domingo, 22 de junio de 2014
sábado, 21 de junio de 2014
Pan y Circo (o la destrucción de la mejor tienda de Barcelona)
El artista (pintor), arquitecto y diseñador gráfico alemán Erwin Bechtold (1925) proyectó en 1956 el interior y todo el material gráfico de la librería Ancora y Delfín en la avenida Diagonal de Barcelona.
Bechtold se formó con Fernand Léger en París. Es un gran pintor abstracto (expresionismo abstracto, que luego pasó a componer figuras geométricas).
Ancora y Delfín poseyó, sin duda, el primer interior moderno de la ciudad de la post-guerra, y el mejor: pavimento, mobiliario y grafismo modélicos. Permaneció intacto hasta que, las declinantes ventas de libros -a la que contribuyeron la apertura de nuevas librerías especializadas como Laie y La Central, y un menor acierto en la selección de títulos- , llevaron al cierre de la librería -"la" librería de la ciudad para temas de historia del arte y ensayo- en 2012.
El rótulo fue adquirido hace años por el Museo del Diseño. El mobiliario no interesó a nadie. No es de Gaudí ni fue creado en 1714.
Así ha quedado:
viernes, 20 de junio de 2014
MELATI SURYODARMO (1969): I´M A GHOST IN MY OWN HOUSE (SOY UNA SOMBRA EN MI PROPIO HOGAR, 2012)
Que una artista expulse por la vagina un huevo que se estrella sobre un lienzo apoyado en el suelo, o que realice pinturas expresionistas abstractas con chorros de pigmentos líquidos que brotan de su anatomía, es banal y cansino.
Las "performances" comprenden un exceso de acciones gratuitas que, pese a intenciones grandilocuentes sobre el arte y la vida, son ridículas o risibles.
En el festival de cine de Cannes, también se esperaba que "starlettes" esculturales se exhibieran en la estrecha playa de cantos rodados en muy breve atuendo.
Sin embargo, la acción de la artista indonesia Suryodarmo, es de un alcance muy distinto.
Dura doce horas. Acontece en una sala cerrada y oscura, sin ventilación.
La artista mole carbón con un grueso rodillo. Suryodarmo reduce y destruye el carbón con el mismo útil con el que se amasa el pan: el alimento básico. El carbón triturado cae de la mesa y cubre el suelo. El nivel sube. El aire se llena de polvo. Se vuelve irrespirable. La artista cae agotada y asfixiada, hundiéndose en un grueso lecho negro que le llega casi a las rodillas. Inmóvil, exhausta, sentada apoyada contra una pared, solo destacan, a través del polvillo, negruzco y grasiento, sus ojos bien abiertos.
El carbón es el material con el que se cocina y se calienta el hogar. Sin él, en ciertos climas invernales, los habitantes fallecen, o se tienen que alimentar como animales. La destrucción de lo que da vida al hogar, lo que lo alumbra, causa su desaparición. Deja de ser un hogar.
Mas el carbón es fruto de una combustión, una previa destrucción. La artista destruye lo que carece de vida, pero que, paradójicamente, vivifica el espacio interior. El carbón mata y anima. Contamina y da luz. Es negro y es una fuente de vida. No se puede destruir, ya que ya es materia muerta. El humo que produce es tan negro y espeso como lo que lo ha despertado.
La carbonera es la antítesis del hogar: espacio apartado, a oscuras, fuente de miedos y temores, poblado de no se sabe qué sombras y fantasmas. Pero el hogar no puede existir sin su negro anverso. El hogar nace de aquélla. La noche, como siempre, da paso al día.
Las sombras forman parte del hogar.
miércoles, 18 de junio de 2014
FRANCESCA PIQUERAS: FORT (FUERTES, 2013)
Sobre esta fotógrafa italo-peruana, que acaba de exponer esta serie, Fort (Fuertes), en París, véase su página web.
Arquitectura del silencio, arquitectura de la ausencia, arquitectura interior: los títulos de las series fotográficas de la joven artista Francesca Piqueras evocan construcciones metálicas abandonadas, roídas por el tiempo, que resisten, sólida, solitariamente, en medio de la naturaleza abierta, ancladas en el tiempo y el espacio (el título de esta última serie es significativo: son arquitecturas defensivas, a la defensiva, hercúleas; el punto de vista adoptado, bajo, a ras del agua, acentúa la monumentalidad, la amenaza y el desamparo que suscitan). Son como grandes estatuas, un ejército petrificado. Algo patéticas también. Parecen vigilantes, otean en todas direcciones, atentas, cuando hace tiempo que nadie las tema ni piensa en ellas. Son de otro tiempo.
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