viernes, 17 de marzo de 2017

LIFE WITHOUT BUILDINGS: NEW TOWN (2001)



Sobre este disuelto grupo escocés, sólo queda esta página web

Ruinas

"Las ruinas son renegadas por quienes cuya vida ya no es más que una ruina de la que nada subsistirá si no es el recuerdo de un escupitajo."

(Benjamin Peret, "Ruines: Ruines des Ruines", Minotaure, 12-13, 1939, p. 59)

jueves, 16 de marzo de 2017

LUCA ANTIGNANI (1976): AZULEJOS (2014)






https://soundcloud.com/user2996267/azulejos-2014


Escucha legal

Sobre este compositor italiano véase su página web. Véase también esta página

Hormigón

"Tenemos que prohibir el hormigón de nuestras casas. Es indispensable. No hay duda sobre eso. Este esclavo doliente, esos hierros retorcidos nos enferman. La neurastenia en las ciudades sigue la curva de las construcciones de hormigón."

(Henri Michaux, Mesure, 2, 1936)

miércoles, 15 de marzo de 2017

Estatuaria arcaica griega







Nota: Texto para una publicación sobre el Discóbolo, editado por Planeta, Barcelona, 2017


CUANDO LAS ESCULTURAS DESCENDIERON DEL PEDESTAL
Estatuaria arcaica griega, siglos vii-vi a.C.


El mito: el héroe Dédalo y el origen de la estatuaria
Cuando Dédalo, huyendo de la ciudad de Atenas, llegó a la corte del rey Minos en Creta, este ya sabía de las habilidades del héroe. Dédalo estaba emparentado con la familia real ateniense. Era un artista o un mago: practicaba las artes de la escultura, la arquitectura y la joyería, pero también las malas artes. Su nombre significaba «habilidoso», experto en técnicas artísticas. Pese a su ingenio, fue su sobrino Perdix, que trabajaba para él, quien inventó tres útiles que harían fortuna: el compás, el torno y la sierra. Con el primero se podían tomar y trasladar medidas, lo que permitía realizar proyectos muy precisos; el torno, por su parte, permitía modelar cualquier forma hasta la perfección. La sierra, que inventó a partir de las fauces de un tiburón que halló en una playa, escindía las formas que el compás había silueteado; también tallaba madera, el material básico de la arquitectura arcaica. Celoso por los descubrimientos, Dédalo asesinó a su sobrino; pese a formar parte de la realeza, tuvo que escapar de la ciudad antes de que fuera a ser condenado.
Minos acogió y protegió a Dédalo a cambio de trabajos que solventaran problemas casi insolubles, como la certera defensa de la isla ante los posibles ataques de Atenas. El tamaño de la isla exigía guardas de los que Minos no disponía. Dédalo se inspiró en unas obras del dios herrero Hefesto, quien adquirió los conocimientos necesarios para la fundición de los metales de unas divinidades enanas antiquísimas, los telquines. Hefesto construyó los resplandecientes palacios de los dioses olímpicos, y forjó numerosos autómatas que se desplazaban a voluntad para atender la corte celestial y las necesidades de su propia forja.
Dédalo construyó un autómata gigantesco llamado Talos. Este héroe de bronce, alto y macizo como una torre de vigía, estaba montado sobre ruedas y se desplazaba a toda velocidad; rodeaba la isla tres veces al día sin detenerse ni quedarse sin aliento. Se trataba de un oteador perfecto. Impedía que la isla fuera tomada y también cortaba el paso a quien quisiera abandonar la corte de Minos.
Los griegos de la época clásica consideraban a Dédalo el primer arquitecto y el primer escultor. Según el autor tardío Diodoro de Sicilia (Biblioteca IV, 76, 1-6), su fama era tal que le fue erigida una estatua en un templo de Egipto a la que se rendía culto. Los griegos sabían de la relación entre las artes griegas y egipcias, por lo que pensaban que Dédalo había obrado también en Egipto:
«Dédalo era de origen ateniense […]. Sobrepasó a todos los hombres gracias a su talento. Se dedicó sobre todo a la arquitectura, la escultura y la talla de bloques de piedra […]. Destacó tanto en la estatuaria que los mitólogos pretendían que las estatuas de Dédalo eran totalmente parecidas a los seres vivos, que veían, se desplazaban, en una palabra, que poseían el porte de un cuerpo viviente. Dédalo fue el primero en realizar estatuas con los ojos abiertos, las piernas separadas, los brazos extendidos […]. Sin embargo, fue condenado al exilio a causa de un crimen que cometió».
El «gremio» de los constructores y escultores de la Grecia antigua estaba bajo la advocación de Dédalo. Los arquitectos de catedrales medievales, unos mil setecientos años más tarde, recuperaron esta figura pese a que no era un «santo» (en todos los sentidos de la palabra) sino un héroe pagano: tal era su prestigio y el perdurable recuerdo de las obras cuya invención se le atribuía.
La asociación entre Dédalo y el origen de la estatuaria causa extrañeza hoy. Aunque nuestra mirada sobre las imágenes miméticas está condicionada por los logros de las imágenes virtuales y requerimos de un grado de ilusionismo que solo la informática brinda para creer en la vida lo que las pantallas muestran, nos cuesta asumir que los griegos juzgaran las obras de Dédalo como obras vivientes, ilusoriamente vivas, semejantes a los humanos o confundidas con estos, pese a que la credulidad de los antiguos griegos tenía un listón mucho más bajo que el existente en la actualidad. Parece una paradoja que los griegos asociaran a Dédalo con un tipo particular de estatuas: las figuras naturalistas. Una estatua «dedálica» era, para un erudito griego, una obra de un tiempo pretérito, la edad de los héroes de bronce, muy anterior a la de los hombres. El sustantivo daidala designaba toda obra humana o sobrehumana que sugiriera vida, movimiento; obra que pareciera tener vida propia, insuflada por el mago Dédalo. En época clásica, se le atribuía la autoría de la estatuaria originaria, precisamente por la admiración que sus figuras suscitaban. Eran obras dignas de un habilidoso tallista capaz de animarlas. Entre estas estatuas destacaban tanto las primeras efigies de madera o de bronce, del siglo viii a.C., como las primeras estatuas arcaicas de tamaño natural, talladas en piedra o mármol, o fundidas en bronce, entre el advenimiento de las ciudades en el siglo vii a.C. y la victoria sobre los persas durante las Guerras Médicas a principios del siglo v a.C.

