jueves, 21 de junio de 2012

Democracia


"Circunstancias personales me han traído a Atenas, coincidiendo con la jornada electoral de supuesto infarto europeo, seguida de presunto alivio ídem, y presidida por la coacción y el miedo provocados hasta el final por los administradores del poder económico y por sus voceros.
Por suerte, ajena a titulares clónicos y a consignas ciegamente admitidas por quienes deberían pensar y pensarse antes de acatar y someterse, he repensado Grecia —la que tanto nos dio— en compañía de Pedro Olalla. El helenista asturiano, afincado en la capital griega, siempre alza la voz para recordarnos que sólo en el reforzamiento de la ciudadanía —eso que nació aquí, hace tantos años— hallaremos la fuerza para resistir los dictados de los poderes económicos que nos sojuzgan a través del manejo de la deuda que ellos mismos nos ayudaron a crear. Sólo más democracia evitará el premeditado desmantelamiento de la democracia. Pedro tiene blog y legiones de seguidores en Youtube, y acaba de sacar un nuevo libro imprescindible,Historia menor de Grecia (Acantilado).
Recorrí con Olalla el Ágora, y penetré lentamente con él, a la sombra de olivos y laureles, y entre el perfume dulzón y engañoso de las adelfas —laureles amargos, se llaman, en griego: un potencial veneno—, en el proceso que condujo a la creación de la democracia y de la noción de individuo responsable y con derechos ciudadanos. El ayer y el hoy se fundían, con sencillez y claridad. Cómo hemos podido renunciar a tantas parcelas de libertad, y cómo hemos permitido que nos gobiernen los lacayos de quienes nos han convertido en sus clientes entrampados.
Tal vez fuera la luz, la luz de Atenas —de aquella que nos fundó—, lo que me anudó el pecho ayer, cuando volví los ojos hacia este sumidero de mediocres sumisos en que hemos devenido.
Volver a empezar, más que nunca".
(Maruja Torres, "En Atenas", El País, 21 de junio de 2012)

Solo los varones libres nacidos en Atenas tenían derecho de participar en la vida política de la ciudad- estado: mujeres, niños y extranjeros, en toda Grecia, no tenían derechos. Numerosos esclavos trabajaban para mantener un estado, siempre en guerra (una de las fuentes en esclavos), que mutó en Imperio a principios del s. IV aC. El número de esclavos posiblemente triplicara al de ciudadanos en Atenas. Aquéllos eran bienes, tratados como una mercancía.
Creía en la autoctonía, una ideología que defendía el enraizamiento de los atenienses en la tierra del Ática -tierra que, por tanto, rechazaba a todos los que no eran atenienses "de pura cepa", que no habían nacido de las entrañas de la tierra-, y su existencia previa a los dioses, por lo que se despreciaba a todos los que no eran nativos.
El Partenón era un templo descomunal, de gusto oriental (el modelo es jónico), construido en el siglo V aC, con vistas a impresionar a todos los estados griegos que no aceptaran subordinarse a Atenas, y a lanzar un aviso a los Persas. 
La iconografía de los relieves de las metopas mostraba la superioridad de los dioses atenienses, y la asociación entre extranjeros y monstruos (Amazonas, Centauros, etc.), con los que luchaban los dioses griegos de figura enteramente humana, y a los que aplastaban.
La democracia ateniense poco tenía que ver con las modernas democracias. 
La democracia, entre efluvios de olivos y laureles, que Maruja Torres canta es una invención del siglo XIX, el siglo de los nacionalistas excluyentes europeos, y del naciente colonialismo.


Siempre nos quedará el circo

Pedro Mañas (1981) / Silvina Socolovsky (ilustraciones): Ciudad laberinto (2009)





http://silsocolovskyilustraciones.blogspot.com.es/

Pedro Mañas: Ciudad laberinto (Premio de Poesía para Niños Ciudad de Orihuela 2009), Kalandraka Andalucía, Sevilla, 2010

"El hombre sin nombre:

En mi ciudad hay mil barrios.
En cada barrio hay cien calles.
En cada calle hay diez casas.
En cada casa hay un hombre.
¿Y a este hombre qué le pasa?
Pues le pasa (no te asombres)
que nadie sabe su nombre,
ni le escribe, ni le abraza.
Le pasa que no le conocen
ni es su calle, ni en la plaza.
Le pasa que no tiene patio,
ni ventana, ni terraza.
Le pasa que nada le pasa
al hombre que vive enfrente
de la puerta
de tu casa."


