La ciudad que Platón describe en La República y en Las Leyes estaba a los cuidados del dios Apolo, dios-arquitecto. De hecho, una parte importante de la información sobre la importancia de Apolo para la ciudad griega procede de Platón:
"Es a Apolo, el dios de Delfos, a quien incumbe el dictar las más importantes, las más bellas, las primeras leyes (de la ciudad).
¿Cuáles son estas leyes?
Las que tienen que ver con la fundación de templos, los sacrificios y, en general, el culto a los dioses..." (La República, 427 b)
Acerca de este dios, Platón añade: "este dios intérprete tradicional de la religión (...), este dios instalado en medio de la tierra en su ombligo (ónfalo), es el que guía al género humano" (Op. Cit., 427 b-c)
El Apolo que Platón presenta cumple dos funciones principales: es guía e intérprete (¡tareas que, hoy en día, los guías de viaje cumplen, ciertamente!). ¿Por qué? ¿Cabe una explicación lógica que justifique estas funciones?
En verdad, Platón emplea un mismo verbo para designar dos acciones, sin duda relacionadas, pero distintas: interpretar y guíar: exegeomai.
Este verbo, primeramente, significa guiar o conducir. Un buen guía es quien nos conduce por el "buen" camino; es decir, nos evita perdernos. A fin de encontrar la senda "adecuada", que nos lleve hacia la meta o el objetivo peseguido, debe ser capaz de descubrir indicios o señales, en la tierra o en el cielo, que le permitar saber si no nos hemos equivocado de camino, y podemos seguir avanzando. Las señales (una piedra, una rama, una huella) no siempre son visibles o evidentes. Solo él las dedecta y tiene el don de entender lo que significan, lo que aportan (a la comprensión del mundo). La capacidad de percibir las marcas y de traducirlas es indispensable.
A este primer don, se tiene que sumar un segundo. El poder de encabezar una comitiva y de animar la marcha. En este caso, el guía es quien abre vía: reconoce los signos que denotan que el camino escogido es correcto, y tiene la capacidad de comunicar a los que le siguen lo que ha descubierto, y de animar a proseguir. Los que vienen a continuación tienen una fe ciega en él. Saben que, sin sus conocimientos, se perderían para siempre. No avanzarían; darían vueltas sobre sí mismos, incapaces de proseguir.
Un exégeta es capaz de ahondar en un mensaje y desvelar su contenido. Por debajo de la formas o las formas, y de los primeros y falsos significados, el intérprete llega hasta el corazón del mensaje y descubre lo que éste quiere decir verdaderamente; es decir, sabe encontrar el camino hasta la verdad cifrada.
Un exégeta, por tanto, en un explorador. Se adentra en una obra, como por un territorio ignoto o inexplorado. Al mismo tiempo, su exploración traza una vía por la que el resto de los humnanos avanzarán.
Exegeomai recoge, precisamente, esos otros significados: señalar o indicar, explicar, ordenar.
En tanto que dios-arquitecto, las funciones de Apolo son dobles: ordenar el territorio, guiar a los humanos para que no se pierdan en el espacio, y ayudarles a descifrar lo que el futuro les aguarda. Es decir, ayudar a los humanos a que el tiempo y el espacio no acaben coin ellos.
Hacer arquitectura, entonces, consistiría no solo en estructurar y delimitar el espacio, sino en crear señales permanentes gracias a las cuales los humanos se encuentran y se reencuentran consigo mismos: monumentos que les recuerdan los hechos y los hombres del pasado, y moradas en los que se vuelven recoger, es decir volver sobre ellos mismos, sobre lo que son y recuerdan.
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