domingo, 1 de marzo de 2015
ARVO PÄRT (1935): HYMN TO A GREAT CITY (1984/2000)
Luminosa, misteriosa, obsesiva composición de este compositor estonio conocido sobre todo por obras de carácter o función religioso.
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El Apartamento (Galería L21, ARCO, Madrid, Febrero de 2015)
La propuesta es sugerente y parece innovadora. ¿Lo es?
A diferencia de los museos europeos, los museos norteamericanos (y los ingleses, que no son en verdad europeos), se estructuran a partir de lo que denominan "period rooms" (que, en ocasiones, han tentado la museografía europea): son estancias decoradas como salas de palacios o de apartamentos burgueses, casi siempre de un estilo anterior al siglo XX, en los que las obras -pertenecientes a las bellas artes: pintura, dibujo, grabado y escultura, y decorativas: telas, cerámicas, vidrios, muebles, alfombras, tapices, etc.- se disponen como si siempre hubieran formado parte de este entorno. Casi siempre, las paredes y el techo están recubiertos de paneles extraídos de residencias que existieron y fueron demolidas o cuya decoración fue sustituida (como ocurrió, sobre todo, durante la Revolución francesa: de ahí el predominio de decoraciones principescas y nobles de estilo rococó). Los paneles o elementos que faltan -debido a destrucciones o desgastes- suelen ser sustituidos por copias o por paneles compuestos y pintados según el estilo de los paneles, las maderas, las molduras y los marcos originales. Se produce así la siempre extraña sensación de circular en un palacio que no es -el museo suele ser un edificio moderno o contemporáneo-, en interiores que no casan con el volumen, o en decorados -si bien el predominio de decoraciones originales mitiga este efecto. En todos los casos, el efecto es discutible, y las obras pierden importancia al convertirse en objetos decorativos. Se percibe bien que no fueron realizadas para este interior, pese a que se quiere dar esa, errónea, impresión, Esos interiores suscitan un extraño malestar, que no se sabe bien qué lo causa. No son falsos -los elementos y las obras son originales en su mayoría-, formas y fondo están bien armonizados, pero el defecto es falso o hueco, como ocurre en los museos de tradiciones populares que recrean interiores poblados de maniquís travestidos (o disfrazados
El "estand" de la galería posee una ambigua condición: es una instalación, pero también un interior decorado. Los elementos arquitectónicos y el mobiliario componen una idea mental, y al mismo tiempo son un escenario en el que se muestran las obras. Son y no son obras.
Esta ambigüedad podría estar llena de significado.
Mas expresa o denota una peculiar concepción d la arquitectura.
Ésta no es el recipiente del arte. Las obras no se disponen en el espacio (habilitado) como si lo decoraran o lo poblaran. Ya que, si así fueran, no serían verdaderamente necesarias, y, además, serían sustituibles. Se mostrarían como entres prescindibles, intercambiables, sin verdadera presencia.
Las obras no se disponen en un espacio preestablecido, sino que construyen este espacio. Lo generan. Delimitan -con una fronteras invisibles, pero existentes, perceptibles- un espacio en el que se produce lo que cuenta: el encuentro entre el observador -el ser humano- y la obra, ser humano que se humaniza al contemplar la obra, es decir, al estar quieto, al detenerse, morar en el espacio que la obra engendra.
Los templos hinduistas, o las catedrales góticas son buenos ejemplos de esta concepción del espacio. Las tallas, los frescos, los relieves, las vidrieras no decoran interiores sino que forman parte de los mismos. Emanan de las paredes; son las paredes; las columnas, las bóvedas son las tallas y los frescos, y los límites del espacio, que lo configuran, son los que establecen las imágenes. Los frescos de las bóvedas barrocas alteran hasta lo inimaginables los límites físicos. Abren, deforman, multiplican el espacio. Las tallas convierten los pilares en los soportes ideales, divinos del espacio. La columna se vuelva Atlas, Indra o un profeta que sustenta el mundo. La imagen no se adhiere al soporte sino que lo es: y este soporte estructura el espacio. Los muros de pronto se desmaterializan y se convierten en vidrieras, es decir en telas donde se manifiestan, aparecen, en un halo de luz, las figuras del otro mundo que se asoman al nuestro, encarnándose de un modo peculiar, ya que su carne es luz.
Esta relación entre la obra y la arquitectura, que se generan mutuamente -la obra genera la arquitectura la cual asienta la obra en el mundo-, está muy lejos de este decorado, más cercano a Casa Decor que a un templo, que curiosamente, ha sido premiado.
Aunque quizá estemos equivocados, y el mundo, hoy, sea otro.
sábado, 28 de febrero de 2015
El patrimonio de Iraq, hoy
Fotos: Tocho, mayo-junio 2014, almacén cerca de la ciudadela de Erbil (Iraq)
Juzgar sobre el estatuto de las esculturas del Museo de Mosul,
y de una de las puertas del recinto de las murallas de Nínive, destruidas por
el ISIL, a partir de un elaborado video de coreografiadas acciones, es difícil.
