jueves, 24 de diciembre de 2020

Dando vueltas

 Aún lo recuerdo. Explicaba, ligeramente encorvado, mirándonos a la cara. Callaba; giraba a un lado y empezaba a andar lentamente, de un lado a otro de la tarima, la cabeza gacha, mirando al suelo, fumando. Se detenía un momento, envuelto en humo, reemprendía el paseo, en silencio. Caminaba no como una fiera en una jaula, sino que parecía que meditaba (sobre) cada paso que daba. Y, de pronto, se paraba, se volvía hacia nosotros, y reemprendía la clase.

Así las daba el filósofo Eugenio Trías en las clases de Estética de la Escuela de Arquitectura, a finales de los años setenta hasta principios de los noventa del siglo pasado.

El silencio no se hacía cansino o interminable, nadie se evadía mentalmente de la clase,  sino que, por el contrario, se creaba una atmósfera tensa que las nuevas palabras evacuaban y rompían. Éstas no habrían sido tan efectivas ni se las recordaría tanto, si no hubiésemos quedado hipnotizados por los callados movimientos circulares.

Eugenio Trías se comportaba peripatéticamente, es decir caminaba dando vueltas, que es lo que la palabra de origen griego peripatético significa literalmente. 

Esta palabra se aplicaba a la manera de comportarse de Aristóteles aleccionando a sus discípulos en el Liceo, un centro educativo compuesto por un patio porticado, cerca del templo de Apolo Licio en Atenas (Apolo el Lobo: Apolo venía de los fríos y tenía la aguda, inquietante e inmisericorde inteligencia de un animal de presa, mandando sobre una manada de fieles). Los claustros medievales, creados para la callada meditación ambulante, derivan del Liceo aristotélico.

El pensamiento surge del movimiento circular que permite hallar una solución a un problema. Aún hoy, damos vueltas alrededor de una cuestión, y el dar vueltas es un signo de que aún no hemos dado con una respuesta satisfactoria, con una explicación convincente, pero que ya estamos en camino, rodeando el problema, asediándolo.

¿Cómo podemos pensar, pues, en una clase virtual, sentados ante un ordenador, una "webcam"? Podemos leer, recitar de memoria, mas ¿podemos resolver problemas a medida que agarramos una cuestión y le damos la vuelta?

Es cierto que las clases pandémicas pueden desarrollarse en el aula, ante una cámara lejana suspendida del techo, que enfoca a la tarima y la pizarra, el escenario en el que se desenvuelve el profesor: una solución, que parece definitiva, tan alababa modernamente. Mas, éste no puede quedarse callado. Cualquier silencio es pronto interpretado como un fallo del sistema de transmisión. Movemos el cursor del volumen, salimos y volvemos de la retransmisión y volvemos a entrar; nos preguntamos no lo que el profesor piensa sino qué ocurre para que no hable. ¿Qué deficiencia está ocurriendo. ¿Acaso el programa ha dejado de funcionar, quizá por culpa nuestra?

En una clase son tan importantes las palabras como los silencios, los movimientos como la quietud. Una clase se da, se construye, mientras uno se va acercando a una solución, cuando aborda un problema y se desplaza hacia él, tratando de verlo desde todos los ángulos, observando su cara oculta, en un movimiento de aproximación que tiene en cuenta todas las facetas de un tema.

Mas, una clase virtual castiga el silencio (y a menudo el movimiento). 

No es una clase; es un programa televisivo donde todas las cartas están ya sobre la mesa, durante el que el profesor hace ver qué piensa pero no puede pensar en nada. 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

HAIM: LOS ÁNGELES (2020)

TEENAGE FANCLUB: HOME (2020)

Epidemia

Podemos intuir el significa literal de la palabra epidemia. Como todas las que incluyen el sustantivo griego demos, que significa comunidad o país, la epidemia se refiere a un territorio habitado. Casi podríamos decir que la epidemia tiene que ver con la arquitectura.

¿Cómo?

Epidemia, en griego, no se refiere directamente a una enfermedad (aunque Hipócrates, en el siglo IV aC) escribió un tratado perdido como casi todos sus escritos titulado Epidemia). Epidemia significa llegada a un país. Nombra lo que lleva a cabo un foráneo, o un intruso, alguien que no es del lugar. Esta llegada puede devenir una estancia; pero la permanencia no es para siempre, porque el viajero no tiene raíces en el lugar donde ha llegado. Viene de fuera y se espera que parta. El prefijo griego epi pertenece al vocabulario del tiempo: significa durante un cierto tiempo; acota el tiempo conveniente. Implica, por tanto, que lo que ha llegado no puede permanecer.

