LO QUE SE CUENTA:
El Museo Nacional de Iraq, con sus tesoros de Mesopotamia, no tiene ni circuito interno de televisión para vigilar las salas
Sólo mil de las quince mil piezas robadas en el saqueo del 2003 han sido recuperadas y pueden exhibirse
TOMÁS ALCOVERRO Bagdad. Enviado especial 11/03/2010 Actualizada a las 02:02h Internacional
Es deslumbrante la gran sala de la época asiria con sus gigantescos toros de cinco patas, alados y de cabeza humana, que una vez guardaron las puertas de antiguas ciudades, con sus esculpidos relieves de cinco metros de altura y quince de largo que describen ceremonias celebradas por el rey Nemrod en Nínive 800 años antes de Cristo.
Este conjunto, con el dios Nabu al fondo, dios del conocimiento y de la literatura, constituye el centro monumental de este museo, que, antes de la invasión estadounidense, poseía una de las grandes colecciones de tesoros culturales del mundo. Esta riqueza procedía de las tierras de Mesopotamia, pues Iraq es un vastísimo yacimiento arqueológico de diez mil excavaciones. Sin embargo, gran parte del fondo museístico fue bárbaramente expoliado por bandas de saqueadores en el invierno del 2003, aprovechando el caos que siguió a la ocupación norteamericana tras la caída del rais Sadam Husein.El museo ha vuelto a abrir sus puertas, pero apenas se exhiben la mitad de las obras de arte que guardaba. Ahora se llama Museo Nacional de Iraq. Antes era el Museo Arqueológico de Bagdad.Entre el 12 y el 13 de abril del 2003 –recuerdo cómo abrieron boquetes en la pared del museo sin que nadie lo impidiera– la mafia de las antigüedades, estos ladrones del tiempo, se llevaron 15.000 piezas entre estatuas, tablillas de escritura cuneiforme, puertas de madera de la época abásida, joyas antiquísimas que incluso arrancaron de un esqueleto.El director sigue preocupado por la falta de protección de este edificio de dos plantas con veinte galerías, en cuya construcción intervino la arqueóloga y aventurera Gertrude Bell, personaje de la época colonial británica. Se lamenta de que la puerta principal es demasiado vieja, de que no hay circuito interno de televisión para controlar a los visitantes.A excepción de los numerosos policías que guardan la verja de entrada, no he visto guardianes en su interior. Hemos recorrido casi a solas las salas con los primeros vestigios pictográficos de la escritura, con obras de los periodos babilonio, asirio –con la réplica de la estela de Hammurabi, cuyo original está en Alemania–, helénico e islámico otomano. Los restos de la civilización de Hatra, la ciudad mesopotámica, griega y romana, que recuerda a Palmira y a Petra, aún siguen siendo poco conocidos. Sus ruinas, a mitad de camino entre Bagdad y Mosul, en una región turbulenta, son poco frecuentadas.Empleados del museo muestran dos salas especiales que han sido armadas con los objetos de arte recobrados. Una guarda las piezas provenientes de países extranjeros como EE.UU., Italia, Siria, Jordania o Arabia Saudí que van siendo recuperadas. El Gobierno norteamericano ha restituido alrededor de mil objetos de los quince mil que fueron robados en el expolio de Bagdad. Habría bastado, entonces, con que los marines hubieran recibido órdenes para proteger museos, bibliotecas, la arrancada memoria de la historia de Iraq. La otra sala contigua exhibe parte de las cuatro mil obras de arte que, a veces, gracias a las fuerzas expedicionarias norteamericanas, a la policía y a las aduanas locales, han sido restituidas por los iraquíes. Pero no sólo este museo, sino también los yacimientos arqueológicos han padecido los saqueos. Los traficantes de antigüedades, como los de armas y drogas, explotan el caos y la fragmentación de Iraq.