martes, 14 de marzo de 2017

Abstracción

"Un proyecto absurdo: representar lo real. ¿Durero, Leonardo de Vinci, Seurat? Una prodigiosa inocencia erudita. Nuestro siglo [XX] ha podido con este creencia cándida. La abstracción no es quizá más que simple prudencia, la consecuencia natural extraída de nuestra conciencia de la imposibilidad de figurar el mundo."

(Pierre Schneider: Les dialogues du Louvre, 1972)

lunes, 13 de marzo de 2017

Babel






El MuCEM de Marsella -un delirante edificio envuelto en una celosía inútil, construido hace un par de años en medio del puerto- presenta una exposición turbadora sobre el mito bíblico de la Torre de Babel. Además de algunas poderosas imágenes como un conocido grabado del siglo de las luces francés, del arquitecto Boullée, que muestra una torre troncocónica infinita por cuya rampa en espiral ascienden personas cogidas de la mano que parecen abrazar el monumento, la exposición plantea una serie de preguntas, siendo la principal: ¿fue la multiplicación de las lenguas con la que Dios castigó a la humanidad que levantaba la Torre para alcanzar el cielo un mal, ya que los hombres incapaces de comunicarse dejaron de apilar ladrillos?
La exposición plantea que la multiplicidad de lenguas obligó, por el contrario, a reconocer al otro y a esforzarse en reconocerlo y a entenderlo. El verdadero diálogo no se daría entre personas que hablan un mismo idioma sino entre quienes buscan aquellas palabras acompañadas de gestos y expresiones adecuados que mejor "traduzcan" lo que se quiere comunicar, que mejor se adapten a la comprensión del otro. La diversidad de lenguas obliga a un esfuerzo que no da nada por hecho y a una cierta contención por miedo a herir al otro o a ser incomprendido. Atendemos con cuidado a su cara para ver si nos entiende y qué entiende. 
La lengua es un medio para reconocer que somos distintos pero iguales, es decir que tenemos una individualidad pero que aceptamos compartir ideas, creencias y sentimientos buscando maneras de ponerlos al alcance del otro. No pensamos en nosotros mismos, no nos hacemos fuertes en nuestras creencias, sino que tratamos de ponernos en el lugar del otro, buscando qué y cómo podemos compartir. Una legua común facilita en apariencia la comunicación pero da por supuesto demasiados puntos de vista por lo que uno acaba callando, sin compartir nada. Una lengua común puede dar lugar a una comunicación silenciosa, pero ¿por qué esforzarse en traducir, comentar, lo que uno siente si sabe que el otro siente lo mismo o expresaría lo mismo -solo podemos juzgar y compartir lo que verbalizamos con signos, con gestos, sonoros o visuales?.
El mito de la Torre de Babel funda a la humanidad, establece comunidades humanas que deberán esforzarse en conunicarse, en poner en común lo que saben y lo que sienten, en comparar e intercambiar su visión del mundo, buscando puntos, espacios de encuentro, y aceptando que no podremos llegar a comprender enteramente otros puntos de vista, lo que infunde cierto respeto, obligándonos a respetar silencios o expresiones que no entendemos pero que aceptamos, aceptando que cada uno tiene derechos, asumiendo la diferencia, la diversidad. 
Las palabras traducidas son al mismo tiempo una pérdida y una ganancia. Se pierden matices pero aparecen otros que enriquecen la visión del mundo. Nadie podrá poseer todos los matices. Nadie puede conocer todas las lenguas, vivirlas como propias. Es decir nada puede imponerse considerándose por encima de los demás pues sabe que otros poseen conocimientos intraducibles que infunden respeto, y admiración. Se sabe que podemos aprender del otro, que el intercambio es necesario y posible con sumo cuidado.
Una hermosa, compleja y a veces confusa -babélica- exposición sobre la aceptación de la humana condición.