jueves, 7 de febrero de 2013
Bagdad en 2013, pasados diez años de la invasión
Tanqueta a la puerta del hotel Coral
Tanquetas abriendo y cerrando nuestro convoy hacia el barrio suní de Adhimiyya
El minarete más antiguo de Bagdad (s. XII). La mezquita es moderna.
Barrio suní de Adhimiyya, con el frente del río Tigris y un palmeral.
Almuerzo en un club privado (saqueado hace tres meses, cuyos comensales fueron secuestrados). Fuertemente defendido.
Hotel Coral
Hotel Palestina
Vehículo militar en la esquina derecha del hotel
miércoles, 6 de febrero de 2013
Reuniones de trabajo en Bagdad
Martes, 5 de febrero de 2013: dos reuniones el mismo día a la misma hora -9 de la mañana- en Bagdad. El hotel, céntrico, no excesivamente lejos del Ayuntaniento ni del Museo Nacional. Por la mañana, una hora y media de trayecto en coche; de vuelta, a las dos de la tarde, cuando cesa toda actividad pública, una hora más. El caos circulatorio, por los controles (que reducen tres carriles a uno, estrecho), los súbitos cortes -los atentados se han multiplicado esos días, y no cesan los vehículos policiales y militares, con luces azules y sirenas, de circular sin detenerse-, y la falta de transporte público, consume una gran parte del día.
Despacho del director. Cuatro personas, sentadas tras una mesa, en una butaca y en un sofá. Sirven caramelos. Luego un té. Entra y sale gente.
El préstamo de obras sumerias del Museo Nacional para la exposición sobre la cultura mesopotámica, Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC, en Caixaforum, Madrid (abril-junio de 2013), está casi decidido; las diez obras maestras, seleccionadas: sacadas de las vitrinas, limpiadas, y a punto de ser embaladas. Sin embargo, una parte de la dirección del Museo se opone al envío de alguna obra, al tiempo que defiende la devolución de todas las piezas arqueológicas halladas en suelo iraquí tras el año de 1921 -cuando el gobierno británico nombró a un rey, Faisal I, monarca de la colonia británica de Irak-, en posesión de museos extranjeros, siguiendo la política cultural actual turca.
Discusión, a voz de grito, entre personas del despacho. De pronto, parece que se llega a un acuerdo, aunque no sé bien cuál.
Mientras, en el Ayuntamiento, al que se accede tras un sinfín de controles, y un circuito laberíntico que obliga a subir en ascensor para bajar por una escalera secundaria hasta una sucesión de antesalas llenas de personas sentadas en sofás, reunión para la próxima entrega del premio de un concurso público de arquitectura, celebrado dos años antes, y la preparación de un encuentro con el Primer Ministro al día siguiente. El responsable municipal de planificación urbana, tras un despacho de madera labrada de estilo valenciano, con un traje marrón brillante, se levanta, y grita mientras golpea y golpea con los puños el cristal que cubre la mesa. Dos personas del palacio presidencial confiesan que nada está listo. No se sabe qué ocurrirá,
Se entrega unos talones: los premios.
Nueva espera en silencio. Nada ocurre, salvo la entrada y salida de funcionarios que hablan en voz baja con un responsable y salen, o pasan tan solo cabizbajos -las mujeres, veladas, sobre todo.
Se esperan cartas oficiales que permitan, al día siguiente cobrar los talones. Y cambiar los dinares por dólares.
No para de entrar y salir gente del despacho. Portan documentos o té. Alguno, quieto, la mirada perdida, pasa las cuentas de un rosario. El despacho parece ser una zona de paso. La gastada y arrugada moqueta oscura, los sillones rehundidos, las mesitas cubiertas de cajas de pañuelos de papel ornamentadas, las paredes pardas y raídas, personalizan el ambiente. Algún hombre mueve un mocho húmedo por donde más se circula, o echa un producto de limpieza con un espray sobre la superficie de una mesa y las cajas que se amontonan, antes de pasar un trapo que coagula el polvo formando estrías onduladas. El suelo de mármol parece manchado; los muebles, los ornamentos, los objetos, los legajos cansados, sepultados por la mugre.
La reunión concluye sin haber empezado realmente.
