La próxima subasta, tras el verano, de la colección de arte del fallecido cantante David Bowie, ha revelado que, además de coleccionar nombres de artistas contemporáneos más o menos previsibles -Damian Hirst, Basquiat-, Bowie fue un sorprendente coleccionista de la obra -escasa- exquisita de un pintor británico poco conocido, Harold Gilman, prematuramente muerto a los cuarenta tres años, de fiebre española, justo al acabar la Primera Guerra Mundial.
Formado en España -pasaba meses en el Museo del Prado, estudiando a Velázquez, aunque acabó fascinado por los colores ácidos y antinaturalistas del manierista El Greco-, y en Escandinavia -la luz de los cuadros es nórdica-, la pintura de Gilman denota, en verdad, la influencia del pintor francés Vuillard y de los nabis, como Bonnard, en general.
Sus cuadros muestran escenas de interiores domésticos, sin nadie o con figuras mujeres, de servicio, necesariamente calladas, y niños- casi integradas o fundidas con el entorno -porque son indispensables, y porque son como muebles, en los que nadie se fija-, casi como si no hicieran nada, leyeran o meditaran, figuras de gestos cotidianos invisibles. Figuras quietas como apariciones.
No sé si alguna institución española se ha interesado por este pintor, tan ligado a la pintura barroca española.
Fiebre española, para entendernos gripe
ResponderEliminarEn efecto, falleció de gripe española
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