Francesco de Giorgio: Ciudad Ideal, s. XVI
Fotos: Tocho, La Jolla, Noviembre de 2014
La medicina y la arquitectura han estado siempre asociadas. en Grecia, la figura del dios o semi-dios Asclespio, divinidad médica, hijo del dios de la arquitectura Apolo, o en el Egipto helenizado, el arquitecto del recinto funerario de Saqqara, en el tercer milenio, equiparado a Asclespio, y convertido en una figura que medía y pautaba el espacio y la vida, dan buena cuenta de esta asociación. Mesurar y medicar han sido acciones que han tratado de poner orden, de acotar el espacio y la salud en beneficio de la vida en la tierra.
Cuando el investigador y médico Jonas Salk encargó a Kahn un recinto para que investigadores pudieran vivir e investigar juntos, quería que un proyecto justo y hermoso inspirara y relajara al mismo tiempo a quienes buscaban soluciones para la polio, por ejemplo.
Kahn aceptó el envite. Desde la fuente y la acequia que cruza la esplanada vacía delimitada por los dos acantilados que constituyen las fachadas y parece descender hasta el mar, evocando el curso de la vida, desde el origen hasta la resurrección unida al océano, hasta los pasos cubiertos inspirados en los monasterios cristianos, el conjunto es una relectura del ciclo de la vida.
Esta asociación está estrechamente relacionada con los modelos arquitectónicos asumidos que no son solo espacios conventuales, sino jardines islámicos -una evocación del paraíso- orientados por una acequia. El proyecto de Kahn contemplaba el ajardinamiento del espacio central, mas fue el arquitecto Barragán que sugirió a Kahn que pavimentara la esplanada, dejándola vacía para que mirara al mar, y que el límite de aquélla coincidiera con el horizonte, de modo que el fin del espacio por donde transita la vida se uniera al cielo -o a las aguas matriciales del océano.
Esta relación con el jardín islámico también se descubre en el parecido del conjunto con el proyecto de la embajada norteamericana en Bagdad, de José Luis Sert, construida poco antes, en el que un espacio central atravesado por un curso de agua también desemboca, no en el mar, mas si en el río Tigris, de modo que el agua evoca también tanto el fluir y el ocaso de la vida cuanto su retorno a las aguas originarias.
Un conjunto que, tras más de cincuenta años, mantiene su fascinación y su sentido -y en verdad calma-, quizá incluso lo acreciente, pues constituye un espacio de paz en medio de la creciente urbanización desordenada de la costa californiana gangrenada por la inacabable metrópoli de Los Ángeles.