Hoy, miércoles, 7 de la mañana. Un minibus nos tiene que recoger para llevarnos al Ayuntamiento donde otros vehículos nos conducirán al palacio presidencial en la Zona Verde para un encuentro con el Primer Ministro.
El Primer Ministro ha partido a Egipto.
Desconcierto. Llegada al Ayuntamiento. Sentada en sofás cansados en el despacho del responsable del urbanismo de la ciudad. Son las 8.30 de la mañana. Unas cinco personas ya aguardan sentadas o de pie. Traen té. La sala se va llenando. Pronto no se cabrá. Ya somos unas veinte personas. Besos (entre hombres) y saludos. Luego, silencio. Sentados, quietos y mudos. Nadie se impacienta. Alguno sale. Transita algún funcionario. El responsable lee un documento mientras habla por teléfono. El resto miramos una pantalla de televisión gracias a la que se controla la entrada del edificio. O dormitamos.
Un grupo, en vehículos blindados, sale y se desplaza a un banco cercano para cobrar los talones.
Regresan antes de lo previsto. Las talones emitidos oficialmente están mal redactados del principio al final. No pueden ser cobrados. Reunión de urgencia. El Ayuntamiento no sabe cómo entregar el premio en metálico. Quizá por transferencia. Pero no se sabe cómo realizarla. Ni cuándo. Puede tardar días, semanas o meses. El sistema bancario iraquí es aún precario. Podrían aún pagar en moneda, si bien sería ilegal. La decisión se pospone al día siguiente.
Hacia las diez, el responsable anuncia, en árabe, que el encuentro previsto tendrá lugar, mas sin la presencia del Primer Ministro. Quizá el jueves, mañana, podría recibirnos.
Un único acceso a la Zona Verde: una batería de altos muros de hormigón, alambradas y rejas, deja un paso estrecho. Piden el pasaporte. Entregan una acreditación. El minibus avanza unos metros entre altos muros de hormigón armada. Se detiene. Nueva entrega del pasaporte. Nueva acreditación. Se baja del vehículo, se entra en una guarida donde llaman, de uno en uno, para devolver el pasaporte que será retenido de nuevo por tercera y última vez. Se circula a ratos en vehículo, a ratos a pie. El número de militares con chalecos antibalas y metralletas es sorprendente. Por fin, en coche, se accede a la puerta de un palacio de Saddam Hussein, hoy la dependencia del gabinete del Primer Ministro.
La sala de reuniones, sin duda un antiguo salón tiene unos cincuenta metros de largo. Una única mesa de madera oscura invade el centro. Un gran óleo con un marco dorado, con una escena orientalista con colores casi fosforescentes, cuelga en lo alto de la pared principal. Empleados desplazan por toda la estancia un gran cartel plastificado que anuncia el acto. No parecen saber dónde colgarlo. Van entrando cada vez más personas. Unas filas butacas de cine, a un lado, son pronto ocupadas. No se sabe bien quién presidirá al acto; ni cómo se desarrollará. Todos los medios iraquís buscan las mejores posiciones.
El alcalde -procesado- y el secretario de estado, son las máximas autoridades a quienes se tiene que mostrar los proyectos finalistas del concurso de arquitectura. Cada concursante tiene siete minutos.
Se comenta que quizá se organice un segundo concurso entre los mismos participantes para definir con mayor precisión el proyecto. O se pida que los finalistas trabajen juntos. O...
No se sabe aun qué va a ocurrir.
La sala se vacía tras un té con pastas. Algún rezagado se pierde por los pasillos.
Algunas personas dudan de los ascensores. Tienen veinte años.
Son las dos de la tarde. Todos los funcionarios y empleados se apresuran a salir. Les quedan unas dos horas de trayecto.
Empezamos el almuerzo a las cinco de la tarde. Es casi de noche.
Fin del día. Que no ha empezado.
Despacho del director. Cuatro personas, sentadas tras una mesa, en una butaca y en un sofá. Sirven caramelos. Luego un té. Entra y sale gente.
