martes, 15 de marzo de 2011

Kudurru, o los límites de la ley




El objeto designado por el extraño término de kudurru -en acadio, límite, frontera- es una estela de piedra negra (diorita) pulida, de tamaño medio (unos cincuenta centímetros de alto, y unos veinte de ancho), de forma vagamente tronco-cónica, recubierta de signos y de inscripciones, común en Babilonia en los milenios II y I aC -aunque se han hallado objetos semejantes de épocas anteriores.

El texto que se despliega en una de las caras detalla una donación de un terreno por un rey a un súbdito leal, o un acuerdo en la partición de unas tierras, divididas en parcelas. El kudurru podía servir de marca territorial, visualizando los límites de un terreno, pero, en la mayoría de los casos, servía de acta notarial y era depositado en un templo para que las divinidades dieran fe de la donación o del acuerdo.

El anverso suele estar decorada con relieves de símbolos divinos o astrales y animales demoníacos que quizá tuvieran como finalidad amenazar a quien rompiera el acuerdo o invadiera el terreno. Los signos son atributos divinos: representan, de manera alegórica, a las divinidades conjuradas o convocadas para sellar el pacto territorial. Aquéllos suelen estar dominados por imágenes de cuerpos siderales, entre los que destaca el sol.

Signo o símbolo de Shamash (Utu, en sumerio), el dios sol, la imagen "santificaba" la legalidad de la acción (donación, pacto, partición). El sol es el emblema de la justicia. Ésta se ejerce sobre todo en los actos retributivos, velando por una correcta, justa repartición de bienes. Por tanto, ninguna ordenación del espacio podía emprernderse de noche, a oscuras, sin la presencia luciente del sol, que disipaba los negros nubarrones de la sospecha de un fraude, de un engaño en la transacción.

La partición y el reparto, la división y el don, eran dos acciones, de las que el kudurru ofrecía un testimonio visible y veraz, en las que la justicia brillaba y se ejercitaba en la tierra. La aplicación de la justicia a la correcta ordenación del espacio correspondía a lo que la justicia era o significaba. En verdad, solo se podía aplicar a esta tarea. La justicia acarrea el derecho, la rectitud; ésta se plasma en una conducta, unos designios, unas formas rectas; la geometría es la aliada del derecho, o su plasmación sensible; el derecho se ejerce en la equitativa distribución espacial -que debía practicarse con "luz y taquígrafos", a plena luz, sin que  se alzaran sombras y sospechas.

Así que es el arquitecto que imparte la justicia. Las leyes, las normas -de origen divino- con las que regula la ordenación y el uso del espacio, se expresan a través del uso de un útil fundamental para ordenar, para imponer orden y el orden: la norma que, en latín, significa la escuadra. Con ella, el arquitecturas regula, "normaliza" espacios y comportamientos. Logra que formas y acciones se amolden a unas pautas habituales.

Con la norma (la escuadra) se trazaba los límites que la ley fijaba; ley que, en griego, se designaba por el sustantivo nomos; palabra que también nombraba a todo espacio bajo el imperio de la ley: el espacio político del nomos, o provincia -una división política del territorio, en el que se enumeran las fronteras hasta donde la ley llega y se aplica. La ley desactiva lo imprevisible: reduce las peculiaridades, las singularidades a unos pocos modelos en los que o a ,los que lo singular tiene que amoldarse para convertirse en ejemplar: dicho de ser estudiado por todos, e imitado. Lo extraño, rechazable, gracias a la ley, se convierte en modélico; la excepción en norma. Por tanto, la ley logra que el espacio y los movimientos se desplieguen y se ordenan de modo habitual; nos habitúa al orden legal (nomos también significa costumbre, nombra a lo que un día fue nuevo pero que ha sido "normalizado").

La ley regula las costumbres, los hábitos. Se trata de un manual de buenas costumbres, de comportamientos aceptables y aceptados por la comunidad. Costumbres que solo pueden acontecer en un espacio en el que el ser humano se siente a gusto y seguro: es decir, un espacio regulado, defendido por las fronteras seguras que la ley traza.

Un kudurru, entonces, simboliza la domesticación de la tierra: muestra que se halla baja la férula de la ley; un territorio conocido, en el que nadie se perderá ni nada se echará a perder. Quien vela por la seguridad es el arquitecto y su protector, el dios sol que lo ilumina: Shamash, en Babilonia, o el dios-sol en Grecia: Apolo, dios de la justa retribución, de la justa distribución de bienes y de espacios, la divinidad que aseguraba a cada ser humano la posesión de un espacio propio, una parcela del territorio, un lugar justo en el espacio ordenado, regulado por excelencia: la ciudad

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