacio. La plaza atempera el movimiento.

Aunque ya comentamos hace años que la palabra plaza, en latín y en griego, significaba calle ancha, o ensanchamiento, mostrando que la plaza no tenía entidad por sí misma, sino que pertenecía al género (o a la familia) de las calles, lo cierto es que place, en francés, no significa solo plaza sino emplazamiento; exactamente, lugar. El francés place designa un espacio vacío que rodea a quien se ubica en él. Place es el lugar que le corresponde a cada ser o cada ente. Être à sa place se traduce por estar donde toca, consciente del lugar que ocupamos en una comunidad, sin ilusiones pero con serenidad. Estar en el lugar que nos corresponde expresa que sabemos quienes somos y porque estamos aquí. 

Cuando esto ocurre, la imagen de la plaza que se impone es la de un espacio ordenado, “bien” organizado, sin conflictos, donde cada ser u cada ente ha encontrado donde asentarse, sintiéndose cómodo. Las plazas aportan aperturas. Airean el tejido urbano. Y abren mentes. En las plazas se producen encuentros que dan lugar a mercadeos, intercambios y debates.

Un encuentro conlleva un enfrentamiento, curiosamente. Denota que algo o alguien está en contra (nuestra). Uno se desplaza a la contra, en contra dirección. Mas, el encuentro -el choque- produce un altercado en el tránsito.

Dos personas pueden encontrarse en un cruce. Pero no es imposible que, desde puntos distintos, se dirijan hacia un mismo destino. Apenas se detienen, en este caso. Siguen desplazándose a toda prisa. El encuentro es físico; pero no activa la palabra. Quienes se ven obligados a seguir juntos no miran a quien tienen a su lado. Deben de mirar al frente para no tropezar. El encuentro en un cruce de calles apenas invita al diálogo.

Por el contrario, un encuentro verdadero se produce cuando dos personas se desplazan en direcciones contrarias y se detienen para no  darse de bruces con quien no viene de frente, la frente bien alta, con quien no nos esquiva, como si nos rechazara o le fuéramos indiferentes, como si fuéremos nadie. Los encuentros obligan a detenerse, a verse las caras, y a ceder el paso: un gesto de reconocimiento del otro. Una muestra de deferencia. Uno se pone al servicio del otro sin perder su libertad. Es un reconocimiento simbólico que engrandece a quien concede el favor y honra a quien lo recibe, el cual a su vez, se aparta para dejar el paso, dándose un reconocimiento mutuo. 

Un encuentro es siempre un acontecimiento singular: inesperado, sea bienvenido o temido. El encuentro nos pone en evidencia, nos desarma. Revela quiénes somos. Nos descubrimos ante el otro. Tras el encuentro podremos recomponernos, volver a adoptar la máscara hierática con la que caminamos por la calle, viendo sin ver, viendo sin querer ser visto. 

El encuentro, por el contrario, es una llamada de atención. Los planes, las perspectivas se desmoronan en favor de una situación que nos toma con el pie cambiado pero que, no obstante, puede ser satisfactoria, en cualquier caso, perturbadora. Debemos abrirnos, cesar la introspección. El encuentro nos acerca al otro. Este deviene próximo, nos es cercano. Nos reconocemos a los ojos del otro. 

Y cuando cada uno reemprenda su camino, el encuentro quedará atrás, quizá olvidado por un tiempo. Hasta que nuevo choque nos devuelva a la luminosidad que todo encuentro emite. 

Los encuentros a cara de perro invitan a dar el esquinazo, o a amenazar. El encuentro satisfactorio, en cambio, nos devuelve, por unos momentos, la luz que habíamos perdido. Y los encuentros fortuitos producen la sensación agridulce de nostalgia por no haber hecho un alto, durante un tiempo, tomándonos el tiempo, lo que hubiera, quizá, cambiado nuestra vida.



domingo, 10 de noviembre de 2024

FRANCESC DOMINGO (1893-1974): EL ORIGEN DEL MUNDO






















Fotos: Tocho, Barcelona, noviembre de 2024.

La calidad de las fotos es deficiente debido a los reflejos en los vidrios protectores. Algunos dibujos surrealistas no han podido ser fotografiados.

El óleo Barraca de tiro al blanco, inspirado en Los fusilados del 3 de mayo, de Goya, pintado como denuncia del fusilamiento de García Lorca, depositado en las reservas del Museo Nacional de Arte Catalán, no se expone. No se indican las causas.


Los historiadores del arte español, y catalán, en particular, sin duda saben que Francesc o Francisco Domingo no era únicamente un pintor noucentista, más o menos académico, autor de retratos oficiales y de bodegones fuera de época.

Una exposición antológica en Barcelona descubre, para quienes no somos especialistas, a un artista formado junto a Joan Miró, a un pintor surrealista, amigo del poeta francés René Char, a un dibujante de variaciones sobre el célebre cuadro de Courbet, El origen del mundo -durante años oculto detrás de una cortina-, y a un organizador de exposiciones internacionales, en París y en México, en apoyo de la República Española, durante la guerra civil, que concluye su carrera en la vanguardia con su amistad con Picasso y su admiración y homenaje a García Lorca, antes de exiliarse a Brasil, y declinar poco a poco, pese a algunos poderosos aún grabados y sus retratos de la población descendiente de esclavos negros.

