lunes, 12 de septiembre de 2016

Lo que las obras de arte quieren: cómo se monta una exposición

Montar una exposición no consiste en ordenar las obras seleccionadas en el espacio, sino en prestar atención a las órdenes de las obras.
Un proyecto de montaje puede y debe estar dibujado a escala en planta, sección y alzados; comprende planos generales y detalles; proyecciones horizontales y verticales, y perspectivas. Se decide sobre plano dónde su ubica cada pieza. La instalación es cómoda, y no debería plantear dificultad ni duda algunas. La posición de las obras ha sido determinada de antemano y se ha podido verificar sobre plano qué efecto producen. Todo el mundo sabe qué tiene qué hacer y cómo operar.

Se traen de los almacenes a las salas correspondientes las gruesas cajas de madera reforzadas en las que las obras han viajado, que han debido permanecer veinticuatro horas de reposo en el museo para aclimatarse. Una vez las cajas abiertas, y las capas de densa espuma lenta y cuidadosamente extraídas, restauradores y conservadores estudian las obras verificando minuciosamente en las fotos que se toman -a veces bajo luces de quirófano, comparando el estado actual con el que presentaban cuando el embalaje en la colección de origen, y en la realidad, que no han sufrido daños durante el transporte y el desembalaje.
Un enviado (llamado un correo) del museo prestador, que ha acompañado las obras, asiste a todo el proceso. Tiene la facultad para interrumpirlo en cualquier momento. Solo cuando todas las partes consideran que la obra no presenta daños, por mínimos que sean, conservadores con guantes de látex o de tela, bajo la atenta vigilancia del correo -quien en ocasiones es la única persona autorizada para coger y manipular la obra-, la desplazan desde la mesa móvil de operaciones donde ha sido escrutada hasta donde se expone (pared, vitrina, peana). Cámaras de seguridad, alarmas y controles térmicos y de humedad ya han sido ubicados -y escondidos- previamente. Las obras se fijan y se verifican los sistemas de sujeción -clavijas y tornillos especiales- a veces complejos, dotados de llaves únicas.

Y, entonces, se descubre, con sorpresa y nerviosismo, que las obras, perfectamente emplazadas en plano, cuya posición había sido calculada con precisión, y traspasada con rayos láser a la realidad, no quedan bien. No se sabe porqué pero no pueden estar dónde las hemos ubicado, junto a otras obras ya dispuestas. Caben, están seguras, bien iluminadas, nada interfiere en la contemplación. Tienen un espacio adecuado; se han cumplido con todas las condiciones expositivas. Pero las obras se rechazan entre si, rechazan su espacio.

Las obras son entes vivientes que se imponen. Todo el largo proceso de montaje debe ser anulado y repetido. En ocasiones, apenas un ligero desplazamiento satisface a la obra; en otras ocasiones, se tardan días en encontrar a la obra su lugar -si se logra. La obra no dice donde quiere estar sino donde no quiere que se la ubique. Tiene una sorda, tenaz voluntad. Se defiende creando imágenes chirriantes. Causan desazón, cansancio, enfado, rabia. A veces, no hay modo de entender qué quieren.
Pero las obras tienen razón. Saben dónde quieren estar, con quiénes y porqué. Se atraen o se rechazan mutuamente. Existe una tensión, un defecto, algo imperceptible que impide disfrutar de la obra. Ésta no se siente a gusto. Y causa disgustos. Nos provoca y nos rechaza. Las limitaciones no son suyas sino nuestras. Aunque no nos ayudan directamente, sino haciéndonos sentir que nos equivocamos. No son objetos inertes. Saben qué desean, pero, como entes sobrenaturales, no nos aconsejan. Somos nosotros quienes tenemos qué descifrar su lenguaje críptico.

Tenemos que aceptar que no lograremos entenderlas todas. Nos confundiremos, no perderemos, perderemos el ánimo. Pero si, de pronto -sin que sepamos qué ha ocurrido-, sabemos estar atentos y entender qué nos dicen, las obras son generosas y agradecidas. Se abren a las demás y se abren a nosotros. Y, por un momento, nos causan un placer que nada material alcanza, aunque aun más fugaz que éste. La obra se cierra. Y nos desatiende. Nos ha utilizado. Pero también nos ha llenado, haciéndonos creer que somos nosotros los responsables del efecto logrado. Nos consienten.

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