martes, 4 de septiembre de 2018

Exponer y exponerse: la exposición, ayer y hoy

La palabra exposición, hoy, se refiere casi exclusivamente a una práctica museística: la presentación pública de obras o documentos en un espacio, de manera que puedan ser contemplados, leídos o percibidos por los visitantes a medida que se desplazan en el espacio. La exposición configura un espacio de encuentro, la confrontación o la relación sensible entre dos realidades, los visitantes y lo que se expone.

La exposición mantiene, sin embargo, un eco del peligro que encerraba en la antigüedad. En efecto, exponerse significa arriesgarse. Una exposición pública somete a lo expuesto o a quien se expone o es expuesto a la contemplación, la adulación, la crítica o el escarnio público. Aun hoy, algunos países ejercen un particular castigo: la entrega de un condenado a la vista del resto de los miembro de una comunidad que pueden tratar a la víctima como lo consideren. Dentro del ámbito de la cultura cristiana, la exposición fue la tortura sufrida por Cristo entregado al oprobio -la cabeza gacha de Cristo revela la vergüenza padecida, por lo que sufre y por cómo se comportan los demás, de manera vergonzante- como bien han mostrado pinturas medievales y clásicas: la burla, el daño físico y moral forman parte de lo que la exposición conlleva. El reo es literal y metafóricamente desnudado, sus secretos "expuestos" y su cuerpo entregado a la "justicia" popular. Esta pena particularmente cruenta o humillante también daba lugar a una confrontación entre un ser singular y un colectivo que descargaba todo su "interés" sobre dicha figura. Ésta despertaba toda clase de emociones, casi siempre de repulsa o condena. Se le miraba mal, se le deseaba el mal, se le causaba un mal. El reo centraba la atención y las energías de una comunidad que "vivía" para echar las culpas en este chivo expiatorio, que actuaba como un insólito fetiche protector. Su desaparición física se llevaba todos los males, los malos humores que corroían o disolvían una comunidad. La condena, la exposición y la ejecución pública de Cristo tuvo como paradójica consecuencia la asunción de los males. Desde entonces, los hombres vivirían libres del mal. El mal humano era el causante del oprobio público, mas la ejecución de la condena acarreaba la condena del mal asumido por el reo.
Hoy, este tipo de exposición acontece sobre todo en el espacio "virtual", las llamadas "redes" -un término que se asocia al apresamiento o el presidio- sociales: una "sociedad" prende y manipula a una figura indefensa que no se puede esconder ni retirar.

Este sentido de la palabra exposición ·literalmente ponerse delante, avanzarse o entregarse a lo que venga) proviene de una durísima pena que sufrían sobre todo los recién nacidos. Cuando un oráculo anunciaba que la venida de un hijo causaría una pérdida irreparable en una familia, toda vez que los oráculos no podían obviarse puesto que decían la verdad -aunque no aclaraban cuándo, dónde y cómo el mal que el niño acarrearía o produciría-, solo cabía una solución, si no se quería acabar con las manos manchadas de sangre. La eliminación física era necesaria. Acontecía, sin embargo, que los niños anunciados por los oráculos no eran niños cualesquiera. Su desaparición no incumbía al ser humano, so pena de graves daños. El niño, entonces, se sometía a una exposición pública. Pero ésta no tenía lugar en el seno de una comunidad  sino en las afueras: en el espacio marginal o bárbaro, en el mundo de la noche, la selva, las alimañas y los bárbaros. Se sacaba al recién nacido de la comunidad y se le abandonaba en la naturaleza. Expuesto a los peligros de la selva, el recién nacido no podía sobrevivir. Su eliminación, sin embargo, estaba autorizada por la naturaleza. Las alimañas o los asesinos cumplían un órdago divino. También podía ocurrir -como bien lo muestra la suerte de Edipo- que la naturaleza se apiadara del niño. velara por él, y lo educara. Desde entonces, éste, formado por la diosa madre naturaleza se convertía en un ser excepcional, un héroe, inmune a todos los peligros y capaz de cometer toda clase de heroicidades -y de atrocidades que los simples mortales no se atrevían a imaginar o planificar. Los supervivientes de una exposición volvían fortalecidos. La exposición constituía un rito de paso.

Esta carácter ritual permanece en lo que hoy es una exposición: ni las obras ni los visitantes salen de una exposición del mismo modo que han entrado. Las obras obtienen merecida fama, y los visitantes, conocimiento -aprenden a mirar y a escuchar, a entrar sensiblemente en contacto con el mundo, a entrar en contacto con obras sensibles, que les enseñan a ser sensibles al mundo. Una exposición es una experiencia. De la que no se sale inmune. 

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