viernes, 14 de abril de 2017
Arqueología en Albania, I: La ciudad de Apolo (Apolonia)
Fotos: Bouleterion (sede la la boulé, asamblea que gobierna en la ciudad-estado), estoa y obras en el museo del yacimiento), Apolonia (Albania), Tocho, abril de 2017
Debido a un excesivo crecimiento de la población en las ciudades griegas arcaicas, a causa de una mejora de las condiciones de vida -cultivos y sanidad más efectivos, vías comerciales más seguras, disminución de la violencia, posibles alteraciones climáticas, agotamiento de las tierras cultivadas, etc.-, aquéllas se vieron obligadas a expulsar una parte de la población. Las tierras circundantes, siempre en valles estrechos, no permitían alimentar a todos los ciudadanos. Emigraban varones jóvenes.
Antes de partir en búsqueda de una tierra fértil y poco poblada, cercana al mar, sobre todo hacia donde el sol se pone, por el Mediterráneo occidental, donde fundar una nueva ciudad, los colonos, encabezados por el jefe de la expedición, acudían al santuario de Apolo en Delfos a fin de interrogar al dios sobre el futuro: dónde ir y qué destino aguardaba a los expedicionarios. La respuesta del dios, por boca de su sacerdotisa en trance, la Pitia, era suficientemente enigmática -pero con unos datos que permitían intuir qué hacer- para que los colonos partieran confiados en que hallarían un espacio de acogida sin saber bien dónde lo hallarían. Apolo ponía a prueba la agudeza de los jóvenes, su pericia en interpretar las veladas palabras divinas.
Una vez fundada la nueva ciudad, los colonos honraban al jefe de la expedición que, tras la muerte, adquiría un estatuto heróico y recibía un culto anual, pero también reconocían la importancia de Apolo. En ocasiones las indicaciones de Apolo eran suficientemente claras y la ayuda brindada tan evidente, que los colonos consideraban a Apolo como el verdadero fundador de la colonia que bautizaban con el nombre del dios.
Tal fue el caso de numerosas ciudades coloniales griegas llamadas Apolonia; en particular, Apolonia de Epiro (hoy en Albania), fundada a finales del siglo VII aC por griegos venidos del Peloponeso. Esta ciudad daría las gracias a su dios erigiendo un monumento en Delfos en el siglo V aC, que aún se conserva.
Los dioses tenían múltiples facetas que daba lugar a un cierto número de epítetos divinos. Asumían distintas funciones que dependían de los lugares donde se les rendía culto. Cada nueva manifestación era considerada casi como una divinidad distinta.
Apolonia rendía culto a uno de los trabajos de Apolo más cercanos a la vida de los ciudadanos: la protección de las puertas de cada morada. Dicha protección se ejercía desde el exterior. Apolo se ubicaba en las calles (aguia, en griego), ante los umbrales, cuyo paso defendía. Los ciudadanos levantaban pequeños altares (llamados aguieus) donde rendían culto al dios.
Pocos altares, tan comunes en Atenas, se conservan hoy. Apolonia mantiene uno. Se trata de un monolito cilíndrico que soportaba un fuego, del que colgaban atributos del dios y de su hermana gemela, la diosa Ártemis. El monolito podía ser interpretado como una efigie anicónica del dios, cuyo símbolo más conocido en todo el mundo griego, el ónfalo -u ombligo del mundo- ubicado el templo de Apolo en Delfos, también era una piedra tallada. Este monolito se halla ante una de las puertas (coronada por un arco ojival) en la muralla de sillares de piedra de la ciudad.
La presencia de Ártemis contribuía a la seguridad urbana que Apolo ya aportaba -velando sobre las calles y las casas-: Ártemis era dueña de los límites entre los bosques -pasto de alimañas que Ártemis, que moraba en aquéllos y las tierras, controlaba- y las tierras cultivadas y urbanizadas.
La protección de Apolo fue tan efectiva que la ciudad sobrevivió a la invasión romana, pero la suerte de Apolonia estaba tan ligada a la presencia del dios que, con la caída de los dioses del Olimpo, Apolonia se fue despoblando hasta desaparecer del recuerdo a principios de la Edad Media. Incluso hoy, solo el cinco por ciento de su extensión ha sido estudiada, y los pocos restos que destacan se hallan dispersos entre colinas, altiplanos y bosques de olivos y cipreses, como hitos perdidos de una de las ciudades griegas coloniales más importantes.
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