domingo, 24 de septiembre de 2023

Vaciado

 Las casas se sueñan, se proyectan, se construyen, se habilitan, se habitan, se transforman, se remodelan, se cambian, se abandonan, se venden, se vacían.

Solemos pensar, creer, soñar que los muebles entre los que vivimos, con los que vivimos, que nos acompañan, nos envuelven y dan sentido a nuestra vida diaria, que no nos imaginamos sin ellos, son parte de nuestro entorno, de nosotros, forman parte de nuestras familias. Enseres casi vivos, que necesitamos, en los que nos proyectamos; (en)seres que responden a nuestras necesidades y nuestros deseos. Un “buen” sofá, un sillón que nos acoge son imprescindibles en nuestro estar diario en nuestra casa. Una cama incómoda, en la que no nos sentimos cómodos, puede agriar el carácter, avinagrar los días, haciendo que la vida se vuelva insoportable, impidiendo el descanso, el abandono.

Algunos muebles se heredan; muchos se compran. Unos pocos quizá provengan de hallazgos imprevistos. Otros son regalos. Pese a la diversidad de orígenes, procedencias y épocas, venidos del día o de la noche, de origen cierto o incierto, todos encajan y armonizan en el hogar, tejen relaciones que parecen sólidas y perdurables y se muestran conjuntados esperando acogernos y ayudarnos. A cambio, reciben cuidados y respecto. Son bienes, y el sustantivo bien indica la cualidad moral del mueble: nos hace el bien, dotando de bienestar a la casa. Un bien preciado, al que no pondríamos nunca precio. No querríamos desprendernos de ellos. Si se dañan tratamos de repararlos. Algunos evocan seres del pasado. Tienen historias, vivencias, cuentas historias. Han transitado por casas y vidas, acompañándolas, guareciéndolas.

Pero las casas se vacían. Los últimos propietarios han fallecido. Los herederos no pueden, no quieren seguir estando, manteniendo la casa  vaciada. Ésta se pone en venta. Los muebles se extraen, se venden o se tiran. Martillos y sierras los mutilan, los trocean para extraerlos de las casas de las que es imposible -y no es necesario- sacarlos enteros.  Se les echan al suelo, se les da la vuelta, las patas apuntando arriba, como un animal sacrificado, un peso muerto, a fin de encontrar el punto más endeble para hincar el garfio metálico o el fino punzón  y hacer polea a fin de reventarlo en múltiples fragmentos, como el carnicero que busca dónde hundir el cuchillo en el vientre hinchado del animal sacrificado para despellejarlo, eviscerarlo y trocearlo. Los muebles -mesas, alacenas, bibliotecas, aparadores- de madera, natural, barnizada o pintadas, se convierten en listones rotos, arrancados de las paredes contra las que se apoyaban o de las que colgaban, de los que cae un fino polvo ocre, que no se puede recoger y se desliza por el suelo, inaprensible,  como una herida que gotea. 

Y descubrimos que los muebles no tienen vida. No se resisten. Se dejan ir. No se quejan del maltrato, del abandono al que los sometemos. Son mudos, ciegos, inertes, insensibles. Se dejan desgarrar, silenciosos, quizá como un mudo reproche, como cuando damos la callada por respuesta a un indulto. Y nos dejan. Pensábamos que vivían. Crujían, de noche, como si cambiaran de posición, cansados de mostrarse siempre del mismo modo. Hoy crujen cuando se los extrae, vivos o muertos, de la casas, cuando se los desgaja, cuartea, parte, hechos añicos, maderas rotas. Y el crujido es seco, inhumano, como el crujido de un árbol seco, de la leña que se dispone para ser incinerada. Y mientras nos dejen, insensibles, su recuerdos se va borrando, como si no quisieran dejar huella y se alejaran, adustos, de nuestras vidas, como si no quisieren saber ya de nosotros . Toda una vida creyendo, como los niños en los Reyes Magos, o en los padres, que los muebles nos sobrevivirán, porque son más fuertes y nobles, y descubrimos que son leña de la que ni siquiera se puede hacer fuego para iluminar por última vez el hogar que se vacía.




4 comentarios:

  1. Hay una orfandad de los muebles en un momento dado. Quién no lo ha percibido alguna vez en su vida. En el texto uno percibe algo así como una biología del hábitat. Me quedo pensando si hay una disección reparadora o simplemente la de un cadáver cuya autopsia hay que llevar a cabo y mejor no verla.

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    1. Se da un enfado (absurdo sin duda, pero real) ante la “pasividad” del mueble por dejarse destrozar para sacarlo de casa, como si se mostrara indiferente y no lamentara dejar la casa y acabar con su Ida, como si no nos añorara….

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  2. Hay mucho en lo que pensar en este texto.
    Tengo un reloj heredado que se supone que es de 1930, alemán, que no sé cómo llegó a mi familia, ni sé por cuánto tiempo más perdurará con nosotros. Es prácticamente lo único constante a lo largo de mi vida, junto con mi incapacidad para formar vínculos.

    Saludos,
    J.

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    1. Es curioso, existen objetos que transitan de padres a hijos y a nietos. Pero luego, ya se pierde la conexión; se concierten en objetos sin sentido. No sabemos de dónde vienen, porqué se conservaron, qué papel han jugado en la vida de quienes nos precedieron. Y acabamos con ellos, conscientes también que si sólo mantuviéramos los testigos del pasado, no podríamos mantener a los testigos del presente que, en un par de generaciones, correrán la misma suerte. El pasado muere cuando se nos vuelve enigmático y sobre todo indiferente. Miramos fotografías y no reconocemos a nadie. El desconocimiento y la falta de importancia concedida a la imagen es su sentencia de muerte.
      Muchas gracias por ambas observaciones y comentarios. Enriquecen mucho la breve entrada.

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