Un interesante artículo, publicado en El País del domingo 20 de marzo de 2011, da cuenta de una cena privada acaecida la noche anterior en la todos los comensales eran arquitectos -salvo el narrador.
No se sabe si la historia relatada es una ficción, un hecho realmente acontecido, o una mezcla de ficción y realidad -ya que todos los personajes citados de los que se habló en esta cena son "reales"-. Pero, sea cual sea el género al que se adscribe el texto, la lección que se desprende es aleccionadora.
Los comensales debatieron sobre el futuro de la arquitectura; sobre todo de la arquitectura municipal, y del responsable o próximo responsable de las obras públicas en la ciudad, tras las próximas elecciones municipales y el más que probable cambio de gobierno.
La suerte de la arquitectura -de una manera de hacer arquitectura, se cuenta en el texto- estaba en juego. Cabe preguntarse si este tema tiene aún sentido: ¿acaso existen aún arquitectos? o, mejor dicho, ¿existirán en un futuro próximo?
Se construye -o se ha construido mucho; ¿arquitectura? Hacer arquitectura es muy fácil; construir, por el contrario, dificilísimo; pero, ¿es la construcción arquitectura? Arquitectura es el arte de dar sentido a un espacio; transformar un espacio en un lugar; transformación que se logra no con el recurso de la técnica -cada vez más compleja- sino con la capacidad de percibir las necesidades del lugar o, mejor dicho, de aunar las necesidades o los deseos de los próximos lugareños con las capacidades del lugar. No se tiene que "hacer" nada, sino registrar, observar, escuchar lo que el sitio sugiere. El clima, las vegetación, el cielo son los elementos que determinan que un espacio sea o se convierta en un lugar habitable. Arquitectura es la conversión de un páramo en un hábitat; la arquitectura es una cosa mental: un arte que genera una sensación de bienestar, que genera sensaciones o impresiones -íntimas, interiores; es el arte gracias al cual un espacio inhóspito deviene hospitalario. La percepción de lo hospitalario se refleja en cuantas artes (y obras de arte) interpretan la capacidad del espacio de acoger al ser humano: poemas, novelas, películas, fotografías, espectáculos da danza, composiciones musicales, video-instalaciones, etc. La arquitectura -la capacidad de un espacio de acoger habitantes- se halla, se muestra en las imágenes de estos mismos espacio transfigurados que las obras de arte producen o reflejan.
"Ser" arquitecto no es ser constructor. No hacen falta el conocimiento de la técnica sino la capacidad de percibir un espacio, y de imaginar cómo los deseos de los habitantes convertirían dicho espacio es un lugar habitado, habitable. Mas, ¿habrán arquitectos en un futuro muy próximo? Los planes de estudio insisten en las enseñanzas técnicas; los ejercicios de proyectos se plantean como simulaciones de situaciones reales -con la diferencia que no se responde a ningún deseo (no hay nadie a quien atender)-. O sí: al deseo del creador.
Desde que el arquitecto puedo dar rienda a su voluntad creativa, y quiso ser -o tuvo que ser- original, escuchándose -y no escuchando al lugar y a los habitantes-, la arquitectura dejó de existir. Hoy, seguramente, ya no somos arquitectos, ni cabe pensar que existan más. Somos todos perfectos o imperfectos técnicos. Producimos o producíamos un ingente número de despliegues ingeniosos, de obras de ingeniería. En las que nadie puede vivir, pues solo están producidas para acoger a nuestra voluntad de originalidad.
El arquitecto daba paso al lugar y a los habitantes. Se convertía en portavoces suyos. Era la mano puesta al servicio del lugar. Las voces del lugar hablaban a través del arquitecto. Lugar que dialogaba con el habitante gracias a la mediación del arquitecto. Arquitecto que se callaba. Escuchaba y, como un director de orquesta, daba entrada a las distintas voces emanadas del lugar o asentadas en él, que convergían en él, como si de una caja de resonancia se tratara. La voz del arquitecto no se imponía. No tenía nada que decir -salvo el decir que el lugar y los habitantes podían dialogar.
El arquitecto quedo: una imagen muy lejana de la escena espléndidamente descrita en el artículo antes citado.
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