miércoles, 28 de octubre de 2015

El Paraíso y el Edén


Conferencia sobre el Paraíso y el Edén, ayer noche, en el auditorio del museo del Prado en Madrid, dentro del ciclo La Biblia en el Museo del Prado, organizado, como desde hace treinta años, por la asociación Amigos del Prado.

La charla versó principalmente sobre las relaciones entre el Paraíso y el Edén, desde el Antiguo Testamento hasta los inicios de la Edad Media. Se destacó que mientras en las Biblias en hebreo y en lenguas modernas el Paraíso (una palabra originaria de Persia que significa hacienda incluyendo tierras de cultivo, bosques y un coto de caza) aparece como una parte de una región mayor, el Edén, situado en las fuentes del Tigris y el Eufrates, las traducciones canónicas  al griego y al latín obvian sorprendentemente cualquier referencia al Edén. Este término se convierte en un adjetivo que se traduce por voluptuoso , lo que ofrece la imagen del Paraíso como un lugar casi dudoso por los placeres excesivos que ofrece. Isaias condenaba vehementemente los árboles sagrados (como podían ser los árboles del bien y del mal, y de la vida, ubicados en el centro del Paraíso).
Fueron los padres de la iglesia quienes restablecieron la existencia del Edén. Éste, sin embargo, ya no fue presentado como un territorio que englobaba el Paraíso, sino que ambos lugares se separaron temporal y espacialmente. Así como el Edén pasó a ser el espacio que Yavhé se dotó para vivir, semejante a un templo con un jardín arbolado, atendido por Adán y Eva, el Paraíso se convirtió en un espacio celestial al que las almas acudían tras la muerte así como los seres resucitados al final de los tiempos. El célebre cuadro de Tintoretto sobre el Paraíso, en la Fundación Thyssen de Madrid, bien lo muestra: el Paraíso se ubica en el cielo y acoge a la corte celestial y a las almas de los bienaventurados. 
Esta separación hizo que la importancia del Paraíso creciera en detrimento del Edén, reducido al espacio de los primeros humanos del que pronto serían expulsados. 
También tuvo como consecuencia por un lado la equiparación del Paraíso con la Jerusalem celestial y, por otro, su idealización, su conversión en un espacio mental, o un espacio interior, intimo. Así, ya en el siglo VIII dC, las místicas cristianas e islamicas reubicaron el Paraíso en el alma de los justos, convertido en un espacio interiorizado al que se llegaba tras un ejercicio de introspeccion en busca de la luz o la divinidad que mora en cada uno de los seres humanos. El Paraíso era el lugar de encuentro, propio y recoleto, entre el ser humano y la divinidad. Cada persona poseía su propio Paraíso, se hacia (con) su espacio luminoso. Edén, por el contrario, quedaba como un vago, un olvidado casi lugar mítico situado en el origen de los tiempos y pronto superado.

La publicación del texto de las conferencias, de aquí a un año, permitirá profundizar en este compleja relación así como en las relaciones entre el Paraíso montañoso, descrito por Ezequiel, y el paraíso sumerio en el que destacaba una montaña que permitía a la humanidad escapar del azote del diluvio.

Mi agradecimiento a los Amigos del Prado por la invitación. 

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