Una clase no es un recitado, o la lectura de un bando o de un informe. El profesor no recita una lección. Aunque se la sepa de memoria, no la comunica mecánica, maquinalmente.
Una clase no se construye fuera de la clase. El profesor trae, sin duda, notas, apuntes, referencias bibliográficas o de imágenes, que consulta o no durante la clase. Trae también, ocasionalmente, algún libro, una revista o algunas fotocopias, algún párrafo de los que quizá lea de viva voz.
Pero un profesor no es un portavoz ni un locutor. Tiene el esquema de la lección en mente, pero, cuando empieza a hablar, tras unas primeras frases laboriosas, que se atienen a lo previsto, las palabras empiezan a "pensar" por sí mismas, a vivir, a organizarse por sí misma. No son frases que el profesor tuviera en mente ni se dispusiera a pronunciar. Las enuncia casi por sorpresa. No es que no quisiera comunicarlas sino que no sabía que las tenía y que éstas salieran de su boca. Las frases se organizan, las palabras juegan entre sí, se llaman o se contradicen; se enfrentan o dialogan y el profesor asiste sorprendido, pero sin resistencia, a estos enunciados que no ha previsto. Solo cuando parece que las palabras han terminado de construir argumentos, imágenes y escenas, el profesor puede retomar las riendas de la clase, antes de volver a soltar lastre, dejando que nuevas frases se independicen de él.
Este dejar el paso a las palabras no es una renuncia sino un acto mágico. El profesor puede llegar a no saber lo que dice, a no haber nunca "pensado" lo que dice, no porque lo que explique sea incoherente, sino porque la coherencia de sus explicaciones es el fruto de un acuerdo de las palabras que se ponen de acuerdo para ir más lejos de lo que el profesor, antes de abordar la clase, tenía previsto.
Este pensar hablando, este hablar que piensa, solo se da en el aula, ante estudiantes, cuyos gestos y miradas actúan de señales, de advertencia o de paso, de veto o de aceptación. El escritor barroco francés Boileau anotó que lo que se piensa claramente se enuncia claramente. Posiblemente habría que darle la vuelta a la afirmación y aventurar que lo que se enuncia claramente se piensa con igual claridad. Las palabras iluminan las ideas, o les dan nacimiento. La forma alumbra el contenido.
En un aula sin estudiantes, como ocurre en algunas ocasiones, o ante un ordenador en casa o en un despacho, cuando el profesor habla a su imagen, las palabras no actúan en libertad. Si la clase se construye mediante vídeos grabados -más cómoda de seguir por el estudiante-, el profesor, que no habla, ya no tiene ocasión de pensar. Porque se piensa hablando o escribiendo, nunca se piensa pensando, pensando que se piensa. El pensamiento se construye a medida que se comunica, cuando las palabras, habladas o escritas, toman el mando, y exploran y se adentran por territorios en los que el profesor o el escritor nunca hubiera "pensado".
Es todo esto lo que perdemos hoy, con las inevitables clases virtuales. Clases a las que solo les queda la repetición. Sin pensar. Mecánicas y reiterativas.
Totalmente.
ResponderEliminarUna descripción estupenda del proceso que se llamaba inspiración
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarMe di cuenta, de pronto, que tenía a cada vez menos que contar porque ya no daba clase en una aula con estudiantes