"Paradeisoo ergadzesthai" (Gn 2, 15) , "ergadzesthai ten gen" (Gn 3, 23): tales son dos de las órdenes que Elohim da al adán cuando la creación del universo: "trabaja".
Podemos suponer que aquéllas fueron dictadas tras la expulsión del Paraíso. En el imaginario cristiano, el Paraíso era el lugar de las delicias, de cuya tierra, que no era necesario labrar, manaba leche y miel en abundancia, y en la que toda clase de bienes estaban al alcance de la mano. El ser humano era inmortal y no necesitaba "trabajar". Este lugar y esta situación contrastaban con el y la que fueron impuestos tras la "caída" -el "pecado original": ganarás el pan con el sudor en la frente; te pondrás a trabajar la tierra, a la que retornarás: barro eres y al barro volverás".
Sin embargo, si echamos una segunda mirada a ambas órdenes, descubrimos que la primera es una orden para trabajar en el Paraíso, y la segunda para trabajar la tierra (gea). ¿Trabajar en el Paraíso?
En efecto, la concepción del Génesis -y de los tiempos primigenios- que se ha ido imponiendo tras la versión latina del Antiguo Testamento, en el siglo IV dC, no siempre refleja lo que el texto original afirma. Incluso la versión de la Biblia de los Setenta, en griego, antes citada, presenta notables diferencias con respecto a la posterior versión latina.
Elohim moldeó al adán -es decir, a los seres humanos- para que cuidaran del Paraíso: tenían que trabajar en él, y trabajarlo. La vida de molicie que las miniaturas medievales y la pintura renacentista impusieron nada tenía que ver con lo que el Génesis originario describe. El ser humano no era inmortal -y no perdió la inmortalidad tras la caída. Por el contrario, era un ser mortal, sometido al ciclo de los tiempos, y tenía que trabajar la tierra. La única diferencia entre el trabajo paradisíaco y el trabajo fuera de este recinto residía en la dureza del trabajo, es decir en la existencia de zarzas o malas hierbas fuera del Edén que entorpecían o alargaban la labor diaria.
La caída tampoco trajo el mal ni una condena absoluta. Elohim siguió considerando que lo que había creado estaba bien. La imagen divina plasmada en el ser humano no se había desdibujado. Antes bien, mejoró, ya que el adán había probado el fruto del árbol del conocimiento -aunque no de la vida, lo que le habría otorgado la inmortalidad-, por lo que, como bien se dice Elohim a sí mismo, el adán se ha vuelto más semejante a Él de lo que era. Lo que el adán buscaba -o lo que la serpiente le ofrecía era el discernimiento, asociado a la inmortalidad. Por tanto, el adán no adquirió una mortal condición. Ya la poseía desde la creación. por eso tenía que trabajar.
La condena, tras la desobediencia, no implicaba la aparición del trabajo sino tan solo un endurecimiento del trabajo, un empeoramiento -soportable- de las condiciones laborables. Pero el adán nunca fue un ser inmortal -por lo que la muerte de Cristo no tuvo sentido, o no tuvo el sentido que Pablo afirma tuvo, ya que no pudo rescatar a la humanidad de la muerte, ya que ésta era consustancial con ella.
viernes, 25 de enero de 2013
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Muy buenas,
ResponderEliminarÁdan y Eva toman consciencia de ellos mismos al comer del fruto del "árbol prohibido" y ya son inmortales porque comprender la vida, sus ciclos, es decir, sus finales y sus comienzos.
El árbol les otorga la vida eterna al revelar sus conocimientos; es el despertar del saber interno: Conocer, conocerse y a partir de allí se convierten en huéspedes especiales de la Tierra: sienten, aman, crean: acaso crear es el fruto del conocimiento adquirido del cual han querido representarlo como algo prohibido?
El árbol es una unión encontrándose enraizado en la Tierra y elevando sus ramas al Cielo.
Además, la anatomía humana es un árbol, con los pies en la Tierra y la cabeza en el Cielo.
El árbol es el reflejo del ser humano.
Muchas gracias y Saludos,
Esther
Esther
ResponderEliminar¿Desde luego! El árbol, al menos desde la Edad Media está asociado a la cruz y, por tanto, al ser humano.
Anteriormente desconozco si esa asociación se daba. El árbol, eso sí, se equiparaba con un pilar, y era la viva imagen del sustento -en todos los sentidos de la palabra- del universo, bajo cuya copa el ser humano se refugiaba.
En tano que elemento vital sustentante, parece lógico que los frutos de ese árbol proporcionaran elementos que permitían trascender los límites de la humana, mortal, condición
Gracias, de nuevo, por la aguda observación.