Érase una vez un acomodado Marqués de Alella, llamado Fabra i Puig. Enric Sagnier le construyó a principios de siglo una casona en la calle Muntaner de Barcelona, por encima de la avenida Diagonal, por el aquel entonces una calle empinada bordeada de casas aisladas con jardín. Diversos estilos, desde el románico, en un torreón, hasta el barroco, en el portal, se peleaban en un edificio que parecía de piedra. Un amplio jardín aterrazado, con varios niveles, encargado al arquitecto Forestier, hubiera tenido que mirarse en un lago, cerca de la calle, de la que un alto muro protege.
La grave crisis económica de los años treinta, junto con la guerra civil, obligaron al marqués a poner el caserón en venta.
Muñoz Ramonet, recién casado con la hija del director del banco Central, el origen de cuya fortuna se hunde en negocios en los que es preferible ahondar, en la postguerra, adquirió la propiedad. También llegó a ser el dueño del hotel Ritz. El jardín fue reformado y concluido por Joan Mirambell. La casa, por dentro, se rehizo enteramente. Un gran patio cubierto por una vidriera, cruzado por una escalinata, estructura el doble espacio. Las estancias del piso superior miran a un pasillo que se abre al patio a través de arcos. El dueño pretendía simular un palacio. Encargó la decoración a una empresa que suministró copias modernas, como las que aún se fabrican en Valencia, de muebles de diversos estilos, que atestaron salones con diversas denominaciones. Se trataba de impresionar, no de dotarse de obras auténticas. Pinturas de Ernest Santasusagna (un artista que triunfó entre la burguesía de los años cuarenta y cincuenta, y que hoy cotiza entre 100 y 500 euros), a la manera de Goya y de cualquier otra manera, otra románticas, ora simbolistas, cubrieron las paredes de las estancias de la planta baja. Grandes alfombras, supuestamente de la Fabrica Real, en los que se insertaron los falsos escudos del dueño, celaban los suelos, mientras que las paredes de las estancias más nobles se recubrieron con tapices, algunos de los cuales, han resultado ser del siglo XVII. Lámparas de araña, sin duda de los años cincuenta, cuelgan por doquier.
Un sin fin de cuadros, algunos de grandes artistas del arte clásico occidental, y posiblemente algunos de interés, se repartieron por las estancias. Pertenecían a un burgués venido a menos, apellidado Rómulo Bosch Catarineu, que tuvo que depositarlos en el Museo Nacional de Arte de Cataluña a cambio de una ayuda financiera para mantener a flote sus empresas textiles. Tras la guerra civil fueron "adquiridos" gratuitamente por Muñoz Ramonet.
Desde su fallecimiento en Suiza hace casi veinticinco años, en Suiza, donde huyó de la justicia española, las obras han desaparecido del "palacio", pese a haber sido donadas al ayuntamiento de Barcelona, en contra de la voluntad de sus hijas.
El "palacio" pronto abrirá sus puertas al público. Es un excelente ejemplo del gusto de la burguesía catalana que se enriqueció bajo Franco. Todo lo que podía verse tenía que parecer barroco, desde los frescos, los cortinajes, hasta los boudoirs; pero fabricados con tejidos sintéticos, maderas contrachapadas, grifos de plástico dorado y bañeras de falso mármol. En los sótanos trabajaba y vivía el servicio.
Recuerda el "palacio" de Saddam Hussein en Babilonia, también decorado con muebles de estilo, hechos en Valencia en los años noventa.
Resumen de una visita privada hoy.
Nota: Dado que no se pueden realizar fotos en el interior de la casa -o publicarlas-, las que ilustran este artículo proceden de Google Images
Obras donadas por el propio Muñoz Ramonet...
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