En algunos momentos el ánimo se alegra, se respira: destruyen solo copias; mas
al final… En efecto, algunas piezas son obvias copias de yeso, que estallan en
pedazos apenas tocan el suelo y revelan un interior blanco como la cal; otras,
sin embargo, atacadas dificultosamente a martillazos y con taladradoras
eléctricas, son, muy posiblemente, estatuas originales de la cultura parta –que
representan monarcas (divinizados quizá) y no divinidades- o de la ciudad de Hatra,
de influencia romano oriental, como original es el gran león alado guardián de
las puertas de Nínive, el único que permanece en el lugar (otros se hallan en
el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en el Museo Británico de Londres
(expuestos y en las reservas), o en reservas en Bagdad, por ejemplo.
Se trataría del último y más divulgado daño o atentado
contra el patrimonio arqueológico iraquí (amén de las destrucciones de
santuarios chiitas). Los daños empezaron cuando las primeras misiones
arqueológicas a finales del siglo XIX.
Un yacimiento como el de Lagash, explorado por arqueólogos franceses
desconocedores del tipo de restos que podían desenterrar –hechos con ladrillos
de adobe, que se confundían con la arcilla en la que yacían- quedó desfigurado.
El adobe, el material más utilizado en Mesopotamia, se desagrega, por la acción
del viento y las lluvias, apenas se excava. El tamaño de los yacimientos impide
su completa preservación. Por otra parte, las ciudades se edificaron siempre en
un mismo lugar. Los edificios se superponen. El estudio de un nivel requiere,
inevitablemente, la erradicación de niveles superiores, lo que impide que un
yacimiento pueda ser contemplado como una unidad coherente.
Las febriles reconstrucciones llevadas a cabo por Saddam
Hussein en los años ochenta –Babilonia parece, en algunas partes, un parque
temático-, atentas más a la imagen que al rigor y la calidad de los materiales;
las construcciones de descomunales palacios en yacimientos (como ocurre también
en Babilonia), y de estructuras militares (como aconteció en las ruinas de una
capital neo-asiria en el tell de Qasr Shamamok, cerca de Mosul) –previendo que
las potencias occidentales no bombardearían yacimientos arqueológicos –, lo que
no ocurrió, si bien las primeras bombas fueron lanzadas por Saddam Hussein
cuando el fuerte fue ocupado por los kurdos) ; el bombardeo y la utilización
militar de yacimientos por parte de la coalición internacional durante la
Segunda Guerra del Golfo en 2003 –la parte superior del zigurat paleo-babilónico
de Kish fue severa e irremediablemente dañada cuando soldados norteamericanos
excavaron un profundo hoyo para guarecerse de disparos desde el llano
circundante-; los saqueos y las
excavaciones ilegales en yacimientos sin protección (existen unos diez mil
yacimientos en Iraq); los daños provocados por las sucesivas guerras desde los
años ochenta –La base aérea militar cabe Ur, por un lado protege el yacimiento
de saqueos, pero causa daños en la
estructura del zigurat y de las tumbas reales, a causa de las vibraciones de
los aviones a reacción; el tránsito de tanques también afectó la estabilidad de
algunos muros-; los saqueos (robos, daños) que se produjeron en los archivos
(la Filmoteca de Bagdad, por ejemplo), bibliotecas y museos en Iraq tras la
invasión del país en 2003 y que afectaron no solo el Museo Nacional de Iraq en
Bagdad (perdió quince mil piezas y ha recuperado unas siete mil, si bien aún
faltan piezas importantes como una estatua de Gudea, por ejemplo), sino museos
provinciales, como el de Nasiriya, en el sur del país, causados por el hambre (el
embargo empobreció hasta límites insoportables, no a los miembros del régimen,
sino a la clase media y baja) y la codicia; restauraciones apresuradas,
realizadas con medios inadecuados y por técnicos no siempre adiestrados (tras
el aislamiento de Iraq durante el embargo que duró once años) de obras dañadas
(un mal menor, empero, y a veces reparable); el comprensible, humano deseo de
dar la espalda a un recién trágico y doloroso pasado –que solo evoca
destrucción, hambre y humillación-, y la fascinación que despiertan los brillos
de las modernas construcciones en los Emiratos Árabes; y las disensiones entre
facciones religiosas y étnicas, recelosas entre sí, acentuadas por los favores que unas u otras
recibieron por parte del gobierno de Saddam Hussein, y de los poderes
establecidos por los invasores y tras la invasión (la Dirección General de
Antigüedades, en manos expertas, fue transferida de un eficiente Ministerio de
Cultura a un desolador Ministerio de Turismo y Patrimonio, antes de ser
disuelta hace poco) son algunas de las principales causas, directas o no, del
daño o la destrucción del patrimonio de Iraq –patrimonio mesopotámico (sumerio,
acadio, babilónico, asirio, etc.) que es el patrimonio originario de esas
tierras, y no tanto el posterior cristiano y musulmán, provenientes de otras
tierras e implantado a veces a la fuerza- que el ISIL está culminando estos
días.
