Fotos: Tocho, Museo de las Civilizaciones Anatólicas, Ankara (Turquía), mayo de 2014
Una tabla de ofrendas coronada por un modelo muy sencillo de capilla o templete vertical (segundo milenio aC), dentro del cual se yergue una figura antropomórfica, quizá una divinidad. El conjunto recuerda la boca bien abierta de una cueva.
El perfil de la misma está cubierto por signos astrales: soles, lunas, quizá estrellas.
La maqueta es la representación de un espacio sagrado, terrenal o celestial. La separación con el espacio profano, donde moran los humanos, está nítidamente señalada. Pero la maqueta facilita el encuentro entre el hombre y la divinidad. La maqueta vela y revela la presencia divina -cuya carne es imperecedera- que anida en el interior. Aquélla, adosada a la pared más alejada de la entrada, desde las profundidades, tiende, en la penumbra, los brazos hacia los mortales, forzando la atención de éstos.
No se trata de una maqueta propiamente dicho, sino de un verdadero aunque reducido santuario -una ofrenda funeraria, o una capilla doméstica-, que protege el hogar -de los vivos o de los muertos-.
Y, sin embargo, pocas veces una divinidad se ha mostrado tan cercana, casi frágil.
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