Si una ciudad solo existe en la mirada y la obra de un artista, Paris no habría existido sin un estrecho círculo de creadores. Éste incluía a la fotógrafa Sabine Weiss.
Quizá supo captar la ciudad (Paris, principalmente, pero también Moscú, Londres o Nueva York) porque era foránea. Weiss era Suiza, formada en Ginebra y trasladada a Paris apenas la Segunda Guerra Mundial acabada.
El título de una publicación -y una exposición- suyas (Les villes, la rue, l’autre) anuncia que la ciudad es su tema, o mejor dicho, las ciudades. Dos otras palabras precisan hacia dónde se dirigía su mirada, qué le interesaba, qué era la ciudad: la calle - los edificios apenas aparecen desdibujados en el trasfondo; ls ciudad son arterias, canales, y no monumentos- m, la calle, en singular, como si todas las ciudades fueran una sola calle, el único camino de la vida, por donde circula el otro, su semejante, cuya radical diferencia exploraba porque sabía que el otro era un espejo en el que mirarse. El otro, convertido a menudo en una sombra avanzando, visto de espaldas, hacia las sombras que lo envuelven, de noche. Ciudad brumosa, y sin embargo brillante como un cuenco de plata pulido por la lluvia sobre los adoquines, iluminada por la sonrisa y el desparpajo de niños para quienes ls ciudad es un mundo duro y encantado, donde jugar y que explorar.
Sabine Weiss falleció el día de los inocentes.
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