jueves, 26 de marzo de 2015

¿Iconoclastia? La destrucción de las imágenes (o la imagen del Profeta)

Las recientes, violentas, mortíferas manifestaciones de  iconoclastia -la iconoclastia es siempre violenta- en Oriente y Occidente, causadas tanto por la representación de Mahoma cuanto por efigies paganas consideradas demoníacas, se basan en edictos divinos en el Corán que también se encuentran en el Antiguo testamento -las Tablas de la ley enuncian la prohibición de cualquier imagen, y de su culto- o en Platón, por ejemplo. También se aduce la costumbre imperante en el mundo islámico, basada en los edictos coránicos.
Sin embargo, ¿qué son estas imágenes, que se venden libremente en Teherán?






Se trata de retratos -o de efigies- del Profeta.
La retratística pintada y fotográfica no es extraña ni está prohibida en Irán, al menos desde la dinastía de los Qajar -contra la que Jomeini se levantó- que permitieron y promovieron la práctica fotográfica desde finales del siglo XIX.

Estos retratos se basan en dos modelos: las efigies de Baco que El Caravaggio pintara en el siglo XVII, y retratos de muchachos tomados por ricos fotógrafos europeos decimonónicos, fascinados por aquellos, a quienes retrataban ligeros de ropa, y que se instalaron en el norte de África -Túnez y Marruecos.







La referencia sorprende, pero denota la voluntad de producir imágenes fascinantes que dieran lugar, de algún modo, a un cierto culto. El poder la la imagen -de un adolescente, en este caso- se basa en el naturalismo, la pose, la expresión y la técnica, puestos al servicio de la creación de una imagen que se imponga (no solo a ciertas personas, sino a todas). La imagen, en este caso, asume los poderes de un fetiche. Tiene como finalidad deslumbrar e imponerse a las voluntades. Imágenes que buscan suscitar pasiones, vencer resistencias.
Este tipo de imágenes son adecuadas, obviamente, a una imagen divina o sobrenatural. Esta voluntad es la que, por ejemplo, Praxíteles buscaba cuando esculpió a su mítica estatua de Afrodita desnuda, a partir de la pose de su amante. Las representaciones de Apolo, por el mismo Praxíteles, debían perseguir el mismo fin. Dichas efigies praxitelianas eran voluntariamente tan ambiguas -la calculada ambigüedad no denota un gusto, unas costumbres o una mirada distintos, sino que buscan suscitar preguntas acerca de lo que se manifiesta, preguntas que solo se plantean si la obra es enigmática- que es difícil, a menudo, hoy, saber si se refieren a Apolo o a Afrodita. Es, sin duda, lo que también perseguían los pintores renacentistas y manieristas, como Tiziano y Bellini, cuando pintaban a María, y a Magdalena. Pero también a Cristo -cuya figuración se basaba en la de Apolo, Hermes y Hércules. La seducción turbia de las imágenes ya fue notada en el barroco por lo algunos teólogos discutían acerca de la manera de representar a Jesucristo, por medio de un símbolo no humano, de una figura humana afeada o por el contrario efébica.
Estas consideraciones revelan el carácter sagrado de estas imágenes, incluidas las del Profeta. Buscan manifestar su grandeza, su carácter sobrenatural, que produce deslumbramiento, como si de una aparición se tratara -deslumbramiento, a través de la extrañeza, que también buscaría, a través de otras "formas", Malevitch cuando pintara modernos iconos como Cuadrado blanco sobre fondo blanco. El deslumbramiento, en esta caso, era casi excesivo: no se veían nada, pese a que se sabía que una forma se manifestaba en todo su "resplandor".

