Neues Museum
Foto: Tocho, julio de 2011
(Versión de un texto publicado en la revista Altaïr: Berlín. Siempre en vanguardia, nº 76, 2012, ps. 50-59).
Agradecimientos a Pepe Verdú, y a Marc Marín.
Berlín no posee monumentos antiguos, catedrales góticas,
palacios barrocos, parques salpicados de falsas ruinas románticas, como Roma,
Londres o París, ni deslumbrantes muestras
de la más delirante arquitectura del siglo XX, como los rascacielos de Chicago
y Nueva York. Berlín es una ciudad relativamente moderna, convertida en la
capital de un estado en el siglo XIX, arrasada hasta sus cimientos hace setenta
años, y levantada de nuevo.
Pero Berlín posee el mayor número de grandes museos, de muy
distinto tipo, que quepa imaginar. Un visitante podría pasar varios días
pisando la calle solo para desplazarse de museo en museo; y, aún así, apenas
tendría la necesidad de recorrer la ciudad, pues cinco de los grandes museos se hallan
concentrados en la llamada Isla de Museos, situada, en efecto, en una isla del
río Spree.
Museos públicos y privados (Colección Boros expuesta en un
bunker), generalistas (Kulturforum ) y monográficos (Museo Käthe Kollwitz, dedicado
a la mejor autorretratista del siglo XX; Museo del movimiento expresionista Brücke),
dedicadas a las artes del remoto pasado (Museos Pergamon, Neues, Altes, Bode) y
del presente más actual (Hamburger Bahnhof, Neue Nationalgalerie dedicada al
arte del s. XX) , occidentales y de
otras culturas, orientales y “primitivas” (Museo Etnológico, Museo de Arte
Asiático), exclusivamente alemanes (Altes) e internacionales (Gemäldegalerie), artísticos
(artes, artesanía y diseño industrial: Museo Bröhan, Bauhaus-Archiv), históricos
(Museo de la Historia Germánica, Memorial del Muro de Berlín), científicos y
etnográficos; museos con colecciones
permanentes y centros de exposiciones temporales (Martin-Gropius-Bau); la
oferta cubre casi todas las manifestaciones del quehacer humano: signos de
grandeza, o de bajeza, de horror (Topología del Terror, Museo del Muro,
Memorial del Muro, Museo de la Stasi); museos que cantan el ingenio, el buen
hacer, la creación humana, o que expían la destrucción (Museo Judío, Memorial de
los Judíos Asesinados en Europa).
Berlín quiso dominar del mundo, conquistándolo y saqueándolo a finales del
siglo XIX y en la primera mitad del s. XX. Lo logró, aunque no necesariamente por medio
de la violencia: hoy, el mundo se refugia en los museos, los centros de
creación, los espacios, en ocasiones, ocupados (Radialsystem, o los antiguos talleres de reparación de
trenes de la RAV, en Revaler Strasse), las bibliotecas, los archivos, las
universidades, las salas de concierto (admirables los edificios de Hans Scharoun),
edificios y conjuntos de grandes arquitectos del siglo XX (Le Corbusier,
Gropius ), de Berlín; Berlín, convertida, para muchos, en una de las ciudades
más atractivas y económicas de Europa, más libre y en las que la creación está
menos legislada.
Esta concentración de bienes artísticos no es casual, aunque
sorprende, porque se efectuó tardíamente y en poco tiempo, habiendo quedado,
por otra parte, afectada por la historia alemana del siglo XX: la destrucción
de Berlín y de una parte de los bienes que atesoraba, como el bombardeado y
quemado Museo dedicado a la ciudad mesopotámica de Tell Halaf (cuyas grandes
estatuas de basalto, intactas, que representaban a dioses y reyes, fueron
llevadas de Siria a Berlín para protegerlas supuestamente de la incuria, y estallaron
durante un bombardeo en 1943, aunque han podido ser reconstruidas parcialmente
hoy), y la partición y ocupación de la ciudad durante cincuenta años, por parte
de las cuatro potencias victoriosas, con la consiguiente división de los bienes
artísticos; algunos, tomados como botines de guerra, desaparecieron para
siempre, aunque descubrimientos y devoluciones recientes (como el tesoro
arqueológico de Schliemann) no impiden soñar que tesoros siguen escondidos en
almacenes o desvanes .
Cuando Berlín se convirtió en la capital de un imperio
unificado, en 1871, la mayor parte del mundo no occidental (África y Extremo Oriente) estaba ya en manos
británicas y francesas. La creación de colonias europeas –aparte de las
colonias iberoamericanas, fundadas en el s. XVI- había empezado a finales del
siglo XVIII. Alemania necesitaba colonias si quería rivalizar con las grandes potencias
occidentales. Solo quedaba el Próximo
Oriente, en manos de un decadente Imperio Otomano, cuya disgregación se
aceleraba por las rivalidades internas entre turcos y árabes a los que solo la
religión unía. Alemania se alió al
Imperio Otomano, para apuntalarlo, obteniendo a cambio la posibilidad de
explorarlo y explotarlo. Las tierras y culturas citadas en la Biblia, como
Asiria y Babilonia, ambas semitas –y, por tanto, poco apreciadas por los turcos-,
estaban a disposición de los alemanes. El
mismo emperador financió expediciones que tenían como fin obtener piezas
arqueológicas con las que dotar los recién creados museos, dignos de una nueva capital
imperial mundial. Berlín tenía que competir con el Museo del Louvre de París y
el Museo Británico en Londres. Las ruinas de Asur, la capital del Imperio
Asirio, y de Babilonia, una de cuyas puertas, y cuyo paseo procesional,
delimitado por altos muros recubiertos de ladrillos vitrificados con relieves
de animales sagrados babilónicos, libraron sus riquezas transportadas a Berlín.
