martes, 24 de octubre de 2017

Mentira política ( mentira y ciudad)

Platón fue muy duro con los artistas. Aun cuando admiraba la poesía homérica -Sócrates se alegraba de su condena a muerte porque le acercaba la hora de encontrarse con Homero, y pidió que le dejaran las últimas horas en vida solo para disfrutar de la lectura de la obra del poeta-, condenó a muerte, al destierro o la inanición a actores y artistas porque las deslumbrantes ficciones que creaban eran más atractivas que la realidad, por lo que los ciudadanos se desentenderían de la vida diaria, real, de la ciudad, para abrazar los cuentos y las ficciones idealizadas de los poetas. Una situación plenamente vigente hoy en día. Los poetas, los actores eran charlatanes que vendían humo. Prometían paraísos, por lo que los crédulos ciudadanos optarían por los sueños -que no eran nada y se desvelaban vacíos cuando concluían- frente a la adusta y reacia realidad que no se pliega a los deseos de la imaginación.
Sin embargo, Platón, al igual que todos los autores griegos, distinguían entre ilusiones y mentiras, entre engaños y ficciones. Los poetas -que atraían a las masas, como falsos profetas- engañaban cuando "pintaban" un porvenir placentero. Lo que contaban, las falsedades que narraban y escenificaban eran dañinas. Lograban que los ciudadanos se olvidaran de los problemas, del duro enfrentamiento con los problemas de cada día, para abrazar un mundo ilusorio, compuesto por falsas promesas. En la realidad, no existen amores ideales y árboles que manan leche y miel. Del cielo no llueve el maná.
Los filósofos -los gobernantes sabios-, en cambio, estaban legitimados para no contar determinadas verdades, sustituidas por relatos que suavizaban u ocultaban lo que de verdad ocurría. Los dioses eran caprichosos y estaban sometidos a bajas pasiones. Violaban, mataban según su buen caprichoso. No tenían que justificar nada. todo les era permitido. ¿Era eso cierto? Platón consideraba que no podía ser verdad. Pero también sabía que, en el caso que la corte celestial fuera corrupta y violenta, no se podía saber lo que ocurría en el cielo pues los hombres se desalentarían. Perderían las "ilusiones". La vida ya no tendría sentido. Los dioses tenían que ser modélicos, ejemplos de comportamientos éticos, y de obras estéticas (es decir, tan hermosas como "buenas"). Los raptos, las violaciones, los asesinatos no tenían cabía en los relatos sobre la vida de los dioses que debía alentar la vida en la tierra. Por eso, Platón contaba que mientras que los políticos tenían que saber qué ocurría en el cielo, y qué peligros se corría cuando uno se relacionaba con los dioses, debían ocultar esos hechos sustituidos por relatos falsos pero que no eran dañinos porque mantenían alto l ánimo de los ciudadanos. La mentira política, siempre contada por políticos sabios, era de recibo. Evitaba la disgregación de las comunidades faltos de referentes éticos, y desilusionados sobre el sentido de la vida, si descubrían quienes eran y qué hacían los dioses necesariamente superiores, inmunes a los males, las tentaciones, las pasiones que destruyen al ser humano y a las colectividades. Los políticos podían mentir. Esas mentiras ocultaban realidades. Pero el conocimiento de ésas no conducía a nada; llevaba a la desesperación, al abandono de cualquier esperanza; la esperanza: un bien -o un mal- que Prometeo encerró en la caja de todos los males que Pandora entregó a los humanos, pero que, contrariamente al resto de los dones -desde la enfermedad hasta la muerte-, quedó dentro de la caja que los hombres, asustados ante lo que habían hecho -abrir la caja de los truenos- cerraron precipitadamente antes de que librara todo su contenido. La esperanza, un mal: permitía albergar falsas ilusiones. Pero un mal que no se repandió para que nadie se hiciera ilusiones.

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