domingo, 1 de marzo de 2015

El Apartamento (Galería L21, ARCO, Madrid, Febrero de 2015)







 A partir de un modesto comentario de los filósofos franceses Deleuze y Guattari, en su obra ¿Qué es la filosofía?, publicado en 1991, que concluye con una breve reflexión sobre lo que es la arquitectura, según la cual ésta es la primera arte ya que es el espacio que acoge a todas las demás artes, que no tendrían "lugar" sin la previa y fundacional presencia de la arquitectura, una galería de arte contemporánea ha obtenido un premio en la feria ARCO de 2015, que concluye hoy, gracias a lo que se presenta como singular propuesta: la galería ha sido transformada -o decorada- como un piso de coleccionista en el que se disponen las obras a la venta. El espacio expositivo se titula El apartamento. Un lugar aparte, que quiere ser distinto.
La propuesta es sugerente y parece innovadora. ¿Lo es?
A diferencia de los museos europeos, los museos norteamericanos (y los ingleses, que no son en verdad europeos), se estructuran a partir de lo que denominan "period rooms" (que, en ocasiones, han tentado la museografía europea): son estancias decoradas como salas de palacios o de apartamentos burgueses, casi siempre de un estilo anterior al siglo XX, en los que las obras -pertenecientes a las bellas artes: pintura, dibujo, grabado y escultura, y decorativas: telas,  cerámicas, vidrios, muebles, alfombras, tapices, etc.- se disponen como si siempre hubieran formado parte de este entorno. Casi siempre, las paredes y el techo están recubiertos de paneles extraídos de residencias que existieron y fueron demolidas o cuya decoración fue sustituida (como ocurrió, sobre todo, durante la Revolución francesa: de ahí el predominio de decoraciones principescas y nobles de estilo rococó). Los paneles o elementos que faltan -debido a destrucciones o desgastes- suelen ser sustituidos por copias o por paneles compuestos y pintados según el estilo de los paneles, las maderas, las molduras y los marcos originales. Se produce así la siempre extraña sensación de circular en un palacio que no es -el museo suele ser un edificio moderno o contemporáneo-, en interiores que no casan con el volumen, o en decorados -si bien el predominio de decoraciones originales mitiga este efecto. En todos los casos, el efecto es discutible, y las obras pierden importancia al convertirse en objetos decorativos. Se percibe bien que no fueron realizadas para este interior, pese a que se quiere dar esa, errónea, impresión, Esos interiores suscitan un extraño malestar, que no se sabe bien qué lo causa. No son falsos -los elementos y las obras son originales en su mayoría-, formas y fondo están bien armonizados, pero el defecto es falso o hueco, como ocurre en los museos de tradiciones populares que recrean interiores poblados de maniquís travestidos (o disfrazados
El "estand" de la galería posee una ambigua condición: es una instalación, pero también un interior decorado. Los elementos arquitectónicos y el mobiliario componen una idea mental, y al mismo tiempo son un escenario en el que se muestran las obras. Son y no son obras.
Esta ambigüedad podría estar llena de significado.
Mas expresa o denota una peculiar concepción d la arquitectura.
Ésta no es el recipiente del arte. Las obras no se disponen en el espacio (habilitado) como si lo decoraran o lo poblaran. Ya que, si así fueran, no serían verdaderamente necesarias, y, además, serían sustituibles. Se mostrarían como entres prescindibles, intercambiables, sin verdadera presencia.
Las obras no se disponen en un espacio preestablecido, sino que construyen este espacio. Lo generan. Delimitan -con una fronteras invisibles, pero existentes, perceptibles- un espacio en el que se produce lo que cuenta: el encuentro entre el observador -el ser humano- y la obra, ser humano que se humaniza al contemplar la obra, es decir, al estar quieto, al detenerse, morar en el espacio que la obra engendra.  
Los templos hinduistas, o las catedrales góticas son buenos ejemplos de esta concepción del espacio. Las tallas, los frescos, los relieves, las vidrieras no decoran interiores sino que forman parte de los mismos. Emanan de las paredes; son las paredes; las columnas, las bóvedas son las tallas y los frescos, y los límites del espacio, que lo configuran, son los que establecen las imágenes. Los frescos de las bóvedas barrocas alteran hasta lo inimaginables los límites físicos. Abren, deforman, multiplican el espacio. Las tallas convierten los pilares en los soportes ideales, divinos del espacio. La columna se vuelva Atlas, Indra o un profeta que sustenta el mundo. La imagen no se adhiere al soporte sino que lo es: y este soporte estructura el espacio. Los muros de pronto se desmaterializan y se convierten en vidrieras, es decir en telas donde se manifiestan, aparecen, en un halo de luz, las figuras del otro mundo que se asoman al nuestro, encarnándose de un modo peculiar, ya que su carne es luz.
Esta relación entre la obra y la arquitectura, que se generan mutuamente -la obra genera la arquitectura la cual asienta la obra en el mundo-, está muy lejos de este decorado, más cercano a Casa Decor que a un templo, que curiosamente, ha sido premiado.
Aunque quizá estemos equivocados, y el mundo, hoy, sea otro.




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