Por otra parte, El Próximo Oriente antiguo
también había acogido a pequeños reinos,
como el reino de Tell Halaf, a colonias griegas de la costa jonia (como
Halicarnaso o Mileto, algunos de cuyos principales monumentos fueron también
trasladados y remontados en lo que se convertiría en el Museo de Pérgamo), y a reinos
orientales marcados por la cultura helenística, como Pérgamo, uno de cuyos
grandes altares sacrificiales dedicados a todos los dioses, recubiertos de
pesados relieves que narran las luchas entre divinidades, fue también llevado a
Berlín y remontado (primando, desdichadamente, la visión de los relieves y no
la forma íntegra del altar): todos libraron piezas excepcionales.
La afluencia de obras, casi todas de culturas antiguas
procedentes de colonias o de territorios controlados y explorados por los
alemanes, llevó a la creación, en el centro de Berlín, de la llamada Isla de
los Museos, centrada alrededor del Museo Pérgamo. Se construyeron cinco museos
dedicados a colecciones arqueológicas y de arte alemán.
Desde la
reunificación alemana (que se suponía iba a doblar los presupuestos del estado)
y de las colecciones (divididas, tras la Segunda Guerra Mundial entre la
Alemania Federal –que construyó sus propios museos berlineses- y la Alemania
oriental), la Isla de los Museos, que
habría sufrido durante la Guerra, y no había podido ser restaurada
adecuadamente durante la Guerra Fría (los edificios aun no rehechos,
ennegrecidos, siguen marcados por huellas de metralla), ha sido enteramente
replanteada.
Varios museos ya han sido completados. Destaca el Altes
Museum, ubicado en un edificio neoclásico de K.F. Schinkel (muy dañado durante
la Guerra, y reconstruido en 1966), construido alrededor de una rotonda que
alberga una colección de estatuario greco-latina, dedicado a las colecciones clásicas.
Sin embargo, por ahora la joya de la corona es el Neues
Museum, abandonado desde el final de la guerra, tras un incendio. Ha sido salvado,
siguiendo un criterio admirable, por el arquitecto inglés David Chipperfield:
las heridas no se han borrado. Dedicado al arte egipcio, como lo había sido
antes de la Guerra, y a la arqueología celta y del norte de Europa (con los
fondos del antiguo Museo de la Prehistoria) –la unión de las colecciones
egipcia y celta no da lugar a una nueva colección armónica, empero-, se muestra como una obra de arqueología
moldeada por el tiempo y la historia: un envoltorio que no camufla sus heridas,
y entre cuyas paredes vuelve a brillar
el arte egipcio del periodo amarniense: las exangües máscaras funerarias de
yeso de Akhenaton y su familia, así como
el deslumbrante busto de su esposa Nefertiti , encapsulado, en su fascinante
ensimismamiento, en una pequeña rotonda.
La inteligencia con las que se han planteado la
reconstrucción y ampliación del edificio (Premio de Arquitectura Contemporánea
de la Unión Europea Mies van der Rohe 2011) y el despliegue de las colecciones,
quizá también destaque en la laboriosa restauración de la pieza central de la
isla de los Museos, iniciada este año, según un proyecto que el arquitecto O.M.
Ungers, fallecido en 2000, no ha visto completado: el Museo Pérgamo. Cuando las
faraónicas obras concluyan (hacia el año 2015), el Museo –muy necesitado de una
reconversión y actualización museográfica- estará enteramente dedicado al arte
oriental antiguo. Seguirá presentando una buena colección de arte mesopotámico,
desde el IV milenio hasta las invasiones árabes en el s. VII dC, pasando por
Asiria, Babilonia, el imperio hitita y los reinos siro-cananeos, en la que las imponentes
murallas y la puerta de Babilonia, en el centro del museo, no dejarán de
fascinar a los visitantes (pese a que son muestras de un arte mesopotámico
tardío, técnicamente irreprochable, pero algo frío o chillón), guiándolos por un
recorrido a través de los orígenes de la cultura.
Desde el Museo Pérgamo, una serie de paseos cubiertos enlazarán
todos los museos de arte antiguo de la isla, configurándolos como las distintas
estancias de un gran conjunto, salpicado de jardines, plazas y paseos, abiertos a todos los transeúntes,
dotado de una nueva entrada, aún por edificar.
El sueño del paseo procesional de Babilonia se extenderá a todo el
centro cultural de Berlín. Todas las vías confluirán hacia el Museo Pérgamo,
como si la historia naciera en él, convertido en el centro de la ciudad, en su
origen.
Bibliografía:
BILSEL, Can: Antiquity on Display. Regimes of the Authentic in Berlin´s Pergamon Museum, Oxford University Press,
2012: una historia de cómo el museo ha construido un sueño, ligado al gusto
colonialista de Europa por Oriente, y no una reconstrucción fidedigna de
monumentos.
CHIPPERFIELD, D., FRAMPTON, K., KEATES, J.: Neues Museum, Berlin, Walther Konig,
Colonia, 2010: una presentación y evaluación de los criterios de restauración
aplicados en este museo. Con fotografías de la fotógrafa y artista Candida
Hofer.
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