Desconozco si este nombre fue escogido por el escritor inspirado por el pintor Onofre Alsamora que vivió en la Barcelona que se estaba industrializando y por tanto aburguesando entre las guerras napoleónicas y el final de la tercera guerra carlista y la preparación de la exposición internacional de Barcelona en 1888, con la que se abre la novela de Mendoza.
Onofre Alsamora pintó doce vistas de Barcelona. Éstas, unas litografías sobre papel traslúcido, se insertaban, como las muy posteriores diapositivas y los añejos visores infantiles con dos fotografías de una misma escena que creaban una ilusión de profundidad, en un aparato óptico. En función de la intensidad de la luz, natural o artificial, la vista de la ciudad se transfiguraba.
El aparato no solo mostraba vistas diurnas y nocturnas de la ciudad, sino imágenes lúgubres o festivas, solitarias o llenas de vida, inquietantes o desoladas, y reconfortantes, imágenes de una ciudad que la luz animaba o sepultaba en la oscuridad: una imagen premonitoria de una ciudad ya moderna, en la que la luz, asociada al movimiento incesante, y el ruido continuo, simbolizaba bien las luces y las sombras de la urbe.
Estas vistas, tanto de Barcelona como de otras ciudades españolas, y el aparato óptico requerido para poder contemplarlas, fueron muy populares. Mostraban lo que la ciudad podía ser o haber sido; ayudaban a evadirse de las cenizas de la ciudad que se industrializaba a costa de la vida de quienes acudían a la ciudad confiando en un futuro más luminoso que no llegaría nunca
.
La colección completa de estas vistas se expone en el mejor museo de Cataluña, y uno de los mejores de Europa, el museo del cine de Gerona (Girona).
























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