Agradecimientos a la misión arqueológica de Qasr Shamamok, entre Erbil y Mosul (María Grazia Masetti, Olivier Rouault, Marc Marín, Joan Borrell, Eric Rusiñol, Mireia Durán y otros miembros).
La situación política en Mosul aconsejó severamente no entrar en la ciudad en 2013 y 2014
jueves, 26 de febrero de 2015
En el nombre de Alá (Mosul y Ninive, hoy)
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Algunas estatuas parecen copias de yeso.
Es la única esperanza o consuelo.
Si solo el reloj pudiera retrasarse.
Que el odio -y el deseo de venganza- no nos embargue. Aunque ya no sé.
Algunas estatuas parecen copias de yeso.
Es la única esperanza o consuelo.
Si solo el reloj pudiera retrasarse.
Que el odio -y el deseo de venganza- no nos embargue. Aunque ya no sé.
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miércoles, 25 de febrero de 2015
JEFF WALL (1946): PABELLÓN ALEMÁN (MIES VAN DER ROHE, BARCELONA, 1929) Ó MORNING CLEANING (LIMPIEZA MATUTINA, 1999)
La arquitectura de Mies van der Rohe tiene que existir fuera del tiempo. No acepta, no soporta el paso del tiempo, las huellas -grietas, manchas, desconches- que el tiempo deja. No puede envejecer. Tiene que mostrarse con la misma apariencia que el día en que fue concluida.
La gran fotografía retro-iluminada de Jeff Wall, de 350 cm de ancho, muestra lo que no se muestra, lo que no deja huella: la limpieza del Pabellón alemán que Mies van der Rohe construyó para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 (en verdad, el pabellón fue desmantelado -se trataba de una construcción ferial- y reconstruido en los años 80 por arquitectos españoles, años más tarde del fallecimiento de Mies van der Rohe). Jeff Wall destaca el esfuerzo que implica el mantenimiento del pabellón, esfuerzo que no se puede ver si está bien ejecutado. Limpiar es una ardua tarea que no deja marca. El pabellón solo existe tras este diario ejercicio de maquillaje, que se lleva a cabo, no porque se acumule suciedad, sino para que no se acumule, ya que el pabellón, como toda la obra de Mies van der Rohe, construido con hierro, vidrio y mármol, rechaza lo orgánico, la material, lo que expresa la fugacidad.
Existen dos copias de esta obra. Ninguna en Barcelona
martes, 24 de febrero de 2015
JACQUES RANCIÈRE (1940): ¿CÚAL ES LA FUNCIÓN DE LA OBRA DE ARTE?
Watch Marx Brothers - A Night in Casablanca (1946).avi in Comedia | View More Free Videos Online at Veoh.com
El no siempre claro filósofo y teórico francés de las artes, prestigiado entre estudiosos y defensores de determinadas formas de arte contemporáneo (críticas con las relaciones de poder entre grupos e individuos), Jacques Rancière -pese a la espesura de la escritura, gran escritor "clásico"- sostiene, en uno de sus últimos libros, Le destin des images (La Fabrique éditions, París, 2003), que las imágenes o las formas de arte válidas son las que ni contribuyen al caos general, ni reflejan una imagen ilusoria o dogmáticamente ordenada del mundo (no deben pertenecer al mundo de los Accionistas vieneses, ni al zalamero mundo de Koons), sino que, recurriendo tanto a la palabra cuanto a la imagen -y, por tanto, se expresa en formas de arte tales como el cine o el "collage"-, ponen de manifiesto el carácter absurdo de la realidad trabajosamente construida y presentada siempre como un modelo de sociedad.
Así, para Rancière, una de las primeras escenas de la película Una noche en Casablanca (minuto 3, más o menos), interpretada por los hermanos Marx, constituye un ejemplo paradigmático de la función que la imagen tiene que satisfacer. Un militar se acerca a Harpo. Le pregunta, seca y groseramente qué hace allí, en la calle, con aire desenfadado, apoyado contra un muro. "¿No me replicarás que lo aguantas", le grita el militar. Harpo, mudo, asiente. El militar, violentamente, lo arrastra, separándole de la pared. Y ésta se derrumba. El mudo "decía" la verdad. Las palabras, en cambio, distorsionaban la realidad.
La imagen desvela lo inesperado. Muestra, cómicamente, las grietas de la realidad. Las palabras entran en contradicción con las imágenes. Del choque de ambas surge una imagen compleja que expone el carácter insostenible de una concepción dogmática del mundo. La imagen no es un espejo, o lo es de un modo mágico. Del mismo modo que el espejo de la madrastra expone lo que está no es pese a todos sus esfuerzos, esta escena, sostiene Rancière, muestra que el mundo que nos hemos construido es un decorado. Éste se derrumba cuando no debería o, mejor dicho, cuando no es concebible que se cayera. La imagen es la que revela lo que no queremos que ocurra, lo que no queremos ver.
Una concepción curiosa -pero sin duda cierta- de la función del arte de la imagen, capaz de hacer saltar la lógica -ficticia- sobre la que se apoya lo que hemos construido sin ver su sin-sentido.
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