jueves, 30 de enero de 2014

CYPRIEN GAILLARD (1980): TODAY DIGGERS (EXCAVADORES DEL MOMENTO, 2013)















Fotos: Tocho, Nueva York, enero de 2014

Las palas excavadoras son desmesuradas. Con borde aserrado por afiladas púas metálicas, recuerdan las garras de animales extintos. Son útiles; pero también destructivas. Las palas abren boquetes profundos y acarrean tierra, en los que se hinchan los cimientos de los edificios, y  gracias a los cuales se alcanzan estratos inferiores hasta llegar, quizá, a estructuras del pasado. Son así liberadoras: mecanismos de la memoria y el reencuentro; máquinas para encontrarse con lo que el tiempo destruyó. Pero esta función no las exime de un aire amenazador. El daño que también las excavadoras pueden causar está en consonancia con la mueca dentellada que dibuja la pala.

El artista francés Gaillard está fascinado por la arqueología del futuro: edificios modernos ya en ruinas, desde el momento en que fueron (mal) construidos, hasta conjuntos que se intuye no aguantarán el paso del tiempo y se ofrecen como chivos expiatorios. En su seno se malvive -y se vive mal-, y son una promesa de una mala vida. Su construcción, siempre masiva, ha arrasado la tierra; toneladas de tierra, piedra y grava han sido desterradas, alterando el paisaje. El daño es inútil, o se acrecienta por la falta de futuro que los bloques, apresuradamente levantados, anuncian. Son ruinas en todos los sentidos: sentencian la ruina moral de quienes los han edificado, y se anticipan a las vidas arruinadas que, como en tierra de nadie, se acogerán en espacios anónimos. Las bocas ávidas anuncian bien las dentelladas que quienes recurren a ellas practican al tiempo y al espacio. Los que las manejan son excavadores del momento: solo les interesa el momento; las consecuencias de sus actos, lo que dejan tras su paso, no les preocupa

La última exposición de Cyprien Gaillard en una galería de Nueva York comprende un gran número de palas excavadoras (utilizadas en la destrucción de edificios en California, para liberar terreno para la construcción de un centro de arte. la calificación moral del acto es compleja o contradictoria. La destrucción redunda en beneficio de un espacio destinado a la creación; si bien, muy posiblemente, recuperado por la especulación -como la que la cara obra de Gaillard da lugar-).

Dispuestas mirando hacia lo alto, varadas como ballenas, hacen patente su inutilidad -y su imagen agresiva. Son poderosas y torpes estructuras metálicas, oxidadas, prestas para el ataque.

Circular entre ellas, como entre fieras dormidas, inquieta. Son demasiado grandes para evocar la puesta en orden del mundo. Dispuestas en fila, parecen un ciego ejército que, todo e invitando a guarecerse en las fauces, puede acabar con todo el edificio que soportan si se pusieran en marcha.
Una, quizá excesiva, imagen de la puesta en cintura del espacio, es decir, de su aniquilación.

3 comentarios:

  1. El espectáculo de estos enormes dragones está en la calle: ¿quién no ha visto a un grupo de jubilados o desocupados haciendo corro para contemplar fascinados cómo sus enormes fauces van alimentándose de terrones y piedras con la ayuda de sus largos cuellos articulados? (la película-documento ”En construcción” es intérprete sagaz de ello). Una curiosa mezcla de incipientes drones y seres antediluvianos
    ¿Pero por qué empeñarse en que los veamos como arqueología del futuro cuando en realidad son nuestros aliados en el presente? Pero si ni tan siquiera nos echan escupitajos de fuego, sólo rugidos… Fieras amaestradas para la destrucción y para la construcción, todo depende del uso final.

    He de decirle que su comentario supera con creces en calidad e imaginación a la exposición, de la que sólo impresiona el tamaño de esas bocas dentadas cuando se ven comparadas con el tamaño de los visitantes. O eso me parece.

    Un saludo.

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  2. Belart tiene toda la razón. Siempre me ha parecido una afectación innecesaria en el arte descontextualizar los objetos, un manierismo, una pequeña mentira que aporta una pequeña verdad. Imaginemos el proceso contrario, un Van Gogh tirado de cualquier manera en un basurero. O un proceso diferente, en una casa a medio derruir y en los restos de lo que había sido un salón vemos, en una de las pocas paredes que se mantienen en pie, los restos de una librería y sus libros. O algo que ya sucede hoy en día, unas sábanas estampadas con las imágenes de alguna pintura de Pollock o Chagall. Todo es legítimo, pero a mí, todo ello me desazona.

    Saludos.

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  3. El texto de presentación de estas obras (¿esculturas?) está basado en lo que Gaillard escribe.
    Desde luego, sus obras, sin explicaciones serían difícilmente comprensibles -o ¿aceptables?-. Pero también ocurre que los textos las sobreinterpretan o, mejor, no van en la misma dirección que las obras, por lo que la contemplación de las mismas, tras la lectura de los textos, no siempre convence.
    Gaillard, posiblemente, sea un mejor teórico que un artista.
    Algunos teóricos afirman que la contemplación de obras de arte sin conocimientos previos es imposible; otros, sin embargo, defienden que las obras verdaderas se imponen, y superan el posible lastre de la falta de información.
    Personalmente, el arte manierista me desagradaba, hasta que empecé a leer sobre él. Portormo, Rosso Fiorentino, Bronzino, que me parecían afectados y rebuscados, lentamente me fueron atrapando y hoy me fascinan.
    Hace falta leer tanto para apreciar algunas obras contemporáneas, que la lectura ya es suficiente. La imaginación de cada uno compone mentalmente las obras durante o tras la lectura del texto explicativo.

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