lunes, 5 de marzo de 2012

Teoría del arte: arquitectura y arte decorativo, arte verdadero

Hasta el siglo XVIII, el arte occidental, desde la remota antigüedad, cumplía dos funciones: era útil y expresivo. Servía, por un lado, para ayudar al ser humano en el mundo y, por otro, permitía que el artista o el artesano ofreciera un punto de vista sobre el mundo, es decir, se "expresara", o permitiera que el mundo se mostrara ordenado.
La función utilitaria era primordial. El arte tenía como finalidad ordenar el mundo y lograr que éste fuera más amable y estuviera al servicio del ser humano. De este modo, el arte introducía pautas, ordenaba, componía, por lo que habilitaba un espacio para que dejara de estar presa del caos y fuera habitable.
El arte mayor, o único, era la arquitectura, ya que gracias a ella, se ordenaba y se delimitaba o acotaba un lugar, en el que los humanos podían vivir. La tierra se cultivaba, la cultura la transformaba. Ésta pasaba de ser un espacio agreste, inhóspito a convertirse en un lugar acogedor.
El resto de las artes se ponían al servicio de la arquitectura. La pintura, la escultura, la música, la poesía invadían el espacio (como lo hacían los frescos y las estatuas insertas en hornacinas, y los cánticos que resonaban en los espacios, logrando que los humanos se dieran cuenta de dónde se hallaban), y lo dotaban de atributos a fin que fuera más acogedor. Se trataba de verdaderas artes decorativas: introducían o contribuían a introducir decoro en el mundo: así, éste se dotaba de sentido, se hacía sensato y, por tanto, facilitaba la vida, que la vida prendiera.

Como escribe el teórico de las artes francés Rancière:

"el único arte verdadero es (...) el arte pretendidamente aplicado, el que se aplica a la construcción y a la decoración de edificios, el arte que atiende a la vida, que sirve para abrigarla, y a expresarla (...) Solo hay, según Ruskin, un arte, la arquitectura que construye moradas para los hombres, los pueblos y los dioses" (Aisthesis. Scènes du régime esthétique de l´art, Galilée, París, 2011, p. 168)

Por otra parte, todas las artes permitían que el hacedor expresara su visión o concepción del mundo. O, mejor dicho, permitía que el mundo se mostrara, se "expresara" como un todo arnmonioso, un lugar apto para la vida. El orden que el arte otorgaba se probaba, se reflejaba en las artes imitativas. Así, éstas "idealizaban" el mundo, mostrando cómo éste se había convertido, por la acción artística, por el hacer del hombre, en un lugar acogedor, en el que el hombre podía, y gustaba morar. El arte era el medio a través del cual el espacio indefinido, y amenazador, carente de límites y cualidades, se metamorfoseaba en un lugar recoleto: un espacio interior e íntimo, en el que el ser humano se proyectaba, se instalaba y se veía reflejado.

Mas, a partir, del siglo XVIII, los artistas y artesanos quisieron, por un lado, producir obras de arte autónomas y no al servicio de la arquitectura, y, por otro, condenaron, lógicamente, la función decorativa del arte. Éste solo podía estar al servicio de la expresión del artista (y no tanto del mundo que se revelaba a través la mano y el ojo, la imaginación y el buen hacer del hacedor).
 El arte, así, dejaba de tener "sentido". Su función básica, la composición, la "habilitación" del espacio, era abandonada. El arte ya no servía para nada. Ni formaba (el mundo y las mentes), ni educaba.
Pronto, se descubrió que existían nuevas maneras de reflexionar sobre el mundo. La filosofía, las ciencias sociales, eran medios más adecuados para diseccionar el espacio.  Las artes eran insuficientes; a menos que se convirtieran en enunciados filosóficos. A costa del arte.
 

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