lunes, 26 de agosto de 2013

JOAN M. VIADER (1953) & JOSEP FUSES (1954): EDIFICIO DE ACOGIDA DEL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE AMPURIAS (2007-2014)





































Nota: el edificio no está aun concluido. Queda el equipamiento interior y algún muro exterior para delimitar el espacio de salida.

El yacimiento arqueológico de Ampurias, a orillas de mar, comprende niveles ibéricos, una colonia griega fundada por colonos foceos venidos de Masilia (Marsella) en el s. VI aC, y una ciudad romana republicana e imperial (cuyo máximo esplendor aconteció en época de Augusto).
Se ha descubierto recientemente un campamento romano fortificado, con una muralla de piedra, construido en el s. III aC, cuando las guerras púnicas, antes de la fundación de la ciudad romana cercana, abandonada en el s. III dC.
Emporio -Mercado-, que así se llamaba la ciudad, es la colonia griega más occidental que se conserva. Comprendía un foro, santuarios -quizá dedicados a Ártemis, a Asclepios o a Serapis, entre otras divinidades-, dos puertos, almacenes y viviendas.
La colonia se desarrolló en dos lugares y en dos fases: los griegos se instalaron, como ocurría habitualmente cuando desembarcaban en tierras lejanas, en una isla -hoy unida a la tierra, sobre la que se ubica el pueblo de Sant Martí de Ampurias, y en el que se habría edificado un templo griego, quizá dedicado a Ártemis-; una vez asentados, bien relacionados con la población nativa (íbera), fundaron una segunda ciudad, ya en tierra firme, si bien la ciudad antigua se mantuvo.
La colonia mantenía una estrecha relación con el opido (el poblado o la ciudad) íbera de Ullastret. Extensos humedales y lagos permitían quizá la navegación entre ambos asentamientos. La cultura griega, tan presente en los ajuares funerarios de Ullastret, penetró desde Ampurias.
Tras la ocupación de la Península, los romanos construyeron una tercera y más extensa ciudad, alejada del mar. 
Está en gran parte excavada, no así la ciudad romana, de la que se ha desenterrado un quince por ciento de la superficie.
El yacimiento, en medio de bosques de pinos, bordeando el mar, comprende un centro de acogida y un museo, instalado, desde la primera mitad del siglo XX, sobre los restos de un convento. El arquitecto Puig i Cadafalch fue el primer proyectista. Usó elementos arquitectónicos de diversas épocas (columnas, una ventana gótica, un panel de azulejos pintados) procedentes de casas derribadas de Barcelona.

La obra más conocida que el museo alberga es una estatua helenística de mármol, del s. II aC, tallada quizá en la isla de Delos, en las Cícladas, representando a una divinidad griega barbada, de tamaño natural (Zeus, Serapis o Asclepios). También acoge una delicada testa marmórea de Apolo, y un pequeño mosaico con una escena de Ifigenia en Aúlide, la tragedia de Eurípides, monedas de plata griegas, etc. Las reservas no pueden albergar más cerámicas, algunas enteras.

El yacimiento está en las últimas. El presupuesto se ha agotado. Ya no se puede ni desbrozar. Algunas estancias, incluso alas, del edificio que acoge las reservas, el museo, las dependencias y un albergue para arqueólogos, está en malas condiciones. La seguridad en alguna zona no está garantizada. Inquietantes grietas recorren muros y forjados. Vigas y jácenas presentan importantes oquedades.

Los fondos públicos se dedican a otros fastos políticamente más rentables.

Una ayuda del Ministerio de Cultura -junto con fondos autonómicos y locales- ha permitido la construcción de un gran centro de acogida en la entrada del recinto. Debería inaugurarse de aquí a un año, si bien no estará plenamente operativo hasta 2018.

Obra de los arquitectos Fuses y Viader, consiste en un extenso volumen, bajo una cubierta compuesta por planos triangulares plegados, adosado a una ladera, de modo que la hierba cubra la cubierta y disimule el edificio.
Comprende un bar-restaurante, una entrada, una tienda, un auditorio o sala de proyección, almacenes y servicios, junto con varios patios.
Los gruesos muros, todos inclinados, son de hormigón, al igual que el techo plegado en varias direcciones. La trama de cañizo del encofrado está profundamente impresa en el techo, cuya superficie contrasta con la más lisa de los muros. 
Oberturas y puertas también son inclinadas e irregulares.
El programa cambió a medida que las obras avanzaban. Lo que estaba previsto que iba a ser un bar es hoy un restaurante, que no dispone de cocina, ni salida de humos -lo que ya hubiera sido un problema para el bar.
La tienda se ha reubicado. Hoy está en una zona sin luz ni ventilación.
La sala de proyección está iluminada por una raja cenital que no se puede oscurecer. Tampoco se podrá proyectar pues todos los muros son inclinados.
Las cubiertas son tan inclinadas que la tierra resbala. No se podrán cubrir de hierba.
El edificio está bien orientado hacia el noreste. Los accesos, en forma de embudo, apuntan hacia donde sopla la tramontana, que arrastra una y otra vez tierra y hierbas hacia el interior del edificio.
La parte trasera comprende los servicios. Situados al aire libre, recuerdan lavabos de camping, o de campamento. Algún aguamanil tiene unos quince centímetros de diámetro. Permite lavarse los dedos separadamente. 
Las estancias son pequeñas. No así los patios, de dudosa utilidad.
La obra cuesta unos dos millones y medio de euros. El desvío presupuestario es de unos setecientos mil euros. No se habría calculado bien el volumen de hormigón.
Posiblemente la incierta utilidad del centro no sea solo responsabilidad de los arquitectos sino también de la administración que no supo, quiso o pudo definir un programa, supervisar el proyecto y determinar su idoneidad o coherencia. 


   

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