¿Y por qué en Delfos?
El errático viaje de Apolo, tras su nacimiento en la rocosa isla cicládica de Delos, y su paso por la Grecia central, concluyó a los pies del Parnaso, donde se ubicaba el santuario de Delfos, dedicado a la diosa-madre Gea.
Es cierto que Delfos no era la meta inicialmente perseguida. Apolo buscaba, a través de los densos bosques que cubrían la tierra, por la que apenas se podía circular, un lugar donde fundar su santuario. Creyó hallarlo en en las verdes praderas de Telfusa, recorridas por un arroyo apacible. Llegó hasta a instalar los cimientos del templo en cuyo interior quería anunciar el porvenir a los hombres. Mas la ninfa del lugar, llamaba Telfusa también, irritada por la invasora presencia de Apolo, le convenció para que buscara un recinto más tranquilo, contándole que numerosos carromatos transitaban con frecuencia, entre el crujir de los ejes, por un empinado camino cercano -lo que era no era cierto- haciéndole la vida imposible.
Apolo emprendió de nuevo la ruta. Pasó por pueblos de salvajes que no habían aun logrado crear comunidades. Dejó atrás a Teumeso, donde, otrora, Zeus escondió a Europa, la princesa fenicia que raptó, en forma de toro, en la orilla de la playa de Sidón. No se detuvo en Yalcos, la ciudad de los infatigables Mirmidones, hacendosos descendientes de una princesa seducida por Zeus metamorfoseado en una hormiga. Pensó, por un momento, instalarse en la llanura de Tebas, mas el bosque era tan impenetrable que desistió. Ni siquiera un dios habría logrado abrir un claro en la selva. Por fin oteó el monte Parnaso. A sus pies, Parnaso, un héroe hijo del dios de los mares Poseidón, había fundado un recinto al que Delfos, un hijo de Apolo y la ninfa Tía, daría su nombre.
Apolo no podía no asentarse en este lugar. Delfos -que significa matriz- estaba dedicado a Gea, la diosa-madre. Pero, sobre todo, el Parnaso, que velaba sobre Delfos, era único. Fue allí donde la humanidad renació. Cuando Zeus decidió borrar a los ruidosos humanos de la faz de la tierra, humanos ensoberbecidos que pretendían conquistar el Olimpo, donde moraban los dioses, dio la orden que un diluvio se desencadenara. Hasta la misma Delfos se inundó.
Pero el dios Prometeo se compadeció de los humanos. Mandó a su hijo Deucalión que construyera un arca en el que se refugiaría, una vez abiertas las compuertas del cielo, junto a su prima y esposa Pirra. Al cabo de siete días, cuando cesaron las lluvias, el arca se detuvo. Había atracado contra un risco que sobresalió siempre de las crecidas aguas. Se trataba de la cumbre del Parnaso. Allí, en lo alto, también se habían refugiado los habitantes de Delfos, guiados por lobos, aconsejados por Apolo. Tras descender del arca, Deucalión y Pirra, alentados por Apolo, lanzarían piedras contra la tierra, que se convertirían en nuevos seres humanos, nacidos de la tierra -en Delfos, la matriz de la humanidad.
Apolo no se desplazaba sin el arco y las flechas. Podía ser violento y cruel. La heroína Niobe, que se vanaglorió de haber tenido más hijos que la diosa Leto, a la que minusvaloró, fue asaeteada hasta morir por Apolo, hijo de Leto. Pero era también el dios que guiaba a los hombres. Éstos no dejaban de acudir a él para saber cual era el camino de la vida, qué rumbo tomaría ésta, hacia dónde tenían que ir. Por esto, Apolo tenía que instalarse cabe el Parnaso, el centro del mundo, allí donde la tierra volvió a la vida.
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