OSCAR WILDE: THE SELFISH GIANT (EL GIGANTE EGOÍSTA, 1888)
Cada
tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del
Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de
césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores
luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la
primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el
otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en
el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban
de jugar para escuchar sus trinos.-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a
otros.
Pero un
día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de
Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante
ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su
conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su
mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué
hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños
escaparon corriendo en desbandada.
-Este
jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe
entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de
inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un
Gigante egoísta...
Los pobres
niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en
la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no
les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del
Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué
dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la
primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo,
en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no
había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer.
Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el
cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y
volvió a quedarse dormida.
Los únicos
que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La
primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí
todo el resto del año.
La Nieve
cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los
árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para
que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte.
Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día,
desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué
lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar
con nosotros también.
Y vino el
Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los
tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después
se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se
vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No
entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el
Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de
gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la
primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados
en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un
gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta
manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el
Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban
lúgubremente entre los árboles.
Una
mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy
hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que
tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo
un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto
tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le
pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su
danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por
entre las persianas abiertas.
-¡Qué
bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la
cama para correr a la ventana.
¿Y qué es
lo que vio?
Ante sus
ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían
entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un
niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que
se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus
cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y
los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón
el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se
encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las
ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando
amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha
y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las
ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a
mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el
niño era demasiado pequeño.
El Gigante
sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán
egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir
hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro.
Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de
veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó
entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el
jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a
escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón
más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no
vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó
gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de
repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el
cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante
ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera
regresó al jardín.
-Desde
ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un
hacha enorme, echó abajo el muro.
Al
mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al
Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto
jamás.
Estuvieron
allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse
del Gigante.
-Pero,
¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al
árbol del rincón?
El Gigante
lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo
sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle
que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los
niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto
antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las
tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al
más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca
más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su
primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me
gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron
pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya
no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y
admiraba su jardín.
-Tengo
muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas
de todas.
Una mañana
de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno
pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las
flores estaban descansando.
Sin
embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era
realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del
jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus
ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol
estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de
alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero
cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:
-¿Quién se
ha atrevido a hacerte daño?
Porque en
la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había
huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero,
quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada
y matarlo.
-¡No!
-respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién
eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo
invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces
el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez
tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que
es el Paraíso.
Y cuando
los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol.
Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.
|
"The Selfish
Giant",
The Happy Prince and Other Tales, 1888 |
El arquitecto chileno Smiljan Radic ha sido escogido este año para proyectar el pabellón temporal, de verano, que cada año un arquitecto internacional construye para las galería de arte contemporáneo Serpentine Galleries, cerca del lago de Serpentine, en Kensington Gardens dentro de Hyde Park en Londres.
El proyecto se basa en una reciente escultura de dicho arquitecto inspirada en el cuento de Wilde: El gigante egoísta.
El pabellón, quizá, quiera traer la primavera en el centro de Londres y alargarla hasta la primera escarcha. Y poblar el parque de niños, convirtiéndole en una imagen del Paraíso, cuando los hombres eran aun no se habían vuelto adultos y adustos, no sin que el primer crimen no tuviera lugar.
Aunque también podría traer el infierno: una cubierta translucida en los cada vez menos londinenses veranos. ...
Wilde to wild?
Aunque también podría traer el infierno: una cubierta translucida en los cada vez menos londinenses veranos. ...
Wilde to wild?