La creación humana -la obra "de arte"- tiene la facultad o el poder de ponernos ante una presencia, o un ente (objeto, espectáculo, acontecimiento) portador de un mensaje o significado. Tiene también el poder de convertirnos en espectadores. Gracias a aquélla nos detenemos, nos fijamos en un ente (objeto, acción) que nos abre los sentidos al mundo (exterior, interior) y nos pone en contacto con éste.
Este poder, y la relación que se establece, resulta de unas propiedades del objeto o del espectáculo con el que nos confrontamos. Estas propiedades reciben el nombre de cualidades estéticas. tradicionalmente, reciben el nombre de belleza, fealdad, etc.
Es así como una obra de arte resulta ser una creación dotada de dichas cualidades que tienen como fin atraer la atención de los seres humanos y convertirlos en espectadores de la obra, invitándoles a percibirla y a reflexionar sobre ella -sobre su significado o valores que porta y transmite.
Las cualidades estéticas antitéticas de la belleza y la fealdad consisten en juegos de proporciones, colores armónicos, luces, etc. Pero esta concepción es propia de la teoría del arte occidental, que se define a partir del siglo XVI y cristaliza en el siglo XVIII, pero que se remonta a nociones de la Grecia antigua, así como de los Padres de la Iglesia. La luz y las proporciones son propiedades de objetos artificiales -creados por el artista- y sobre todo naturales, que los convierten en bellos -atractivos- o en objetos que nos parecen bellos.
Estas consideraciones están cuestionadas. Si una creación tiene que poseer unas cualidades y éstas son o se basan en luces o en proporciones, una creación -una obra de arte- solo puede pertenecer a la tradición occidental, ya que la luz o la armonía no tienen porque ser cualidades o expresiones de cualidades de obras de otras culturas. De este modo, se considera que solo existe arte occidental. Teniendo en cuenta que el arte es lo que define a la humanidad o manifiesta su inteligencia y sensibilidad, solo el creador occidental es un ser humano pleno.
Mas, si considero que las cualidades sensibles o estéticas son propias del arte occidental -inexistentes o irrevelantes en creaciones de otras culturas-, se deduce que solo el hombre occidental considera que la creación humana tiene como finalidad atraer o seducir, como si seres de otras culturas no fueran sensibles a la apariencia de las cosas o no le dieran importancia. Esta afirmación es falsa, sin duda. La "forma" de una creación es determinante en cualquier cultura para que el ser humano se interese por una creación. El interés que la obra suscita es apreciado, es necesario para que la obra sea tenida en cuenta. Mas el interés responde a unas cualidades que no tienen que basarse en proporciones o luces, como en Occidente. Si la naturaleza es el paradigma de la belleza sensible, la imitación de las formas o de las estructuras naturales es necesaria para obtener formas bellas, es decir capaces de atraer a los seres humanos a fin de inculcarles valores o ponerlos en contacto con otros mundos. Esta regla no tiene porque ser de recibo universal. Por el contrario, la capacidad de una creación de evocar otro mundo, el mundo sobrenatural, puede basarse en su alejamiento de las formas naturales excesivamente aferradas a lo terrenal. Por tanto, lo que seduce en la tierra, proporciones y luces, tienen que ser proscritas, como acontece en ciertas creaciones africanas.
Es decir, en cualquier cultura, la finalidad de la creación humana consiste es atraer la atención del ser humano. Los medios utilizados son muy diversos. La obra es un señuelo. A través de éste se persiguen diferentes fines, pero todos buscan ampliar la percepción del mundo, o exponer mundos que no suelen ser percibidos. La obra responde a una necesidad innata humana, a la innata curiosidad humano por descubrir, por preguntarse por lo que está más lejos, más allá, mostrando los peligros y las bondades de lo que se halla tras el horizonte (oridzo, en griego, significa límite). La creación humano capta, o se imagina, lo que reside o puede residir fuera de los límites habituales o aceptables. Los medios empleados varían en función de las culturas y las épocas. La finalidad es la misma. La creación humana, artística o mágica, sagrada o profana, fetichista o distanciada, crea o expone mundos a los que no se llega -pero a los que se quiere, se sueña llegar, como si la vida física o espiritual dependiera de éstos- sin los mecanismos que la acción o el obrar humano produce, mecanismos que captan -o crean- mundos invisibles, y los manifiestan. La creación humana, artística o mágica, es siempre un medio para alcanzar algo que solo existe en la creación, y al que se dota de una importancia muy superior a lo que se percibe sensorialmente,
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