sábado, 30 de junio de 2012
Louis Zoller: Die Strafe Gottes. Eine schlimme Geschichte (El gran misterio de lo divino) (2004)
Quien es dios es Louis Zoller
Luis Briceno (Chile, 1971): Tomatl, chronique de la fin d´un monde (Tomatl, crónica del fin de un mundo) (2011)
Muy recomendable. Y apto para esos días de calor. Proyectado en el excelente festival de cortometrajes MECAL, en Barcelona, verano de 2012.
jueves, 28 de junio de 2012
Simbología arquitectónica, o porqué los edificios tienen cuatro paredes
Desde finales del paleolítico, las construcciones se han edificado a partir de plantas circulares, cuadradas o rectangulares.
Los primeros edificios, quizá del XIII milenio aC (en Gobekli Tepe, cerca de Sanliurfa, en Turquía), eran de planta circular. Se enterraban parcialmente, y los muros, de tierra, se apoyaban sobre un murete de piedra. La techumbre se apoyaba sobre pilares de madera. La forma y la relación con la tierra evocaban las cuevas plenamente paleolíticas. Eran espacios en conexión con el mundo de los muertos, con lo sobrenatural. Se asemejaban a cuevas, a lugares de enterramiento, a vientres maternos. Los humanos posiblemente no vivieran en esas construcciones, sino que las utilizaran para llevar a cabo rituales comunitarios, quizá ritos de paso, gracias a los cuáles, los participantes abandonaban una condición, morían con respecto a ésta, y renacían habiendo adquirido o alcanzado una nueva condición: esas construcciones, de función quizá sagrada, asumían las funciones de la tumba y de la cuna. Desde luego, su íntima conexión con la tierra debía de suscitar imágenes de ruptura y renacer.
Las construcciones profanas, que empezaron a erigirse casi simultáneamente, también tenían una planta circular, pero podían construirse a partir de una forma hasta entonces desconocida: rectangular o cuadrangular. Las chozas circulares, también enterradas en parte, se asemejaban a los edificios comunitarios, pero eran de menor tamaño. Acogían a una familia (entendida en un sentido distinto, o más amplio, que el actual), pero también preservaban a los muertos, enterrados bajo la construcción. La conexión con el infra-mundo se mantenía, y las imágenes de un espacio concebido como un vientre materno estaban presentes en la imaginación de los primeros pobladores.
Sin embargo, muy pronto, las viviendas profanas adoptaron una planta cuadrangular. Cuatro paredes definían los límites, y sustentaban la techumbre, a dos aguas o plana. Las imágenes evocadas eran necesariamente distintas. Las construcciones de planta circular estaban orientadas hacia el subsuelo, y se concebían como imágenes de la tierra madre, que alumbraba y en cuyo seno los difuntos descansaban.
Las moradas cuadrangulares, por el contrario, estaban orientadas hacia el cielo; se presentaban como imágenes o réplicas del cielo.
El cielo, en la antigüedad, no era circular o esférico -lo que lo hubiera confundido con las entrañas de la tierra-, sino cuadrado (o cúbico). Se sustentaba sobre cuatro pilares cósmicos. presentaba cuatro esquinas. El curso del sol, y la posición de determinados cuerpos siderales (estrellas, planetas, constelaciones, sobre todo las Pléyades, la Osa Mayor -llamada El Carro en culturas como la mesopotámica-, etc.) determinaban la posición de los límites del cielo.
Las formas cuadrangulares, o los volúmenes paralelepipédicos, por tanto, englobaban un espacio que se constituía como un cielo en miniatura. Las casas tenían que estar orientadas según los puntos cardinales. El sol era el cuerpo sideral que daba sentido al espacio humano. La parte quizá más sagrada de un edificio eran las llamadas piedras angulares, idénticas a las que sustentaban la bóveda celestial. Un recuerdo aún vivo de esta creencia se halla en la presentación que Cristo hizo de sí mismo: era la piedra angular de un edificio cósmico, la iglesia que, en tanto que capaz de albergar a toda la humanidad, se configuraba como una imagen del cosmos. El mismo Cristo también se mostraba como un pilar que sustentaba la construcción.
Numerosos pueblos de la antigüedad concebían los límites del mundo visible como rectangulares o cuadrados. Horos significaba, en griego, límite. El horizonte era uno de los lados del espacio. Sobre él descansaba una de las paredes de cristal que delimitaba el volumen del cosmos. Las aguas de la lluvia resbalaban por esas paredes vítreas.
El paso de la arquitectura de planta circular a la de planta cuadrangular revela un cambio drástico en el imaginario humano. Las fuerzas ya no son subterráneas, sino celestiales. Lo erguido y no lo recogido, lo recto y no lo vuelto sobre sí mismo, esto es, los valores "masculinos", y ya no los "femeninos", el cielo o el éter, y no el húmedo humus, acabaron por imponerse; y los espacios de los hombres siguieron esta cambio en la concepción del mundo.
