jueves, 14 de julio de 2011

miércoles, 13 de julio de 2011

Sonic Youth: My New House (1990)

Raoul Servais (1928): Sirène (1968)



Sobre Raoul Servais, véase esta web

El fuste del mundo (Anaximandro y la arquitectura)

Robert Hahn, en Anaximander and the Architects (State University of New York, Nueva York, 2001; por desgracia, no traducido y editado en España por no ser viable), ofrece una visión singular del papel del arquitecto griego arcaico en la configuración del mundo.
Anaximandro fue un filósofo presocrático. Nació y vivió en Mileto (Jonia, hoy en Turquía) (610-546 aC). Sin duda era discípulo de Tales, considerado el primer filósofo de la historia, es decir el primero que buscó explicaciones a los interrogantes del mundo sin recurrir a la acción de los dioses. Se considera, sin embargo, que, a diferencia de Tales, Anaximandro fue el primero en escribir sus reflexiones (su primer libro dataría del 548 aC), si bien solo se conserva una sola cita, indirecta. Su visión del mundo, empero, se conoce, aunque es casi imposible saber cual era su imagen acerca del origen y la estructura del universo, a causa de la parquedad de los datos y de la dificultad en saber qué significan exactamente los términos que empleaba.

Al igual que Tales, Anaximandro se preguntó acerca de la causa del mundo y de su organización. Tales, a diferencia de pensadores anteriores (y de los pensadores mesopotámicos, cuyas explicaciones debía de conocer) que veían al universo como una creación sobrenatural, consideraba que el mundo había surgido de un elemento o materia primero, el agua -agua que posiblemente fuera la misma que el agua primordial mesopotámica, o el agua nilótica egipcia; mas, para Tales ,esa agua no era, al contrario que en las culturas antes citadas, una divinidad matricial, sino un elemento "natural", sin forma ni características divinas-.

Para Anaximandro, el mundo había surgido de un ente primero, ciertamente, pero ésto no era el agua, sino "lo indefinido" (apeiron). ¿Qué era? No se sabe a fe cierta; apeiron (término que se inicia con el prefijo "a" que indica negación) significa ilimitado, o indefinido, pero también circular. Por otra parte, se trata de un calificativo; ¿qué era lo que era ilimitado? No se sabe bien si Anaximandro pensaba en una materia o sustancia (según él, el universo brotó como un árbol del apeiron, por lo que éste podría concebirse como una materia informe), o en una "formula geométrica", siendo lo ilimitado lo característico de la ausencia de sustancia; algo así como el vacío. Vacío, sin embargo, concebido geométricamente. Una superficie "abstracta" carente de límites. Esta visión "plana" del núcleo originario (según Axaximandro, el apeiron era el arje (o arkhe, que significa principio y fundamento al mismo tiempo), el origen del mundo, lo que implicaría que la ausencia de límites no conlleva la imagen de una extensión infinita sino, por el contrario, en un punto necesariamente sín límites o lineas trazados, ya que dichos límites solo pueden existir como consecuencia del movimiento o trazado del punto original) coincidiría bien con algunos de los logros atribuidos a este filósofo (que, en tanto que formado en la costa oriental mediterránea, estaba en contacto, sin duda, con Babilonia): el trazado de mapas, la cartografía, terrenal y celestial, y la invención del gnomos o escuadra con el que fijar el tiempo -por la sombra proyectada- y el espacio: un instrumento de medida, es decir, de delimitación.

Hahn emite la siguiente hipótesis: la actividad constructiva y fundacional era intensa en Jonia. Las ciudades jonias eran colonias griegas, y de Jonia partieron un gran número de fundadores de colonias en el Mediterráneo occidental. El mismo Anaximandro fundó una  ciudad.
Los colones partían con la intención de establecerse en un lugar propicio -designado, veladamente, por el dios Apolo que velaba por ellos-.  A poco de haber desembarcado, ordenaban el territorio del que se apropiaban. Trazaban, como ya había contado Homero, los límites de la ciudad, dividían el espacio urbano en dos (para los mortales y los inmortales) para, a continuación, dividir en lotes o parcelas iguales, destinadas a cada uno de los expedicionarios, el espacio asignado a los hombres. Era entonces cuando la labor fundacional de la colonia, que también incluía la erección de un centro, el altar de Apolo gracias al que se sacrificaba en honor del cielo clemente que había permitido cruzar el ponto sin naufragar. Disponer los cimientos de los edificios era lo último que cabía hacer: los fundamentos de la ciudad estaban instaurados. El espacio indiferenciado e ilimitado había quedado bien estructurado. La ciudad poseía unos nítidos límites, dentro de los cuales la vida podía prosperar.

