El yacimiento está pleno de indicios de la ciudad neo-asiria de Kilizu, pero Kilizu se esconde.
El tell de Qasr Shamamok es inmenso; se excava, bajo la dirección de los profesores de la Sorbona Maria-Grazia Masetti y Olivier Rouault, desde hace tres años, dos meses apenas cada año; y el número de trabajadores decrece cada año debido al incremento de los costes.
En lo alto del tell, un cementerio islámico -que no se puede excavar mientras la autoridad religiosa consultada no otorgue el permiso, so pena de que el pueblo vecino se subleve-; decenas de boquetes profundos, que han removido los niveles arqueológicos hasta convertirlos en ilegibles, causados por bombas lanzadas por el gobierno de Saddam Hussein contra los kurdos en los años ochenta -quedan bombas, casquetes y casquillos por doquier; restos de instalaciones militares de la época del anterior presidente iraquí, rodeadas por un foso que abre en canal la cumbre del tell. Se rumorea que, anteriormente, un fuerte otomano dominaba la planicie desde lo alto del tell; pero no queda rastro de esta construcción, quizá legendaria.
Apenas se excava, aquí y acullá, estructuras partas (ss. II aC-IV dC): algunas de cierta entidad; no solo casas, sino quizá fortificaciones; un posible modesto palacio incluso; restos cerámicos, puntas de lanza y algunas estatuilla de terracota. Debajo, una ocupación helenística: casas de pequeñas dimensiones apoyadas, a un lado del tell, sobre amplias terrazas imperiales neoasirias, recorridas y unidas por rampas -que se intuyen, en función de cómo incide el sol, por un leve enrojecimiento de la tierra, fruto de la descomposición de ladrillos de adobe vueltos a la arcilla originaria-, de las que apenas nada queda; una garganta divide el sureste del tell: quizá fuera un puerto, o el acceso monumental a la ciudad de Kilizu que, desde lo alto, controlaba el paso de barcos mercantes por un río mucho más ancho que el actual riachuelo de aguas fecales, que se detenían en una amplio brazo de agua a un lado de un puerto fluvial.
Algunos ladrillos inscritos bien indican que la capital neo-asiria, fundada por el rey Senaquerib, como lo atestiguan las mismas inscripciones, se hallaba en este lugar, con equipamientos militares, palaciegos y administrativos en lo alto del tell, y la ciudad baja, residencial, comerciante y productora a los pies de la colina artificial. Unas tablillas recién desenterradas cuentan que, en una época anterior al 800 aC, hacia finales del segundo milenio, esta ciudad, con otro nombre, formaba parte de un extenso territorio bajo el mando de un rey medio-asirio desconocido hasta ahora.
La historia del tell remonta sin duda al cuarto o quinto milenio ya que se ha hallado fragmentos cerámicos pertenecientes a la cultura sumeria o pre-sumeria de Uruk, que atestigua, una vez más, que esta ciudad, Uruk, creo modelos y técnicas cerámicos que se extendieron a miles de quilómetros de la capital del sur de Mesopotamia, o que comerciaba con colonias que había fundado en la Mesopotamia del norte, como la ciudad o el asentamiento que ya se alzaba sobre un tell mucho más bajo que el que hoy domina los campos cultivados, hoy ya agostados, recorridos por rebaños de ovejas negras.
Pero, a menudo, los fragmentos cerámicas pertenecientes a culturas y épocas muy diversas, se hallan mezclados en un mismo nivel, ya que se echaba tierra -mezclada con fragmentos cerámicos- recogida de otras áreas del tell, fruto de la desintegración de edificios, construidos con ladrillos de adobe, centenares de años antes, a fin de nivelar ciertas zonas, o extenderlas para poder alzar estructuras, neo-asirias, por ejemplo, mucho más recientes. El desorden causante dificulta o impide recurrir a la cerámica para datar con cierta precisión un nivel arqueológico, las estructuras arquitectónicas que se desentierran.
La capital neo-asiria de Kilizu se alzó en lo alto del tell, y se desvaneció. Quizá fuera saqueada, incendiada y arrasada -extensas capas de ceniza cubren partes excavados del tell., hasta desaparecer, cubierta, centenares de años más tarde, por un asentamiento helenístico y, posteriormente, parto.
Kilizu se intuye, pero no emerge. Quizá no lo haga nunca.
El tell, hoy -que se alcanza por un camino reseco-, es pasto de escorpiones, agazapados bajo unas pocas piedras desperdigadas, y serpientes, que casi se prefieren a enjambres de mosquitos negros que asaetean hasta mediodía. Alrededor, algunas casuchas dispersas.
Hace cuarenta grados. El viento alza nubes de polvo gris cruzado por bandadas de pájaros negros, que, desde la distancia ensombrecen el horizonte como lo harían nubes de tormenta que cubren el horizonte.
Y Kilizu sigue resistiéndose.
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