La relación entre Egipto y Grecia, más sostenida que lo que los historiadores han creído a veces -quizá para salvaguardar la pureza o superioridad de la cultura griega, cuando, en verdad, son los contactos fructíferos los que enriquecen a una cultura y revelan, en la medida en la que una cultura es interpretada y elaborada por otra, su capacidad por recrear -transfigurar, cambiar- el mundo.
Mitos griegos alababan a Menfis como un ente divino primigenio. Historiadores como Herodoto consideraban que monumentos tan complejos como el Laberinto egipcio solo podían haber sido construidos por Dédalo. La obra maestra del mítico patrón de los constructores griegos no se habría encontrado en Grecia.
Ya los escritores clásicos habían observado el parecido
formal y técnico entre la anterior estatuaria egipcia y la griega. Las monumentales
esculturas antropomórficas de piedra del Egipto faraónico, que muestran a
figuras masculinas erguidas en el acto de caminar, con una pierna adelantada y
los brazos bien estirados unidos a ambos lados del cuerpo, talladas para ser
contempladas frontalmente –la parte posterior presenta un trabajo más sencillo-,
se asemejaban a las primeras estatuas griegas de gran tamaño, más altas que un
ser humano, que representaban a muchachos en actitud heroica: cuerpos desnudos
desafiantes, como si no temieran a la muerte –imagen que posiblemente quisieran
evocar toda vez que se trataba de estatuas funerarias.
Los contactos entre
Grecia y Egipto a través de Creta debían ser relativamente habituales. Pero el
indudable parecido formal entre la estatuaria del Egipto faraónico y de la Grecia
arcaica no implica que las estatuas de ambas culturas significaran lo mismo.
Aunque ambas pertenecían al ámbito funerario, las estatuas egipcias eran
representaciones idealizadas de la condición humana en el más allá: los
mortales seguirían disfrutando de su cuerpo, de un cuerpo aún más pletórico que
el cuerpo en este lado del mundo visible. La estatua egipcia es la imagen del
difunto en el otro mundo, con un cuerpo imperecedero. Por el contrario, la
estatuaria griega permite al difunto, cuyo espíritu (la psique) habita en ella, seguir presente en el mundo visible, a la vista
de todos los vivientes, para ser recordado y honrado por éstos; mas, con una
existencia casi larvaria: con un cuerpo frío como la piedra, e imposibilitado
de desplazarse: petrificado. La estatua griega recuerda todo lo que el difunto
ha perdido: su constante movilidad, el calor del cuerpo. Se trata de una imagen
eminentemente fúnebre, que pone en evidencia la pérdida –pese al aparente
esplendor del cuerpo marmóreo, liso y brillante –pintado, incluso-, pero inerte
y gélido. Las estatuas griegas daban la medida de la condición humana. La altivez o el carácter imperturbable que exhibían solo era un signo de la rigidez mortuoria o del terror ante la llamada de las Furias.
(Fragmento de un texto sobre la estatuaria arcaica griega que se está redactando para una publicación)
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