




Cansado de la indiferencia con la que sus esculturas abstractas de hierro eran recibidas, y tras el desplante de los organizadores de una exposición en Zurich, en 1995 (que lo invitaron y no lo expusieron), el artista ruso Oleg Kulik (1963) decidió hacerse notar. Y ladrar.
Sus "acciones" (o "performances") de los años noventa (entre las que destaca la que emprendió de inmediato en Zurich, que ya había ensayado en Estocolmo meses antes), pretendieron poner en evidencia la animalidad del hombre: desnudo, a cuatro patas, atado por el cuello a una correa, Kulik se precipitaba, hecho una fiera, sobre el público, a quien atacaba y, eventualmente, tras orinar o defecar, como cualquier mastín, mordía hasta causar sangre (sobr todo si las víctimas eras críticos y comisarios, los cuales no podían responder ya que se trataba de una acción -en un espacio acotado, en una galería o un escenario determinado de antemano, propio del mundo de la ilusión- y no de un acto cometido en el espacio "real").
Mad Dog (el título de la serie de acciones y documentos adicionales), expresaba, en palabras de Kulik, la revuelta instintiva contra la cultura contemporánea en crisis.
Tras el éxito, que lo convirtió en el invitado de todas las ferias de arte que ponían a su disposición una caseta de perro y le pedían que entretuviera y mordisqueara al público, realizó una serie de fotografías -prohibidas por la feria de arte de París, FIAC, en 2008- en las que simulaba prácticas zoofílicas.
Hoy es uno de los artistas contemporáneos más célebres, un comisario de exposiciones reputado, la estrella del presente año ruso en Francia. Tras un retiro en Mongolia, en contacto con los últimos chamanes, y viviendo en una yurta, From Dog to God es el lema de sus creaciones más recientes que lo han convertido en el más gran profeta del arte actual. Se hizo animal para redimirnos.
Las muestras antológicas sobre su obra se multiplican.