Esto no es óbice para que las moradas mantuvieran su asociación con lo femenino, en tanto que espacios donde se nacía y se moría. Pero los cadáveres ya no eran enterrados debajo de las casas, sino en lugares separados del espacio de los vivientes. La casa alumbraba ciertamente, pero la vida que generaba y se alzaba se dirigía hacia lo alto, para explorar, conocer y conquistar quizá el mundo.
Cuatro paredes, cuatro esquinas: eran lo que la casa y el cielo tenían en común.
Los primeros edificios, quizá del XIII milenio aC (en Gobekli Tepe, cerca de Sanliurfa, en Turquía), eran de planta circular. Se enterraban parcialmente, y los muros, de tierra, se apoyaban sobre un murete de piedra. La techumbre se apoyaba sobre pilares de madera. La forma y la relación con la tierra evocaban las cuevas plenamente paleolíticas. Eran espacios en conexión con el mundo de los muertos, con lo sobrenatural. Se asemejaban a cuevas, a lugares de enterramiento, a vientres maternos. Los humanos posiblemente no vivieran en esas construcciones, sino que las utilizaran para llevar a cabo rituales comunitarios, quizá ritos de paso, gracias a los cuáles, los participantes abandonaban una condición, morían con respecto a ésta, y renacían habiendo adquirido o alcanzado una nueva condición: esas construcciones, de función quizá sagrada, asumían las funciones de la tumba y de la cuna. Desde luego, su íntima conexión con la tierra debía de suscitar imágenes de ruptura y renacer.
Las construcciones profanas, que empezaron a erigirse casi simultáneamente, también tenían una planta circular, pero podían construirse a partir de una forma hasta entonces desconocida: rectangular o cuadrangular. Las chozas circulares, también enterradas en parte, se asemejaban a los edificios comunitarios, pero eran de menor tamaño. Acogían a una familia (entendida en un sentido distinto, o más amplio, que el actual), pero también preservaban a los muertos, enterrados bajo la construcción. La conexión con el infra-mundo se mantenía, y las imágenes de un espacio concebido como un vientre materno estaban presentes en la imaginación de los primeros pobladores.
Sin embargo, muy pronto, las viviendas profanas adoptaron una planta cuadrangular. Cuatro paredes definían los límites, y sustentaban la techumbre, a dos aguas o plana. Las imágenes evocadas eran necesariamente distintas. Las construcciones de planta circular estaban orientadas hacia el subsuelo, y se concebían como imágenes de la tierra madre, que alumbraba y en cuyo seno los difuntos descansaban.
Las moradas cuadrangulares, por el contrario, estaban orientadas hacia el cielo; se presentaban como imágenes o réplicas del cielo.
El cielo, en la antigüedad, no era circular o esférico -lo que lo hubiera confundido con las entrañas de la tierra-, sino cuadrado (o cúbico). Se sustentaba sobre cuatro pilares cósmicos. presentaba cuatro esquinas. El curso del sol, y la posición de determinados cuerpos siderales (estrellas, planetas, constelaciones, sobre todo las Pléyades, la Osa Mayor -llamada El Carro en culturas como la mesopotámica-, etc.) determinaban la posición de los límites del cielo.
Las formas cuadrangulares, o los volúmenes paralelepipédicos, por tanto, englobaban un espacio que se constituía como un cielo en miniatura. Las casas tenían que estar orientadas según los puntos cardinales. El sol era el cuerpo sideral que daba sentido al espacio humano. La parte quizá más sagrada de un edificio eran las llamadas piedras angulares, idénticas a las que sustentaban la bóveda celestial. Un recuerdo aún vivo de esta creencia se halla en la presentación que Cristo hizo de sí mismo: era la piedra angular de un edificio cósmico, la iglesia que, en tanto que capaz de albergar a toda la humanidad, se configuraba como una imagen del cosmos. El mismo Cristo también se mostraba como un pilar que sustentaba la construcción.
Numerosos pueblos de la antigüedad concebían los límites del mundo visible como rectangulares o cuadrados. Horos significaba, en griego, límite. El horizonte era uno de los lados del espacio. Sobre él descansaba una de las paredes de cristal que delimitaba el volumen del cosmos. Las aguas de la lluvia resbalaban por esas paredes vítreas.
El paso de la arquitectura de planta circular a la de planta cuadrangular revela un cambio drástico en el imaginario humano. Las fuerzas ya no son subterráneas, sino celestiales. Lo erguido y no lo recogido, lo recto y no lo vuelto sobre sí mismo, esto es, los valores "masculinos", y ya no los "femeninos", el cielo o el éter, y no el húmedo humus, acabaron por imponerse; y los espacios de los hombres siguieron esta cambio en la concepción del mundo.
