miércoles, 17 de diciembre de 2014
El Señor de las moscas
Algunos de las difuntas enterradas en el Cementerio Real de la ciudad sumeria de Ur (hoy en el sur de Iraq) portaban collares en los que estaban engastadas pequeñas piezas de oro en forma de moscas. Este tipo de motivo también abundaba en collares egipcios procedentes igualmente de tumbas.
En Mesopotamia, la mosca era un animal sagrado. Posiblemente fuera una de los animales más santos, dotados capacidades fuera del alcance del resto de los seres vivos, incluso de los mismos dioses. Así, cuando la todopoderosa diosa del deseo y de la guerra -diosa de la creación y la destrucción-, Inana, decidió descender a los infiernos para consolar a su hermana, la diosa infernal Ereshkigal que acababa de enviudar, tuvo que ir desprendiéndose de todo lo que portaba, incluso de su propio cuerpo, a fin de que, reducida a una pálida sombra de lo que era en el cielo, pudiera desplazarse por el reino de los sombras. Mas, cuando intentó regresar a la luz, las puertas del infierno so se abrieron. Éstas constituían una barrera infranqueable que nadie, mortal o inmortal, podía cruzar impunemente. Tanto imploró y se lamentó la diosa Inana suplicando le dejaran regresar al mundo de los vivos que su padre el dios Enki, dios de la creación del mundo y de la habilitación del espacio, se apiadó de la suerte de su hija predilecta y moldeó a unos espíritus para que pudieran guiarla hasta la salida. Estos seres alados tenían que ser capaces de desplazarse velozmente sin ser sorprendidos y poder cruzar los más pequeños intersticios: eran moscas.
Las moscas tenían el poder de entrar en y salir del mundo de los muertos. Su asociación con el mundo de la podredumbre era conocida; con el mundo espiritual, también; cuando un ser fallecía, pronto se veía envuelto por moscas que parecían emanar, con su propio último soplo, del cuerpo.
Las moscas eran la viva imagen del imperturbable ciclo de la vida. Pertenecían tanto al mundo de los vivos cuanto de los muertos, Recorrían sin lastimarse ambos. La moscas estaban en permanente metamorfosis. Pasaban de un estado larvado, a la edificación de un capullo, del que emergían volando hasta cubrir a los muertos en cuyos pliegues depositaban huevos, signos cósmicos de vida. Mediaban entre el principio y el final.
Los dioses se encarnaban en moscas. Cuando Utnapishtim, el llamado Noé sumerio, descendió del arca atracada en lo alto de una montaña para dar gracias al cielo y ofrendar a los dioses por el fin del diluvio, aquéllos descendieron presurosos a recoger el sacrificio dispuesto por Utnapishtim como moscas, convertidos en moscas. La diosa madre Nintu, diosa de la tierra, creadora de los humanos, portaba un collar de moscas. Quizá le recordara su antiquísima asociación con el inmortal insecto, capaz de alimentarse de la muerte para vivir y multiplicarse.
Las moscas estaban relacionadas con los dioses supremos. Zeus era el padre de los dioses griegos gracias a una mosca. Puesto que un oráculo advertía que todo dios padre sería destronado por un hijo suyo, Zeus, esposado con Metis -la diosa de la astucia-, a fin de evitar que tuviera descendencia, la invitó a jugar a metamorfosearse en toda clase de seres, grandes y pequeños. Una de las manifestaciones de Metis fue una mosca, prontamente tragada por Zeus quien así adquirió la inteligencia aguda de su esposa.
Por eso, las moscas le respetaban. en los Juegos Olímpicos, que tenían lugar en honor de Zeus, las moscas desaparecían; del mismo modo, por respeto por Zeus, su igual, no asolaban el monte Olimpo, un respeto que también manifestaban por el hijo predilecto de Zeus, el dios Apolo. En ocasiones, se realizaba un sacrificio en honor, no de los dioses, sino de las moscas para que, ahítas de sangre, dejaran de molestar a los humanos, del mismo modo que hacen los dioses cuando, honrados por los humanos, cesan de intervenir en asuntos mundanos.
La mosca, pues, no era un animal despreciable, sino un ente sublime, capaz de recorrer todo el arco que va de la vida a la muerte, de la luz a las tinieblas, permitiendo que el mundo descompuesto se rehabilitara.
Nota: la muestra Past and Present. Archaeology and Aesthetics que se inaugura en febrero en el ISAW de Nueva York incluye un collar sumerio hallado en las Tumbas Reales de Ur (mitad del tercer milenio aC) compuesto por piezas de oro en forma de moca, una ofrenda del difunto a la diosa madre, y un regalo para que las puertas de los infiernos se abrieran y permitieran que el espíritu se adentrara en éstos, sabiendo que no moriría.
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