viernes, 15 de julio de 2016

El país de los muertos: túmulos nórdicos de la antigüedad (ss. V-VIII dC)






Cementerio vikingo de Gokstad (Noruega)











Cementerio real de Valsgärde (Suecia), ss. V-VII dC ("pre-vikingo")














Cementerios vikingos de la isla de Birka (Suecia)

Fotos: Tocho, Julio de 2016

Egipto no es el país de los muertos. Suecia (y Noruega) son los territorios con el mayor número de enterramientos de la antigüedad conservados. La tierra está literalmente hinchada de tumbas. Suecia tiene, hoy, siete millones de habitantes, y medio millón de túmulos de finales de la antigüedad. En el primer milenio dC, el territorio pre-vikingo y vikingo estaba habitado por menos de cien mil almas. Ninguna ciudad pasaba de dos mil habitantes -y las primeras ciudades, algunas incluso planificadas, datan del siglo VII u VIII dC.

Los cementerios reales o no, cubren extensiones de quilómetros cuadrados. Son los únicos restos construidos conservados de finales de la antigüedad y principios de la Edad Media, entre los siglos IV y VIII dC, en los países nórdicos. Las ofrendas funerarias son el testimonio de los intercambios culturales y económicos: piedras semi-preciosas y vidrios mesopotámicos, monedas árabes del Próximo Oriente y del Califato de Córdoba, estatuillas egipcias e hindúes. Los metales y las piedras preciosos venían de Centro Asia, de la península ibérica, de las estepas rusas. Los vikingos llegaron hasta Bagdad, y en la isla de Birka, en medio de un lago, al noroeste de Estocolmo, vivían árabes venidos de Oriente.

Algunos túmulos tienen una base circular de sesenta metros de diámetro y veinte metros de alto. Constituyen paisajes artificiales, extensiones de colinas hasta el horizonte, que sobresalen en el llano. Túmulos junto a túmulos; túmulos sobre túmulos, elevaciones con varios niveles -algunas, hoy, en medio de bosques-, coronadas por piedras verticales, o rodeadas algunas por una corona de piedras, o por acequias o canales -hoy desaparecidos- en cuyas aguas los túmulos se miraban. Ondulaciones verde oscuro que se miran en las hinchadas nubes grises que cubren el cielo.
Algunos cementerios se extienden sobre carenas que recorren el paisaje. La sucesión interminable de túmulos dibujan las poderosos anillos de un dragón gigantesco que zigzaguea muy por encima de prados, campos, lagos y bosques.
Los túmulos de tierra recubren diminutas estancias funerarias cubiertas por losas de piedra. Dentro las cenizas del difunto, incinerado junto a animales y víctimas humanas, y rodeado de bienes -suyos u ofrendados por los suyos, como testimonio del rango y el poder del difunto, o del poder del clan y del tipo de relación con el difunto que pretende mostrar.
Las ofrendas exhiben la imagen que el difunto ofrece, o la imagen que quienes llevan a cabo los ritos funerarios quieren mostrar. Son objetos que se refieren tanto al difunto cuanto a sus alegados.

Los rituales funerarios duraban una o dos semanas, el tiempo que los cuerpos tardaban en convertirse en cenizas. Algunos huesos eran retirados y conservados aparte.
Posteriormente, se recubrían con sucesivas capas de tierra que constituían los altos y extensos túmulos. La tierra no siempre provenía del cementerio, sino de las tierras del difunto y de sus allegados. El túmulo era un mosaico de distintas tierras. Representaba a todas las tierras poseídas o relacionadas con el clan del difunto. El difunto seguía unido físicamente con las tierras poseídas o admiradas, con "sus" tierras, quizá las tierras de los antepasados.
Algunos cuerpos no eran incinerados sino inhumados -sin que se sepa qué criterio, creencia o ritual determinada una u otra práctica funeraria. Éstos podían ser depositados en la tierra sentados sobre tronos, "mirando" hacia el poblado a sus pies. Se convertían en guardianes de los vivos. Las mujeres -a menudo hechiceras, cuyo papel en las batallas, por medio de conjuros y maldiciones contra el ejército enemigo, determinaba la suerte de aquéllas- se enterraban junto a dos caballos. Éstos evocaban el carromato de Freyja, la diosa de la procreación, de la vida y de la muerte (junto con su hermano gemelo Freyr velaba sobre el ciclo vital). Se plantaban lanzas alrededor del cuerpo, una práctica asociada con el culto a Odin, el dios supremo.
Una muralla, en ocasiones separaba el mundo de los vivos del mundo de los muertos. La base del muro se asentaba sobre tumbas, seguramente para asegurar la activa protección de los antepasados.
Los familiares acudían a las tumbas. Mantenían una constante relación con los muertos, incluso cuando habían sido reducidos a cenizas. Los alimentaban, los consultaban.
Los vivos vivían cerca de los muertos, tan solo protegidos por un muro. Los templos se emplazaban también cerca de las "ciudades" de los muertos, mucho más extensas que la de los hombres. Pero las ciudades de los muertos dominaban desde lo alto los poblados. Constituían un referente, el espacio postrero desde el cual los difuntos recibían el mismo culto que los dioses, como si la muerte fuera un peaje hacia la inmoralidad.
Pocos espacios, en medio de la aparente placidez del paisaje norteño, están más cargado de simbolismo que las extrañas, altivas, sobrecogedoras y al mismo tiempo, familiares y cercanas, ciudades de los muertos en la segunda mitad del primer milenio dC.

Agradecimientos al doctor Gareth Williams (conservador de la colección vikinga del Departamento de Prehistoria del Museo Británico de Londres), el profesor doctor Neil Price (Universidad de Upsala) y el Instituto para el Estudio del Mundo Antiguo (ISAW) de Nueva York

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