jueves, 16 de abril de 2009

EL PRIMER VIAJE DEL PRIMER ARQUITECTO


Apolo es uno de los dioses griegos ligados a la arquitectura, junto con Atenea, Prometeo, Hefesto, y divinidades muy arcáicas como les Telquines. Sin embargo, poetas como Calímaco sostenían que el inventor de dicha arte, el que la puso en práctica por vez primera y el que enseñó a los hombres a construir, fue Apolo. Sin sus enseñanzas, los humanos no habrían sabido planificar el territorio ni construir.
Apolo nació en la isla de Delos. No bien la diosa Leto lo hubo alumbrado, Apolo levantó un altar, sostenido por poderosos cimientos, en medio de un círculo bien delimitado, para dar gracias a Zeus, su padre, y honrarse a sí mismo. A poco, siendo un bebé de pocos días -o pocas horas- abandonó la isla, cruzó el ponto y llegó a la Grecia continental.
Se dirigió al monte Olimpo donde moraba la compañía de los dioses presididos por Zeus. Irrumpió en el palacio, ante la mirada complacida de sus progenitores Zeus y Leto. Tras ser bendecido, emprendió un nuevo viaje.

El Himno homérico a Apolo describe con precisión la ruta: De Tracia, al norte, donde se hallaban los montes Olimpo y Piero -en cuya cima moraban las Musas, así como Orfeo, el primer poeta-, descendió hacia el sur, a través de Tesalia, y llegó a la región de Beocia. Se dirigió hacia la isla de Eubea, a través del estrecho de Euripo. Regresó entonces al continente, dirigiéndose hacia el oeste a través de una zona pantanosa o inundable hasta que alcanzó el monte Parnaso, cerca del cual fundaría su santuario, en Delfos, con la ayuda de los arquitectos Trofonio y Agamedes, nacidos gracias a la ayuda del propio Apolo.

El viaje iniático de Apolo aconteció cuando los orígenes del mundo. Por el aquel entonces, Grecia estaba cubiera de densos bosques, casi selváticos. Como en una incantación, la expresión "bosque poblado de árboles" es citada varias veces en el Himno (vv. 220, 235, 245). La tierra está cubierta por bosquecillos (v. 230) o por bosques; incluso ciudades como Tebas parecen estar cercadas o invadidas por una densa arboleda (ulai, vv. 225, 228). La hierba -las malas hierbas, quizá- lo invaden todo; se confunden incluso con los árboles formando una espacio impenetrable. Según Homero, Teumessos estaba en medio de un prado cubierto de hierba. El romano Estacio (Tebaida, I, 485), sin embargo, supo discernir lo que Homero quería decir: Teumessos estaba, al igual que el resto de los pueblos, no en un idílico paraje sin en medio de un bosque. Los caminos que unen las poblaciones no existen aún: "no había entonces sendas ni caminos en la llanura tebana" (v. 224).
Puede sorprender la existencia, en los albores de la creación del universos, de pueblos, quizá de ciudades. Pero éstas, como la de los flegeos, éstaban habitadas por pueblos violentos, marcados por la hybris, la desmesura (v. 278) -tan opuesta a la templanza, la sofrosyne, que gobernaría las comunidades civilizadas (tras el paso de Apolo)-, viviendo al aire libre, sobre la tierra desnuda (v. 279, sin ni siquiera preocuparse (alegoo, v. 279) por el culto de Zeus. Su rey, Flegias, fue condenado a las tinieblas por su impiedad. El comportamiento de los flegios no se distinguía demasiado del de los denostados Cíclopes que encarnaban los valores opuestos al de la urbanidad: la contención y la piedad. La ciudad de Haliarto dependía del nieto de Sísifo, un hereje que aún sufren torturas en los infiernos. Encuanto a la urbe de Onquesto, estaba sometida al hermano de Tersites quien, según los griegos, encarnaba la maldad, la ruindad. El mundo estaba, pues, en manos de los bárbaros y las alimañas.

Sin embargo, este mundo primigenio, oscuro y salvaje, fue ordenado por Apolo. Allí por donde pasaba, trazaba caminos, asentaba los cimientos de la civilización, de los espacios donde habitar. Una y otra vez sus acciones son las que el arquitecto (y el carpintero, mas carpinteros y arquitectos operan del mismo modo, entrelazando vigas y jácenas, de madera, piedra u, hoy, hormigón) realizan: el verbo teuchoo es el único que describe reiteradamente el proceder de Apolo (vv. 221, 245, 247). En verdad, Apolo se comporta no solo como un constructor sino también como un urbanista -como destacó brillantemente Marcel Detienne en su estudio fundamental Apolo el cuchillo en la mano-. Sus pasos y sus gestos ordenan, estructuran, delimitan el espacio, y edifican recintos en los que los ombres se asientan, se calman.
La tierra dejó de ser una selva y los hombres se apciguaron. La civilización se instauraba, es decir que Apolo instauraba el espacio de la ciudad. Sin él, aún seríamos unas bestias; aún más.
(Foto: seguidores de Apolo debajo de la palmera, en el centro de la cicládica isla de Delos, a los pies de la cual Apolo nació después de que su madre, la diosa Leto, hubiera hallado un refugio bajo su nervada cúpula)

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