LA REALIDAD, POSIBLEMENTE
Muchos recordamos la noticia y las imágenes. Justo cuando el régimen del presidente iraquí Sadm Hussein cayó, con la entrada de las tropas de la coalición (encabezada por los Estados Unido) en la capital iraquí, Bagdad, hordas (hambrientas o empobrecidas) asaltaron el Museo Arqueológico, ante la indiferencia del ejército norteamericano, el cual, sin embargo, defendió eficazmente el Ministerio del Petróleo.
Vitrinas rotas y saquedas, decenas de miles de piezas desaparecidas, obras de gran tamaño tiradas al suelo y hechas pedazos, y, meses más tarde, obras maestras halladas en divesos paises (y en algunos museos) -varios de los cuales (aún) no han devuelto el material expoliado.
La devastación era dantesca. Un parte fundamental de la historia mundial había desaparecido. El daño era irreparable.
Sin embargo, estas noticias se han ido matizando desde entonces. Hoy, ya "solo" se habla de la pérdida o desaparición de unas siete mil piezas, lenta pero incansablemente recuperadas. La imagen, empero, de un museo devastado ha permanecido.
¿Qué ha ocurrido? El artículo recientemente publicado por el diario La Vanguardia quizá deba ser puntualizado.
El Museo Nacional de Irak (o Iraq) está abierto al público desde mayo de 2009, o, mejor dicho, a colegios y visitas concertadas. El público, ciertamente, escasea, y las salas se visitan sin que nadie altere el recorrido (por espacios aún semi-vacíos, debido a trabajos aun en curso de restauración y adaptación a las nuevas tecnologías, de identificación de las piezas, y de la elaboración de un nuevo discurso museográfico) salvo los pasos temerosos y apresurados de alguna delegación extranjera. Esta era, al menos, la situación que recuerdo en varias visitas en junio de 2009, con Victoria Garriga e Ignasi Miró, acompañados por la directora -que no un director- la doctora Amira Edan (una de las asiriólogas más reputadas y respetadas del mundo, capaz de enfrentarse a un gobierno masculino mediocre), al menos hasta ahora.
El museo, en efecto, fue saqueado. Las vitrinas en la entrada fueron rotas y las piezas que contenían robadas. Se trataba de centenares o miles de fragmentos (de cerámica, mayoritariamente) desenterados por misiones arqueológicas (iraquíes e italianas), las cuales, por ley, tenían -y tienen- que ser depositados en el museo.
Las piezas más importantes no pudieron ser robadas: no se hallaban en el museo. En efecto, éste cerró cuando la guerra entre Irán e Irak en 1980, y sus principales fondos fueron guardados en almacenes -no solo en el museo, sino en múltiples cajas fuertes, algunas en el Banco Nacional-. Las reservas del museo no fueron saqueadas (y hoy siguen en perfecto estado, con las piezas debidamemente ordenadas). Los almacenes fuera del museo tampoco sufrieron. Sin embargo, durante unos meses, en 2004, se pensó que el celebérrimo tesoro de Nimrud, guardado en el museo, había desaparecido. Las vitrinas estaban vacías. Más tarde se supo que el director de por el aquel entonces, a escondidas de Sadan Hussein -temiendo que las piezas más valiosas, de oro, acabaran siendo fundidas para compensar las arcas del país vaciadas por el embargo (y los palacios que Sadam Hussein se hacía construir)- guardó el tesoro en una caja fuerte del Banco Nacional, sin que nadie, absolutamente nadie, supiera nada. Solo cuando consideró que la situación del pais se había estabilizado (algo), el año pasado, comunicó qué había ocurrido y dónde se hallaba. Hoy, gracias a ayudas norteamericanas, se están habilitando unas salas, dotándolas de los sistemas de protección más modernos, para volver a mostrar el tesoro de Nimrud.
¿Significa eso que no se ha perdido nada? En absoluto. Ciertamente, miles de piezas desaparecieron -que lentamente son devueltas por quienes las robaron, así como por los paises donde han sido halladas-. Pero, en la mayoría de ls casos, no son las "obras maestras" del museo, sino testimonios con un interés estrictamente documental o arqueológico (no "artístico").
