sábado, 5 de diciembre de 2020
Universidad (Barcelona)
jueves, 3 de diciembre de 2020
La última página
Fotos: Tocho, Barcelona ,noviembre de 2020
Hubo un tiempo en que los noctámbulos podían, de madrugada, comprar croasanes y ensaimadas, incluso rellenos, en la ventanilla de un antiguo horno en la calle Nou de Rambla (antes llamada, más sonoramente, Conde del Asalto), en el Raval (conocido otrora como el Barrio Chino) y adquirir, al alba, de regreso a casa, la prensa recién distribuida en los grandes quioscos en la parte alta y central de las Ramblas de Barcelona, abiertos las veinticuatro horas del día, durante todo el año.
Antes....
Hoy, la ocasional venta de un periódico ya no permite mantener abiertos los quioscos, salvo unas pocas horas.
martes, 1 de diciembre de 2020
En clase
Una clase no es un recitado, o la lectura de un bando o de un informe. El profesor no recita una lección. Aunque se la sepa de memoria, no la comunica mecánica, maquinalmente.
Una clase no se construye fuera de la clase. El profesor trae, sin duda, notas, apuntes, referencias bibliográficas o de imágenes, que consulta o no durante la clase. Trae también, ocasionalmente, algún libro, una revista o algunas fotocopias, algún párrafo de los que quizá lea de viva voz.
Pero un profesor no es un portavoz ni un locutor. Tiene el esquema de la lección en mente, pero, cuando empieza a hablar, tras unas primeras frases laboriosas, que se atienen a lo previsto, las palabras empiezan a "pensar" por sí mismas, a vivir, a organizarse por sí misma. No son frases que el profesor tuviera en mente ni se dispusiera a pronunciar. Las enuncia casi por sorpresa. No es que no quisiera comunicarlas sino que no sabía que las tenía y que éstas salieran de su boca. Las frases se organizan, las palabras juegan entre sí, se llaman o se contradicen; se enfrentan o dialogan y el profesor asiste sorprendido, pero sin resistencia, a estos enunciados que no ha previsto. Solo cuando parece que las palabras han terminado de construir argumentos, imágenes y escenas, el profesor puede retomar las riendas de la clase, antes de volver a soltar lastre, dejando que nuevas frases se independicen de él.
Este dejar el paso a las palabras no es una renuncia sino un acto mágico. El profesor puede llegar a no saber lo que dice, a no haber nunca "pensado" lo que dice, no porque lo que explique sea incoherente, sino porque la coherencia de sus explicaciones es el fruto de un acuerdo de las palabras que se ponen de acuerdo para ir más lejos de lo que el profesor, antes de abordar la clase, tenía previsto.
Este pensar hablando, este hablar que piensa, solo se da en el aula, ante estudiantes, cuyos gestos y miradas actúan de señales, de advertencia o de paso, de veto o de aceptación. El escritor barroco francés Boileau anotó que lo que se piensa claramente se enuncia claramente. Posiblemente habría que darle la vuelta a la afirmación y aventurar que lo que se enuncia claramente se piensa con igual claridad. Las palabras iluminan las ideas, o les dan nacimiento. La forma alumbra el contenido.
En un aula sin estudiantes, como ocurre en algunas ocasiones, o ante un ordenador en casa o en un despacho, cuando el profesor habla a su imagen, las palabras no actúan en libertad. Si la clase se construye mediante vídeos grabados -más cómoda de seguir por el estudiante-, el profesor, que no habla, ya no tiene ocasión de pensar. Porque se piensa hablando o escribiendo, nunca se piensa pensando, pensando que se piensa. El pensamiento se construye a medida que se comunica, cuando las palabras, habladas o escritas, toman el mando, y exploran y se adentran por territorios en los que el profesor o el escritor nunca hubiera "pensado".
Es todo esto lo que perdemos hoy, con las inevitables clases virtuales. Clases a las que solo les queda la repetición. Sin pensar. Mecánicas y reiterativas.
lunes, 30 de noviembre de 2020
ROBERTO GERHARD (1896-1970): SOIRÉES DE BARCELONE, SUITE, OP. 1 (VELADAS DE BARCELONA, 1937-1938, 1972)
Recortables de teatro (Museo Marés, Barcelona)
domingo, 29 de noviembre de 2020
Casa de muñecas
Fotos: Tocho, Museo Marés, Barcelona, noviembre de 2020
Hace dos días, abrió de nuevo, tras años de cierre por restauración, la última planta del Museo Marés, dedicada, al igual que la planta inferior, a un descomunal Gabinete de curiosidades, con obras de arte decorativo, entre los siglos XIII y XIX, coleccionada febrilmente por el escultor español Frederic Marés (1893-1991).
De cada tipo de objeto, Marés adquiría, tras búsquedas por toda España, decenas o centenares de ejemplares casi idénticos, tipos de objetos a punto de desaparecer, a menudo desechados, a los que nadie concedía valor alguno.
Hoy, las vitrinas, semejantes a las de un museo de ciencias naturales victoriano, llenas de objetos perfectamente ordenados y clasificados, componiendo archivos alucinados, fascinan por el carácter absurdo, inútil y obsesivo del incesante coleccionismo que revelan.
Entre las obras más singulares, que se descubren después de tanto tiempo, una colección de muñecas de porcelana, del siglo XIX, que miran con ojos de cristal bien abiertos y que, en la débil luz de la sala, saturada de vitrinas cargadas de obras, parecen aguardar al visitante, atentas y sin moverse, como pequeños fantasmas al acecho, poblando un universo digno de A través del espejo que Lewis Carroll escribiera.