Óleos: ciudades e interiores
Fotografías: ciudades (Nueva York)
Es posible que, en Europa, al menos, la obra de Hooper haya eclipsado la de un gran número de buenos pintores norteamericanos del periodo de entre guerras (principalmente), cuya obra recreó -o definió- el paisaje urbano y suburbano norteamericano, así como los interiores, tanto formal o estética cuanto éticamente: formas geométricas desnudas, planos bajo la luz, adustez de interiores, componiendo vistas "metafísicas".
Estos pintores, a menudo dejados de lado por decorativos o realistas -pese hiperrealismo de las composiciones, cercanas a la Nueva objetividad alemana y la pintura metafísica de Carrá y de Chirico, son, sin embargo, los verdaderos pintores modernos. Ante los artistas expresionistas abstractos de los años cincuenta, cuya violenta gestualidad recreaba mitos originarios y sanguinarios y buscaba remontarse al origen de las formas y los gestos, los artistas llamados Preciocistas, retrataron el nuevo marco urbano, y la influencia de las construcciones industriales en la arquitectura pública y doméstica.
Entre esos pintores destaca Charles Sheeler. Formado en Europa, en contacto con artistas cubistas, fascinado por la obra de Carrá, precisamente, Sheeler fue tanto un pintor cuanto un fotógrafo que, en ocasiones, aceptó encargos como los de la Compañía Ford para documentar fábricas y talleres, o del museo Metropolitano de Nueva York, para fijar la imagen de piezas arqueológicas mesopotámicas, egipcias, griegas y romanas, dándoles el mismo tratamiento que el que aplicaba a la arquitectura desnudada industrial, comercial o bancaria, puesto que considerada que la pureza de las formas geométricas modernas entroncaba con la claridad de las formas clásicas y arcaicas, como si ambas poseyeran o reflejaran un mismo espíritu de contención y ordenamiento del espacio circundante.
Vistas urbanas e industriales desiertas, interiores con puertas entreabiertas, de noche, con luces puntuales encendidas -las únicas manifestaciones indirectas de vida-, Sheeler apenas retrató personas. Las ciudades y las máquinas eran perfectas. No necesitaban que nadie las supliera o las ayudara. Formas y edificios adquieren un carácter casi sagrado. El efecto no es casual: Sheeler consideraba que en una época descreída o profana, en la que la religión había quedado evacuada, las grandes fábricas, los mecanismos implacables -chimeneas, tuberías, poleas- eran el equivalente de las catedrales góticas, y su funcionamiento, en ausencia de cualquier operario, y de cualquier signo de la finalidad del movimiento mecánico, se asemejaba a la implacable, misteriosa, incomprensible y gratuita actividad de las divinidades, insensibles, cual mecanismos, a las necesidades y limitaciones, a los sentimientos humanos. Las máquinas, los edificios industriales y fabriles, y los rascacielos habían sido levantados para dar sentido a los deseos de trascendencia de los humanos. Eran, literalmente, objetos de culto.