sábado, 23 de enero de 2021

FRANK AUERBACH (1931): LONDRES EN RUINAS

 























El pintor alemán judío Frank Auerbach, huido de niño a Inglaterra e instalado desde entonces en Londres -considerado el mejor pintor británico vivo, tras el fallecimiento de Lucien Freud- quedó impresionado por las ruinas de la ciudad severamente bombardeada por la aviación alemana durante la Segunda Guerra Mundial.
Mas, lejos de lamentarse por las destrucciones, añorar el Londres anterior a la Guerra, u horrorizarse por la reconstrucción desordenada, que no parecía obedecer a plan alguno -casas que se levantaban en medio de solares yermos abandonados durante los años cincuenta y parte de los sesenta del siglo pasado-, una ciudad parcheada, con cicatrices que no curaban, un territorio compuesto de altos y de profundidades, edificios junto a profundos hoyos causados por las bombas, a Auberbach le fascinó la ciudad convertida en un paisaje arisco, abrupto, herido, con picos y abismos, calles rehechas y senderos de tierra sin salida, muy lejos de las ciudades uniformemente construidas, con calles bien alineadas y edificios semejantes, de vidrio y hormigón -aún hoy, el noreste de Londres, cerca de la ciudad olímpica ofrece una imagen parecida de sendas, casas abandonadas o tapiadas, solares yermos junto a campos cultivados, y casas aisladas insólitamente vivas.
Auberbach, inspirado por Soutine, de Kooning y, anteriormente, por Rubens, retrató una ciudad destruida, sombría en sus inicios, sin caer en la nostalgia ni en la poética de las ruinas: una ciudad convertida en un amasijo de volúmenes y materiales insólitamente armonizados gracias a las tramas que descubre entre los restos y que pone en evidencia gracías a gruesas pinceladas que construyen y descubren, hieren las construcciones al mismo tiempo que las sostienen, unos extraños andamios que revelan edificios heridos pero aún en pie; una ciudad que emerge de gruesas capas informes de pintura barridas - contenidas, construidas- por una red inconexa de gruesas líneas.  

Próximamente, una parte de esta serie se podrá ver en una exposición antológica en una galería de arte en Londres, una ciudad en la que ya no podremos ir más.

jueves, 21 de enero de 2021

MARTHA DIAMOND (1944): PAISAJES URBANOS (BOWERY, NUEVA YORK)

 











































Desde este primer cuadro, justo encima, titulado Emplazamiento (Location), la pintora norteamericana Martha Diamond ha retratado una y otra vez el barrio de Bowery en Nueva York.

Bowery....

Corría el año 1990. Unos amigos habíamos subalquilado un "loft", al parecer encantador y bohemio, a unos conocidos que, a su vez, lo habían alquilado a la célebre fotografa Nan Goldin, cuya serie La Balada de la Dependencia Sexual, compuesta por fotografías saturadas de color de amigos yonquis y mujeres maltratadas, echados en sucios camastros, se había producido en este piso.

El piso, muy amplio, no ventilaba. Ratas, chinches y piojos campaban a sus anchas, entre muebles sacados de contenedores, bajo matamoscas negruzcas colgadas del techo, bien adheridos al suelo debido a la pegajosa mugre que lo recubría, aunque en el piso superior, el pintor e ilustrador Perico Pastor vivía y trabajaba en un local impóluto. 

El local estaba a tono con el barrio. Al lado del edificio, un solar vacío estaba poblado por ratas de tamaño gatuno. Del otro lado, un "deli" -una tienda de ultramarinos- se asemejaba a las puertas que llevaron a Dante a los infiernos. Enfrente, un local del Ejército de Salvación, y apenas unos metros más arriba, el mítico antro de música "indie", el CBGB, célebre por las capas de grafitis en las indescriptibles paredes de los sanitarios, donde solían tocar Blondie, los Ramones y Patti Smith -hoy, el local, desmontado, es una codiciada pieza museística del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET). Cada noche, patrullas de policia -que nos dejaban pasar, imperturbables-, bajo potentes focos deslumbrantes, arrestaban a traficantes de droga, los brazos en alto, de pie contra la pared, mientras mendigos en las últimas dormitaban sobre colchones extendidos en la acera. Hoy, Bowery es un barrio vegano que acoge el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York.

Éste es el barrio que, en los años setenta y sobre todo ochenta, la artista Martha Diamond ha retratado, con gruesas pinceladas aceitosas, que evocan bien a la vez la suciedad y la fascinación -la ya borrosa añoranza- que el barrio desprendía -un verbo muy adecuado para describir lo que emanaba de este distrito, en la parte baja de la Tercera Avenida.    

Una exposición en una galería de arte de Nueva York celebra la visión y la vitalidad de esta obra, y un homenaje a la ciudad.



(A Encarna y Nuria)

miércoles, 20 de enero de 2021

PAUL VALÉRY (1871-1945): NO ME GUSTAN LOS MUSEOS (1923)

Nota: 

Paul Valéry no conoció la profusión de museos de arte contemporáneo que sacralizan obras apenas creadas, sin dejar que el tiempo las juzgue, porque tememos que el tiempo las juzgue -y descubramos nuestra desnudez.

En ocasiones, se cuenta en voz baja el desamparo de directores de museos de arte contemporáneo ante reservas y depósitos cada vez más llenos de instalaciones que nunca más saldrán a la luz, convertidos en tumbas y cenotafios lastrados de ofrendas a no se sabe quién.


EL PROBLEMA DE LOS MUSEOS

Paul Valéry

 

No me gustan demasiado los museos. Hay muchos admirables, con nada deleitable. Las ideas de clasificación, conservación y utilidad pública, que son justas y claras, tienen poca relación con los deleites. Al primer paso que doy hacia las cosas bellas, una mano me arranca el bastón, un rótulo me prohíbe fumar. Enfriado ya por el gesto autoritario y el sentimiento de coerción, penetro en alguna sala de escultura donde reina una confusión fría. Un busto asoma deslumbrante entre las piernas de un atleta de bronce. Calma y violencias, sonrisas, pasmos, contracciones y los más forzados equilibrios componen una impresión insoportable. Estoy en un tumulto de criaturas congeladas donde cada una pide, sin obtenerla, la inexistencia de todas las demás. Y eso sin hablar del caos de magnitudes sin medida común, de la mezcla inexplicable de enanos y gigantes, ni siquiera del resumen de la evolución que nos ofrece semejante asamblea de seres perfectos e inconclusos, mutilados y restaurados, monstruos y caballeros… Dispuesta el alma a cualquier pena, me adentro en la pintura. Ante mí se despliega en silencio un extraño desorden organizado. Soy presa de horror sagrado. Mi paso se vuelve reverente. Mi voz cambia y se coloca algo más alta que en la iglesia, pero un poco más baja que en los asuntos ordinarios de la vida. Pronto dejo de saber a qué he venido a estas soledades enceradas, con algo de templo y de salón, de cementerio y de escuela…