Nota: El Antiguo Testamento prohibe la realización de imágenes de divinidades paganas y su culto, pero no ordena su destrucción. En cuanto a imágenes no paganas, la tolerancia era de recibo: el templo de Salomón, según la descripción bíblica de este mítico templo -que nunca existió, en verdad-,  se decoraba con estatuas de seres alados, sin duda inspirados en figuras neo-asirias. 
Platón condenó -al destierro o a muerte- a quienes realizaban imágenes miméticas, pintadas o escenificadas, pero no exigió la destrucción de aquéllas que, por otra parte, le fascinaban. Su contemplación estaba prohibida salvo para los filósofos -gobernantes de la ciudad.
La destrucción de imágenes es propia de religiones monoteistas -y de religiones politeístas amenazadas como ocurría en el mundo greco-latino ante ciertos cultos mistéricos nocturnos (a Attis, por ejemplo).
Dado que el judaismo y el cristianismo (que, de todos modos, han sufrido una evolución) han sido y son más bien religiones enoteístas que verdaderamente monoteístas -aceptan la existencia de otros dioses considerados menores, si bien la importancia de Baal era reconocida en el Antiguo Testamento, y el estatuto de María, en el catolicismo es ambiguo, siendo una humana pero con rasgos divinos-, al igual que, al menos en parte, el chiismo, solo ciertos cultos del islam y del cristianismo -sunismo, calvinismo- rechazan las imágenes porque son incapaces de "figurar" la omnipotencia divina. En estos casos, a la prohibición se suma la destrucción de las imágenes, lo que, en principio no acontece en religiones politeístas y enoteístas. Platón condenaba la lectura de los poemas de Homero más que éstos.

Véase: http://etudesphotographiques.revues.org/747?lang=en

4 comentarios:

  1. Un texto muy bueno y muy bien explicado, como todos.

    No conocía estas representaciones del Profeta con la belleza adolescente que tiene la capacidad de seducir, fascinar. Pero es curioso que Mahoma no esté representado con una mayor madurez, la del líder seguro, experimentado y sabio que dicta y guía. Deslumbrar no es lo mismo que admirar, respetar, venerar y obedecer, tan importante en el islamismo. Estas imágenes del Profeta se acercan por su juventud a las que se han pintado de San Juan. Sorprenden comparadas con las imágenes de Jesús que o bien se le representa de niño en el milagro de su nacimiento, o en las de su joven madurez: acción, pasión y muerte; el sacrificio en su plenitud vital.

    Es muy cierta la ambigüedad de este rostro, la de un efebo, como las figuras que comenta de las divinidades griegas casi hermafroditas. También es cierto que María está investida de ambigüedad entre humana y divina, pero en cuanto al género es una mujer sin equívoco y que ha parido. En el cristianismo los géneros no se confunden; largas barbas y clara feminidad.

    ¿Existe en el islamismo alguna mujer representada en relación al Profeta, como por ejemplo su hija Fátima?

    Un saludo.

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    1. Tiene razón. la imagen del Profeta no sorprende tanto porque haya sido representada en una cultura supuestamente iconoclasta -pero la persa no lo es, como las miniaturas, o los templos zoroástricos con efigies de Zoroastro, lo demuestran-, sino por el aspecto con el que ha sido retratado: un joven, semejante a Juan o a Cristo, en efecto.
      Que el modelo sea una fotografía tomada por un occidental en Marruecos -con un tono que hoy sería discutido- acrecienta el parecido crístico (occidental).
      Se diría que se quisiera insistir en la capacidad de Mahoma de seducir, de convencer, antes que de vencer.
      Desconozco si alguna figura femenina, amen de Fátima, juega en el islam el papel de María -mujer, cierto, pero idealizada hasta tal extremo que pierde cualquier relación con la humanidad.

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  2. ¿La Ashura chií tiene algún parecido simbólico y formal con la Semana Santa cristiana?

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    1. Creo que sí; se trata de una cruel penitencia que el fiel se inflige, azotándose el dorso desnudo -que sangra abundantemente, como recuerdo en Iran-, en homenaje a una figura relevante del chiismo de los inicios.

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