La labor del fundador (ecista, en griego, de oikos, casa) consistía pues en delimitar parcelas que se disgregaban del espacio  extenso. Su labor, pues, era propiamente demiúrgica  (de demos, pueblo). El fundador operaba del mismo modo que la naturaleza. En efecto, la creación de entes pasaba por la delimitación (división y segregación) de cuerpos u formas, de "lo ilimitado". Solo, con la muerto, lo parcelado se reintegraba a "lo ilimitado", disolviéndose la forma o límite asignado a lo individuado. El urbanista actuaba o laboraba como la naturaleza. La creación de una colonia se asemejaba a la creación del mundo.

Para Anaximandro, el universo tenía la forma de un cilindro. Éste era ilimitado. Se extendía a lo largo del eje central. La tierra se hallaba sobre este eje. Su ubicación era indistinta. Dado que el cilindro no tiene fin, la tierra no tenia porque verse atraída hacia una dirección u otra. Los cuerpos siderales orbitaban alrededor de la tierra. Se disponían sobre círculos concéntricos, semejantes a los anillos de un árbol cortado por la mitad. El cilindro era, en verdad, una suma de cilindros dispuestos como unas muñecas rusas. El diámetro de cada cilindro correspondía a la circunferencia correspondiente a cada cuerpo sideral. Todos esos cilindros eran opacos. Mas los cuerpos estelares eran agujeros, por los que se filtraba el resplandor del fuego que envolvía el gran cilindro, el universo.

Así pues, la estructura o forma del universo recordaba poderosamente la forma de una columna dispuesta para ser levantada. Sobre una sección de ésta, en efecto, el tallista, constructor o arquitecto, había trazado circunferencias que indicaban los límites de las canaladuras que se tenían que tallar, la ubicación de los engarces metálicos que permitirían que los distintos bloques se montasen hasta levantar una columna, etc. La sección de un pilar, entonces, se asenmejaba a la planimetría celestial.
Por otra parte, los arquitectos y constructores griegos raras veces dibujaban planos, sino que, sobre los bloques de piedra o de mármol, trazaban alzados, a escala natural, de determinados elementos que tenían que ser esculpidos. La materia pétrea, así se iba delimitando, y los elementos constructivos y ornamentales, bien siluetados o delimitados, se desgajaban posteriormente de los bloques.

´Del mismo modo que el dios cristiano se concibió y se representó un compás en la mano, imitando el porte y el hacer del geómetra o del arquitecto, Hahn emite la hipótesis que los arquitectos no se vieron influidos por la concepción del mundo de Anaximandro, que invitaba a trazar mapas y cartas, sino que fue el trabajo del arquitecto y la obra resultante lo que le sugierieron al filósofo de Mileto la concepción del mundo. El arquitecto era una fuerza de la naturaleza, y su obra, el prototipo de la creación del universo. La naturaleza imitaba el obrar arquitectónico. Las formas naturales seguían las formar artificiales. La disposición del mundo se subordinaba a la disposición de los templos. Éstos eran, no imágenes, sino modelos del universo. En el principio era el arquitecto. Sin su trabajo, el mundo no habría podido ser concebido, ni definido.

lunes, 11 de julio de 2011

Thurston Moore (1958): Space (2011)



Del álbum Demolished Thoughts (2011)

domingo, 10 de julio de 2011

Solón y la arquitectura

El gran Gregorio Luri (http://www.elcafedeocata.blogspost.com/) comentaba hace unos días la figura del político y poeta griego Solón (640-560 aC), al que los griegos clásicos consideraban como el padre de la democracia ateniense. Lo incluyeron en la lista de los Siete Sabios, un compendio de figuras legendarias y reales. Solón existió. Sus leyes pusieron fin a la reducción a la esclavitud de quienes no pudiendo pagar las deudas contraídas por malas cosechas se veían obligados a saldar lo que debían con lo único que les quedaba: su cuerpo y su trabajo.
Sus poemas deberían ser de lectura recomendada en los estudios de arquitectura y urbanismo, y me avergoncé que lo explicáramos tan poco -o nada- en las escuelas de arquitectura.

Sus obra poética se halla en cualquier antología de lírica arcaica griega. La ciudad es su tema (o el tema que domina en los poemas que se han conservado), entendida tanto como estructura física como espacio de vida regulados.