Las obras que más han sufrido han sido las que, paradójicamente, fueron guardadas desde la guerra entre Irak e Irán. En efecto, tablillas de barro secado fueron envueltas en algodón "farmaceútico" y depositadas en cajitas de cartón guardadas en espacios subterráneos. Dado el nivel freático, a ras del suelo casi, la humedad fue penetrando en las cajas y, casi treinta años más tarde, cuando las tablillas fueron sacadas a la luz, ya casi nada quedaba: habían quedado reducidas a barro. Esta misma situación ha ocurrido con piezas de marfil: mal -o excesivamente- protegidas, la humedad ha acabado con ellas.
Otras piezas, de gran tamaño, también han sufrido. Así, dos grandes estatuas reales neo-asirias, hoy de nuevo expuestas en las salas de los relieves neo-asirios -que no han sufrido daño alguno- en las salas reciente y perfectamente restauradas por expertos italianos, fueron tiradas al suelo y rotas en dos. La restauración, apresurada, puede y debe ser muy mejorada.
Hoy, ya se sabe que las noticias, sin duda bienintencionadas, acerca del saqueo del Museo Arqueológico de Bagdad, fueron exageradas. Casi nada fundamental desapareció. Lo cual no disminuye la importancia de las pérdidas ni la responsabilidad de quienes tenían que protegerlo.
El Museo carece de un circuito cerrado de televisión, ciertamente. Pero como los Museos Nacionales de Damasco y Aleppo (con unas colecciones comparables a las de Bagdad). No sé si el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (en plenas reformas) dispone de este sistema. Desde luego, no lo posee el Museu Arqueològic de Catalunya, en Barcelona -que tampoco, contrariamente al de Bagdad, no posee ni siquiera un catálogo, cuyas reservas sí fueron expoliadas por un conservador desaprensivo durante años (se perdieron cuatro mil piezas), y que se halla condenado a desaparecer, fundido con los museos de tradiciones populares y de etnología, según la particular visión de las culturas antiguas y tradicionales de los políticos catalanes (que casi ninguno posee un título universitario) que rigen el área de cultura-.
Museos tan importantes com el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, o el Instituto Oriental de Chicago -dos de los cinco museos más importantes del mundo para las culturas mesopotámicas- no poseen reservas en mejor estado que las de Bagdad, que son mejores incluso a las (mediocres) de los ¡Museos Británico en Londres y del Louvre en París! Es cierto, sin embargo, que los medios (humanos y económicos) de estas instituciones son muy superiores a los del Museo de Bagdad, y que gozan de regímenes políticos estables, sin estar a la merced de conflictos políticos internos (como los que enfrentan a los Ministerios de Cultura, y de Antigüedades y Turismo, en Irak, que ponen cada día en peligro la suerte del museo y de sus colecciones).
El Museo de Bagdad recibe ayudas (en formación y materiales, para restaurar y clasificar los fondos, y equipar los espacios) de los principales museos del mundo con colecciones mesopotámicas
¿La cultura iraquí en peligro? Sin duda. Entre otros motivos, porque las culturas mesopotámicas se construyeron con barro, y se desmoronan en cuanto son desenterradas. Si los yacimientos son saqueados (en superficie) en busca de restos arqueológicos, el daño es mayor (aunque reparable). La suerte, irónicamente, de algunos de los principales yacimientos reside en que bases militares están instaladas muy cerca: los ladrones no se atreven a excavar.
Pero las devastaciones descritas no se produjeron y, hoy, el Museo Nacional de Irak (al menos las partes visibles al público, ya que oficinas -salvo los espacios de dirección y las reservas- y servicios se hallan en un estado penoso) está en mejor estado que museos arqueológicos como los de Damasco... o Barcelona (fundamental para la cultura ibérica y la púnica, es decir, oriental).
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