domingo, 12 de julio de 2015
El culto a la arquitectura en Cerdeña (poblado nuraghico de Su Mulino, segundo-primer milenios aC): maquetas arquitectónicas sagradas
Vistas exteriores del nuraghi de Su Mulinu (conservado sin alteraciones posteriores), 1500 aC
Acceso a y bóveda de la sala de la maqueta-altar, 1000 aC
Maqueta-altar del nuraghi de Su Mulinu en una de las estancias del mismo nuraghi
Copia de la maqueta, en el Museo arqueológico de Villanovafranca, en el que se descubre el creciente lunar esculpido en el frente de la maqueta
Fotos: Tocho, julio de 2015
La cultura de Cerdeña de finales del segundo milenio y principios del primero aC, se caracteriza por la abundancia de maquetas arquitectónicas, de piedra y de bronce.
Éstas representan casi siempre nuraghi.
Son las construcciones características de la Edad del Bronce en Cerdeña.
Se tratan de "fortalezas" de piedra ciclópea, constituidas por una alta torre tronco-cónica, rodeada en ocasiones de torres perimétricas de menor altura unidas por murallas, que dibujan una planta cuadrada o pentagonal alrededor de la torre central. Las torres poseen dos o tres plantas, y están unidas por un laberinto de pasadizos subterráneos y distribuidos por los pisos. poseen galerías y estancias abovedadas, semejantes a los posteriores "tholoi" micénicos.
Se cuentan unos ocho mil nuraghi. Están separados a menudo por unos pocos centenares de metros. Puntúan el territorio. Desde lo alto de cualquier nuraghi se divisan varios a la redonda.
Alrededor de estas construcciones se agrupan edificaciones de planta circular, chozas y estancias comunales.
Los nuraghi, construidos entre el 1500 y el 1000 aC, debían ser posesiones comunales -y no palacios de jefes, ni estructuras de defensa. Tampoco eran santuarios.
Un cambio político y mental, a principios del primer milenio, seguido quizá de una pérdida de poder o económica, llevó a la finalización de estas construcciones que podían alcanzar unos quince o veinte metros de alto. Estructuras políticas comunales fueron reemplazadas por el poder de una clase emergente aristocrática.
Los nuraghi debían impresionar o fascinar. Debían ser consideradas construcciones de gigantes o de dioses. Se convirtieron en lugares de culto.
Se tallaron o se fundieron maquetas de nuraghi, algunas de más de un metro de altura. Estas maquetas se situaron en el centro de las estancias abovedadas. Se convirtieron en altares, sobre el que se depositaban ofrendas y se realizaban libaciones. Eran altares e ídolos o fetiches, representaciones divinas. Los dioses simbolizados eran los propios nuraghi. Debían ser considerados espacios sagrados, moradas divinas, o incluso divinidades. No acogían a ninguna representación humana o animal; tan solo imágenes de sí mismos.
El nuraghi de Su Mulino aún atesora una gran maqueta de piedra que lo representa, utilizada como un altar. En el frente se esculpió un creciente lunar. Sobre una piedra baja y alargada se hallaron innumerables lámparas de aceite, fenicias, cartaginesas y romanas -lo que denota la persistencia del culto. Las lámparas romanas ornan el mango con una media luna.
La luna representa a una diosa, ligada a las aguas y la fertilidad, una diosa-madre probablemente.
La conversión de un edificio profano (un edificio comunal) en uno sagrado (en manos de la aristocracia y el clero) exigió una refundación del mismo. Se realizaron ritos fundaciones consistente en la entrega de ofrendas a la tierra -joyas, cerámicas-, encerradas en cajas de madera, y una lámpara de aceite por estrenar, depositadas sobre los restos de animales sacrificados. Éstos eran casi siempre pájaros: palomas.
Estas aves estaban asociadas a deidades femeninas (en época histórica, a Venus), posiblemente a diosas-madre. Los cursos de agua, las fuentes, los pozos, como los que siempre se hallan en los patios de los nuraghi, estaban al cuidado de estas divinidades de la fertilidad.
Los nuraghi, entonces, empezaron siendo edificios públicos, transformados en sagrados: en divinidades, representados por maquetas, unidos a deidades femeninas, de la tierra y del agua. De este modo, la unión de la construcción y de los elementos naturales (y quizá celestiales, dada la importancia de las entradas de los rayos en los solticios), debió asegurar la supervivencia de los poblados nuraghicos, ocupados aún en la Alta Edad Media en algunos casos, y bien conservados hoy en día.
Nunca el culto a la arquitectura gozó de tal importancia.
Hasta hoy
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