"Poema rascacielos:

(para leer de abajo arriba)

me vuelvo al suelo.
y ahora rima que rima
del rascacielos,
He llegado a la cima,

siempre hacia arriba.
voy leyendo el poema
tan llamativa,
Voy subiendo esta torre

y no me retraso.
voy leyendo el poema
pasito a paso,
Voy subiendo la torre

y no me sofoco.
voy leyendo el poema
poquito a poco,
Voy subiendo la torre

y voy a escalarla.
He encontrado una torre
de piedra y palabras.
He encontrado un poema"

lunes, 18 de junio de 2012

Frank Ross (1874-1954), Mervyn LeRoy (1900-1987): The House I Live In (La casa en la que vivo) (1945)




Oscar al mejor cortometraje en 1946

La noción de espacio en Mesopotamia

El término más habitual en sumerio que se traduce por espacio es mush3. en acadio, matu.
La traducción no refleja, sin embargo, lo que los mesopotámicos entendían o debían de entender por espacio. Aunque es muy posible que no sepa a fe cierta que es lo que estos términos les sugerían parece claro que la noción de espacio que se fragua a partir del siglo XVII en Europa poco tenía que ver con la suya, la cual estaba más cercana a -y quizá incluso estuviera en el origen de- la griega.

En efecto, mush3 tenía dos significados "espaciales" más: "tierra plana" o llanura, y espacio sagrado. La llanura era Mesopotamia o, más precisamente, el paisaje situado entre Babilonia y el Golfo Pérsico, la franja de tierra entre los ríos Tígris y Éufrates o, mejor dicho, la tierra entre las estribaciones de los montes Zagros y el desierto, al oeste del río Éufrates, las primeras pendientes de los montes Tauro, y el Golfo Pérsico o el delta de ambos ríos. Se trataba, en efecto, de una tierra tan llana que los ríos tenían grandes dificultades en llegar al mar, lo que les obligaba a serpentear formando amplios meandros que variaban en función de los aluviones acarreados.
El espacio era, así, el espacio conocido y habitado: el espacio humano, es decir poblado por las tribus, huestes, clanes y ciudades mesopotámicas, al menos hasta principios del primer milenio aC.

El hecho que el espacio fuera el terruño se descubre en la palabra aacadia matu que significa, literalmente, tierra natal; además también se traduce por habitantes, es decir por los seres ligados a una tierra. El espacio no se concibe en ausencia de vida humana. Se trata del lugar donde la vida prende y se instala.

Sin embargo, esta concepción, que parece anticiparse al concepto platónico de espacio, tendría que matizarse: mush3 también significa espacio o área sagrado. De hecho, se trata del significado más habitual. Mush3 nombra el recinto de un santuario: un espacio acotado, incluya o no a un templo.
Se trata, entonces, de un lugar consagrado principalmente o también a la divinidad, no de un espacio abstracto y menos de un lugar entregado propiamente entregado a los humanos. Este "espacio" pertenece a los dioses y está calificado por ellos. El espacio no se concibe, pues, en ausencia de lo sobrenatural.

Ocurre que mush3 tiene un tercer significado. Éste, de entrada, desconcierta: se traduce por faz o apariencia. Mas no se refiera a una cara humana, ni siquiera real, sino exclusivamente divina. Mush3 es la manifestación visible de una divinidad, necesariamente invisible.

Esta manifestación acontece para los humanos. Los dioses no necesitan materializarse para tratarse. Dicha "encarnación " o, mejor dicho, personificación, tiene "lugar" en un área sagrada (un templo o un santuario). Y se "expresa" o visualiza a través de una faz que súbitamente "aparece". La faz, su aparición, define, califica un lugar. Toda vez que la faz divina resplandece, el espacio es dónde una aparición sobrenatural irradia. Un espacio es siempre un receptáculo de luz, luz que emana tanto del rostro cuanto de los ojos. El espacio se extiende así hasta donde el fulgor divino alcanza (hasta los límites del santuario); también  resulta del campo de visión de la divinidad: es todo lo que ésta alcanza a ver; lo que ésta observa y, por tanto, ordena.

En este sentido, el espacio dejaría de ser la tierra natal para convertirse en un espacio exclusivamente entregado a la divinidad. Recordemos que los santuarios eran la morada divina, y que los humanos no estaban autorizados a entrar en ella.
Mas, los dioses no se manifestaban por que sí. Su hacían visible para los humanos (reyes y sacerdotes, que comunicaban a la ciudad la buena nueva de la llegada de la divinidad a su templo). Por tanto, el espacio se concebía como el lugar de encuentro entre hombres y dioses, el "lugar" donde los dioses se dejaban a ver a ojos humanos; el lugar dónde los humanos podían tener la esperanza que los dioses un día se mostrarían "de cuerpo presente", un lugar dónde éstos iluminarían o alumbrarían el (y al) mundo.

El espacio no es un concepto abstracto, sino que está ligado a las esperanzas y deseos humanos. Se trata del lugar en el que los humanos pueden soñar (o esperar) a una  vida mejor, a una vida verdadera, necesariamente enraizada en la tierra natal.