Su labor política y poética perseguía la instauración de la justicia (diké) en el seno de la ciudad. Éste era concebida como el espacio donde la justicia podía manifestarse y residir. La efectiva presencia de la dike la ciudad se manifestaba en el buen gobierno y en una buena planificación urbana, así como en la belleza y hondura de la poesía. La política, la arquitectura y la poesía eran tres haceres o treas modos de hacer: eran tresw consecuencias de la poiesis (el hacer). Un poema era hermoso porque cantaba el imperio de la justicia que se visualizaba en una planificación y una construcción ordenada, pensada para acoger y proteger la vida. Las normas o leyes políticas eran las mismas que las que regían en la creación artística: arquitectónica y poética.
Solon fue un buen gobernante, porque fue un gran urbanista y en gran poeta. Las tres tareas no se concebían de manera independiente. Perseguían la ordenación (la puesta en orden -kosmos) del espacio habitable, sin que los dioses necesariamente intervinieran. La urbanidad y el urbanismo, las buenas formas, eran asuntos humanos. Y tenían que quedar en manos de los mortales, ya que cuando el Cielo se desvelaba el mal podía desatarse.
La justicia posee "fundamentos augustos" (Dikes themethla, 3D -Eunomia-, 14), o constituye los sólidos fundamentos sobre los que se apoya y se instaura un espacio de convivencia. El término fundamento (themethlon) proviene del nombre común themis (norma, literalmente, lo que se establece como regla), que , como nombre propio, era el de la diosa Themis, madre de Apolo, el dios de la arquitectura. La themis era la ley inmutable, no sometida a los caprichos humanos. La themis era superior al, o estaba más fundamentada o "fundada" que, el nomos, que era el término con el que se designaba a la norma humana. Themethlon era un nombre técnico: se traduce, en primer lugar, por cimiento; designa la estructura subterránea necesaria para la estabilidad de cualquier construcción. Se trata siempre de una entidad "profunda" -nada "superficial"-, que escapa así a los mortales. Es una base y un principio: un edificio arranca desde sus cimientos. Un principio físico, pero también ético. Sin themethla es imposible formar un lugar habitable; nada se aguanta; todo el orden que se intenta levantar se derrumba, como si se erigiera sobre barro. Cimiento sólido y duradero, porque no depende de la mudable voluntad humana. Por eso, contaba Luri, una vez instauradas las leyes de la ciudad, Solón partió: de este modo, las leyes que había instaurado ya no dependían de él. Era como si siempre hubieran regido el mundo y, por tanto, tenían que ser respetadas. La ley estaba necesariamente unida al suelo. Themis procede de una raíz, the, que significa posar, depositar. La ley es como un pilar: se enraiza. Construir, por tanto, es un acto de justicia: equivale a plantar o instaurar la justicia en el mundo, ordenarlo (a semejanza del cosmos, equilibrado).
Los cimientos (de piedra o de madera) bien hincados en la tierra son un símbolo; representan a la justicia. Son la base sobre la que se edifica un mundo ordenado, cuya contemplación lleva a cantar las bondades de la ciudad bien compuesta.

Solón: Eunomía

"No va a perecer jamás nuestra ciudad por designio

de Zeus ni a instancias de los dioses felices.
Tan magnífica es Palas Atenea nuestra protectora,
hija del más fuerte, que extiende sus manos sobre ella.
Pero sus propios ciudadanos, con actos de locura,
quieren destruir esta gran ciudad por buscar sus provechos,
y la injusta codicia de los jefes del pueblo, a los que aguardan
numerosos dolores que sufrir por sus grandes abusos.
Porque no saben dominar el hartazgo ni orden poner
a sus actuales triunfos en una fiesta en paz.
Se hacen ricos cediendo a manejos injustos.
Ni de los tesoros sagrados ni de los bienes públicos
se abstienen en sus hurtos, cada uno por un lado al pillaje,
ni siquiera respetan los augustos cimientos de Díke,
quien, silenciosa, conoce lo presente y el pasado,
y al cabo del tiempo en cualquier forma viene a vengarse.
Entonces alcanza a toda la ciudad esa herida inevitable,
y pronto la arrastra a una pésima esclavitud,
que despierta la lucha civil y la guerra dormida,
lo que arruina de muchos la amable virtud.
Porque no tarda en agostarse una espléndida ciudad
formada de enemigos, en bandas que sólo los malos aprecian.
Mientras esos males van rodando en el pueblo, hay muchos
de los pobres que emigran a tierra extranjera,
vendidos y encadenados con crueles argollas y lazos
Así la pública desgracia invade el hogar de cada uno,
y las puertas del atrio no logran entonces frenarla,
sino que salta el muro del patio y encuentra siempre
incluso a quien se esconde huyendo en el cuarto más remoto.
Mi corazón me impulsa a enseñarles a los atenienses esto:
que muchísimas desdichas procura a la ciudad el mal gobierno,
y que el bueno lo deja todo en buen orden y equilibrio,
y a menudo apresa a los injustos con cepos y grillos;
alisa asperezas, detiene el exceso, y borra el abuso,
y agosta los brotes de un progresivo desastre,
endereza sentencias torcidas, suaviza los actos soberbios,
y hace que cesen los ánimos de discordia civil,
y calma la ira de la funesta disputa, y con Buen Gobierno
todos los asuntos humanos son rectos y ecuánimes.

(traducción tomada de:
http://blogs.20minutos.es/poesia/2009/09/11/eunomaaa-buen-gobierno-solain-atenas-600-a-c/)

Florián Rey (1897-1962): La aldea maldita (1930)


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Obra maestra del cine español