La iconoclastia -destrucción de las imágenes (¿o de las estatuas?)- que acontece en el Kurdistán iraquí a manos del llamado Estado Islámica se apoya, al parecen, en una frase del Corán: el versículo 52 de la sura (o capítulo) 21.
Lo que se manda destruir son los thamathilu. Se trata del plural del sustantivo thamathil. Esta palabra tiene varias acepciones: la primera y principal es "estar erguido".
¿Qué o quién porque se halla de pie debe ser derribado, destruido? ¿Una estatua? o ¿una divinidad, una fuerza divina incorpórea que se manifiesta a través de un thamathil?
Un thamathil, en este contexto, es una estatua de piedra, o una simple piedra (un betilo, un monolito, como comentaba esta mañana la catedrática de lenguas semíticas de la Universidad de Barcelona -UB- Dolors Bramon). La estatua, "en si", no tiene valor o importancia. La importancia se la concede el culto que recibe. Los humanos no adoran la piedra sino la fuerza que atesora. Adoran, por tanto, a una divinidad encarnada en la piedra. Toda vez que esta divinidad no está reconocida como tal y es, así, juzgada como un demonio, la piedra debe ser derribada a fin que el espíritu demoníaco no pueda manifestarse ante los humanos, entre éstos, influyéndolos de algún modo.
Pero esta destrucción solo tiene sentido si se cree en la existencia de esta fuerza, divina o demoníaca. La piedra, o la estatua, por si misma, no es nada. Por tanto, no merece atención alguna, y no debe ser destruida.
La destrucción de un thamasil revela que se cree firmemente en que es la sede de un dios o un demonio.
Quienes destruyen las imágenes -las estatuas asirias o neo-asirias- piensan que son portadoras de poderes sobrenaturales. Mas nadie cree en la vitalidad de las estatuas. Hoy, son vistas como piedras talladas inertes. Solo quienes las derriban creen en su fuerza. Mas, quienes las adoran o las temen, quienes las abrazan o las matan, son "idólatras". Creen en la existencia de más de una fuerza divina. Y temen perder la fe en el dios único. Temen caer en la tentación. No son "creyentes".
Por tanto, los destructores de las imágenes son infieles, y no quienes las preservan, ya que éstos no las consideran como "ídolos" sino como imágenes o, mejor dicho, como "obras de arte".
Quizá fuera necesario una correcta educación, no artística, sino religiosa. Y fe en la omnipotencia de la divinidad, a la que no afectan las estatuas animadas.
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