Una exposición sorprendente para los neófitos, muy bien y extensamente documentada, y con obras como mínimo inesperadas -y algunas hermosas, inquietantes, imprevistas e imprevisibles. 


https://www.fundaciovilacasas.com/es/obras/Francesc-domingo-i-segura

sábado, 9 de noviembre de 2024

ALBERTO PERAL (1966): SPLASHING MIES (SALPICANDO A MIES, 2024)




















Fotos: Tocho, noviembre de 2024


El pabellón alemán en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 -y su reconstrucción en los años 80- es una construcción marina o submarina, un palacio bajo las aguas. A la figura de Venus emergiendo de las aguas, los dos estanques de aguas quietas -uno dotado de plantas acuáticas-, y a los reflejos en la superficies acristaladas y las columnas plateadas se suman las pronunciadas aguas de las extensas losas y placas de ónix, de mármoles de distintas tonalidades  y de travertino que desdibujan y difuminan la casi infantil composición de líneas rectas del conjunto.

El escultor Alberto Peral ha creado una instalación escultórica en el pabellón que acentúa la condición acuática de la construcción, delimitada por dos saltos de agua.

La mejor y más sugerente intervención que se ha llevado a cabo en este espacio habitualmente desangelado.

Montaje arquitectónico: David Mesa

Quizá un día, la fundación la Caixa, un pozo, también acuático,,ubicada justo enfrente del pabellón, al que se desciende como en el hondo templo hindú de los infinitos escalones, pueda disfrutar de una instalación tan lúcida. 


viernes, 8 de noviembre de 2024

Brecha generacional

 Estudiantes de los últimos cursos de arquitectura comentan a menudo que profesores insisten -insistimos-, una y otra vez, en la brecha generacional -para justificar la falta de diálogo (y de empatía).

Brecha generacional. La expresión que utilizamos los profesores no indica una lógica y natural diferencia generacional -pertenecemos, habitualmente al menos, docentes y estudiantes, a generaciones distintas, al igual que padres o abuelos, e hijos o nietos. Esta última expresión diferencia generacional natural- no califica o descalifica, sino que describe. Enuncia lo que, por naturaleza, se da. No se puede ni se tiene que alterar.

La expresión brecha generacional, en cambio, apunta a una profunda diferencia, no solo de edad, sino de conocimientos, con un marcado sesgo, que denota la superioridad de unos, los maestros, y la inferioridad de otros, los discípulos. También implica que pocas relaciones o puentes tenderse. Los inferiores se dan por perdidos. 

Nos olvidados que, en latín, el discípulo, por excelente era el día: cada día sucede al que le precede, y los logros de hoy son los frutos de las acciones o decisiones  emprendidas el día anterior, tras lo cual, pasadas las horas, los días devienen días del pasado que alumbran a los que despuntan. Todo día precede y sucede a un día. Ningún día es más importante que otro -ni siquiera los días festivos que requieren la existencia de los días laborables para, por contraste, cobrar vida.

Brecha evoca un corte profundo, un abismo incluso. Se trata de un tajo, una herida incurable. El daño es insalvable. Como si ya nada se pudiera remediar.

De un lado se ubican los profesores, no solo en el presente sino también en el pasado, cuando ellos (nosotros) eran (éramos), (los) estudiantes. Nosotros, creemos recordar, leíamos, éramos cultos, y poco nos podían enseñar los profesores. Al otro lado, los estudiantes, hoy, que ninguneamos porque no leen, no leen como nosotros leíamos, estamos seguros, según el testimonio de los recuerdos - que no pueden estar deformados o no pueden deformar lo que realmente hacíamos  y no hacíamos. Éramos sabios, hoy no saben nada. No nos separábamos de los libros sesudos, hoy tiktokean. Éramos ya lo que somos, doctos y preparados, y contemplamos un páramo cultural. 

Mas, si rebajamos con displicencia y aire cansado -cansado porque estamos seguros que nada obtendremos de las clases que impartimos con desgana-, ¿por qué enseñamos? ¿Para mostrar nuestra superioridad? Una supuesta superioridad que solo esconde nuestra inseguridad ante maneras de ver del mundo que se nos escapan, aferrados como estamos a lo que creemos que fuimos. Los estudiantes, acaso, ¿no tienen acaso nada que aportarnos, tan solo tendiéndonos un espejo que nos descubra nuestro rostro ajado, soberbio y sin ilusiones, que no queremos ver? Cuando nos creemos del lado correcto de la brecha -que hemos creado- quizá sea tiempo de retirarnos antes de acabar irrisoriamente y sin ya nadie con quien hablar y a quien comunicar lo que aún sabemos, ni estar dispuestos a aprender lo que no podíamos saber y pronto no podremos, aunque quisiéramos, aprender.


A R.A por sus lúcidas observaciones