Esto no es óbice para que las moradas mantuvieran su asociación con lo femenino, en tanto que espacios donde se nacía y se moría. Pero los cadáveres ya no eran enterrados debajo de las casas, sino en lugares separados del espacio de los vivientes. La casa alumbraba ciertamente, pero la vida que generaba y se alzaba se dirigía hacia lo alto, para explorar, conocer y conquistar quizá el mundo.
Cuatro paredes, cuatro esquinas: eran lo que la casa y el cielo tenían en común.
VengaMonjas, profesores
Los VengaMonjas impartirán un curso de vídeo, en Hangar, los días 14 y 15 de julio de 2012, en Barcelona:
http://hangar.org/es/programa-hangar/quin-video-mes-fantastic-un-taller-dels-venja-monjas-per-a-hangar/
VengaMonjas: Moulin Rouge, 2012
miércoles, 27 de junio de 2012
Pasteleo
Delicado pastel con motivos típicos barceloneses ofrecido ayer por los poderes públicos para ser degustado por los promotores de Eurovegas.
Qué les haya aprovechado.
martes, 26 de junio de 2012
Los guardianes del espacio en Mesopotamia: la diosa-perro Gulla
Los perros fueron, quizá, los primeros animales domesticados. Eran utilizados para conducir los rebaños y vigilar los hogares.
Tuvieron una importancia particular en Mesopotamia. Junto con el toro, el león, el águila y la carpa, fueron animales emblemáticos.
El perro estaba asociado a la diosa Gulla. En ocasiones, ésta era representada con una testa de perro. Divinidad y emblema se fusionaban. Esta unión de figura antropomórfica y animal, esta representación híbrida de la divinidad no era habitual en Mesopotamia.
Gulla era una divinidad principal, sin duda la diosa más importante del panteón mesopotámico, junto con Inana/Ishtar, aunque ha caído en un relativo olvido, quizá porque, contrariamente a Inana (que se podría comparar con las posteriores Afrodita griega y Venus romana), no tuvo una clara equivalencia en el mundo greco-latino, en el que el perro tenía una carga exclusivamente funeraria y mágica: era el símbolo de Hécate, la diosa de la magia negra. Esta asociación del perro con el mundo de los muertos, sin embargo, ya estaba presente en Mesopotamia, pero quizá no fuera esencial o única como en el mundo greco-latino (y el egipcio).
Hija del dios del cielo, An, y consorte de Ninurta, el dios libertador, enfrentado al dragón celestial, cuya sangre fertilizaba el cosmos -Ninurta está en el origen de la figura mítica de san Jorge-, Gulla tenía diversos nombres, no solo porque su figura se equiparó con otras similares, de otras culturas, sino porque se personificaba de modos diversos en función de las funciones que asumia. Así, en ocasiones, Gulla era Nanshe, la diosa de la agricultura, la delimitación de terrenos, y de la escritura -dos maneras de labrar una superficie, inscribiendo líneas ordenadas-, lo que revela que Gulla era una divinidad reguladora y favorecedora de la vida.
Gulla traía el agua benéfica. La constelación de Acuario era su manifestación celestial, y los ríos brotaban cuando despuntaba en el cielo.
En varios himnos Gulla era también invocada como diosa de la medicina. Curaba y protegía. Detenía los males. Sabía trazar nítidas fronteras entre el orden y el desorden. por ese motivo, era también cantada como la diosa de los límites. Manejaba los útiles necesarios para medir el espacio: cuerdas y reglas, tal como lo proclama el Gran himno a Gulla compuesto por un tal Bullutsa-Rabi.
Esta relación con el espacio acotado, y su función sanadora, llevaba a Gulla a proteger no solo los espacios acotados, sino la vida que se instalaba. En este sentido, los perros, asociados a Gulla, eran los guardianes de los lugares bajo la advocación de Gulla.
Esta diosa no protegía tanto los espacios abiertos, cuanto cerrados; por este motivo, Gulla era la protectora del espacio doméstico. Reinaba en el espacio interior, íntimo; espacio que prosperaba a través de los bienes, de la "abundancia" que Gulla traía.
La relación entre la arquitectura y la medicina, entre las artes de la medición y de la medicamentación, es conocida en Egipto (gracias a Ptah, dios de la arquitectura, equiparado, en tiempo de los Ptolomeos, con Asclespio, o Esculapio, dios griego de la medicina -e hijo de Apolo, dios de la arquitectura en Grecia-), Grecia y Roma, pero lo es menos en Mesopotamia. Sin embargo, la asociación entre dos tipos de prevención, espacial y medicinal, también existía, y Gulla, una diosa, asumía la doble función de velar por las casas y por los enfermos.
De algún modo, Gulla era la gran diosa, la madre de los humanos, como lo proclamaba un himno.
Quizá tengamos que volver a suplicarle.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)