Esta llegada puede no ser bienvenida. Puede traer ideas y costumbres que vayan en contra de las que imperan, o son "propias" del lugar. La venida inesperada y no deseada altera el orden. La comunidad no puede acoger al recién llegado. Éste no puede ni debe integrarse. La concepción de la comunidad, en algunas ciudades griegas como Atenas, defendía la autoctonía -palabra que significa nacido de las entrañas de la tierra , de ahí que los míticos primeros reyes de Atenas, como Erecteo y Erictonio, enterrados en el Erecteion, cuya tumba velan las cariátides, en el Acrópolis ateniense, nacidos de las entrañas de la tierra, tuvieran, como todos los seres infernales, un cuerpo de serpiente-. La auctoctonía se contraponía a la extranjería. Algunas ciudades griegas podían aceptar a ciudadanos de otras ciudades griegas, incluso extranjeros, pero no les permitían disponer de derechos civiles. Así Aristóteles nunca pudo ser un ciudadano ateniense.  

Entre los desórdenes o los "males" que el foráneo trae consigo se encuentran las enfermedades reales y metafóricas: todo lo que disuelve el orden establecido y pone en peligro la unidad concedida desde tiempo inmemorial. Este daño se extiende fácil y rápidamente por todo el territorio, porque el agente no ha encontrado oposición. Ha podido entrar sin oposición. Ha sorteado barreras, muros, murallas. No ha sido identificado como un portador de males, pese a que, por ser un extranjero, inevitablemente su llegada iba a causar desórdenes. La epidemia deviene un problema de orden público. Todas las fuerzas ciudadanas tienen que unirse para expulsar al extranjero, La epidemia es un problema político que pone en evidencia la fragilidad de las estructuras y convenciones humanas, la falsa seguridad en la que vivimos.  

martes, 22 de diciembre de 2020

PIERS SECUNDA (1976): MOSOUL MUSEUM DRAWINGS (DIBUJOS DEL MUSEO DE MOSUL, IRAQ, 2020)

 






Ya mostramos, hace un año, un primer dibujo de la serie dedicada al Museo de Mosul por el artista británico Piers Secunda.

La serie, dibujada en papel con tinta fabricada con vigas quemadas durante la destrucción del Museo de Mosul en manos del ISIL en 2017, muestra los destrozos que sufrió el museo y su colección arqueológica.

Se expone en el Museo Ashmolean de Oxford (donde no se podrá ir durante un cierto -¿?- tiempo) hasta mayo de 2021.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Espectros (Universidad y pandemia)













Fotos: Tocho, UPC-ETSAB, días laborables de noviembre y diciembre de 2020.

La enseñanza, virtual.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Pandemia

 Pandemia es una palabra de la Grecia antigua, pero cuyo significado ha cambiado.

O quizá no.

Pandemos, pan-demos, significa todo el pueblo. Una palabra común en la Grecia antigua. Pero que no designaba a ninguna enfermedad infecciosa.

¿O sí?

Aunque la palabra pandemia empezó a utilizarse en la Edad Media para referirse al mal de la peste, existía, en Grecia, la diosa Afrodita Pandemos. En Grecia, como en cualquier cultura antigua, los nombres de los dioses contaban menos que los epítetos. Éstos daban fe de los poderes de la divinidad en un lugar dado. El epíteto casi sustituía al nombre de la divinidad.

Afrodita Pandemos designaba a una fuerza de la diosa Afrodita, casi personalizada, una cara o un aspecto de la diosa que la reemplazaba. La diosa era lo que este epíteto designaba.

Afrodita Pandemos se oponía a Afrodita Urania. Urano designaba el cielo. 

Afrodita Urania era Afrodita celestial, la diosa del deseo y la belleza inmaterial, "ideal", incontaminada. Por el contrario, Afrodita Pandemos -y su hijo, Eros Pandemos- designaba los efectos de la diosa de la belleza en la tierra: unos efectos irresistibles, devastadores, que afectaban o infectaban a todo el pueblo. Nadie escapaba al embrujo mortal de la Afrodita Pendemos. Diosa carnal, cercana, que se inmiscuía en la comunidad, la deslumbraba y la turbaba. Como el flautista de Hamelín, Afrodita Pandemos arrastraba a toda la población hacia el desastre. Todos seguían ciegamente el hermoso y sensual cuerpo de Afrodita Pandemos, sin pensar en las consecuencias de la entrega, el abandono ante la diosa: una actitud enfermiza, una enfermedad de la que los humanos no podían -no pueden- escapar. 

Las heridas que produce -físicas y anímicas- son incurables. Los afectados por Afrodita Pandemos, todos nosotros, quedan marcados para siempre.

La belleza material tiene una cara oculta que corroe el alma y lleva a la disolución -a la que nos vemos abocados por y con gusto, sin embargo. Sin poder retroceder.