El préstamo de obras sumerias del Museo Nacional para la exposición sobre la cultura mesopotámica, Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC, en Caixaforum, Madrid (abril-junio de 2013), está casi decidido; las diez obras maestras, seleccionadas: sacadas de las vitrinas, limpiadas, y a punto de ser embaladas. Sin embargo, una parte de la dirección del Museo se opone al envío de alguna obra, al tiempo que defiende la devolución de todas las piezas arqueológicas halladas en suelo iraquí tras el año de 1921 -cuando el gobierno británico nombró a un rey, Faisal I, monarca de la colonia británica de Irak-, en posesión de museos extranjeros, siguiendo la política cultural actual turca.
Discusión, a voz de grito, entre personas del despacho. De pronto, parece que se llega a un acuerdo, aunque no sé bien cuál.
Mientras, en el Ayuntamiento, al que se accede tras un sinfín de controles, y un circuito laberíntico que obliga a subir en ascensor para bajar por una escalera secundaria hasta una sucesión de antesalas llenas de personas sentadas en sofás, reunión para la próxima entrega del premio de un concurso público de arquitectura, celebrado dos años antes, y la preparación de un encuentro con el Primer Ministro al día siguiente. El responsable municipal de planificación urbana, tras un despacho de madera labrada de estilo valenciano, con un traje marrón brillante, se levanta, y grita mientras golpea y golpea con los puños el cristal que cubre la mesa. Dos personas del palacio presidencial confiesan que nada está listo. No se sabe qué ocurrirá,
Se entrega unos talones: los premios.
Nueva espera en silencio. Nada ocurre, salvo la entrada y salida de funcionarios que hablan en voz baja con un responsable y salen, o pasan tan solo cabizbajos -las mujeres, veladas, sobre todo.
Se esperan cartas oficiales que permitan, al día siguiente cobrar los talones. Y cambiar los dinares por dólares.
No para de entrar y salir gente del despacho. Portan documentos o té. Alguno, quieto, la mirada perdida, pasa las cuentas de un rosario. El despacho parece ser una zona de paso. La gastada y arrugada moqueta oscura, los sillones rehundidos, las mesitas cubiertas de cajas de pañuelos de papel ornamentadas, las paredes pardas y raídas, personalizan el ambiente. Algún hombre mueve un mocho húmedo por donde más se circula, o echa un producto de limpieza con un espray sobre la superficie de una mesa y las cajas que se amontonan, antes de pasar un trapo que coagula el polvo formando estrías onduladas. El suelo de mármol parece manchado; los muebles, los ornamentos, los objetos, los legajos cansados, sepultados por la mugre.
La reunión concluye sin haber empezado realmente.
Hoy, miércoles, 7 de la mañana. Un minibus nos tiene que recoger para llevarnos al Ayuntamiento donde otros vehículos nos conducirán al palacio presidencial en la Zona Verde para un encuentro con el Primer Ministro.
El Primer Ministro ha partido a Egipto.
Desconcierto. Llegada al Ayuntamiento. Sentada en sofás cansados en el despacho del responsable del urbanismo de la ciudad. Son las 8.30 de la mañana. Unas cinco personas ya aguardan sentadas o de pie. Traen té. La sala se va llenando. Pronto no se cabrá. Ya somos unas veinte personas. Besos (entre hombres) y saludos. Luego, silencio. Sentados, quietos y mudos. Nadie se impacienta. Alguno sale. Transita algún funcionario. El responsable lee un documento mientras habla por teléfono. El resto miramos una pantalla de televisión gracias a la que se controla la entrada del edificio. O dormitamos.
Un grupo, en vehículos blindados, sale y se desplaza a un banco cercano para cobrar los talones.
Regresan antes de lo previsto. Las talones emitidos oficialmente están mal redactados del principio al final. No pueden ser cobrados. Reunión de urgencia. El Ayuntamiento no sabe cómo entregar el premio en metálico. Quizá por transferencia. Pero no se sabe cómo realizarla. Ni cuándo. Puede tardar días, semanas o meses. El sistema bancario iraquí es aún precario. Podrían aún pagar en moneda, si bien sería ilegal. La decisión se pospone al día siguiente.
Hacia las diez, el responsable anuncia, en árabe, que el encuentro previsto tendrá lugar, mas sin la presencia del Primer Ministro. Quizá el jueves, mañana, podría recibirnos.
Un único acceso a la Zona Verde: una batería de altos muros de hormigón, alambradas y rejas, deja un paso estrecho. Piden el pasaporte. Entregan una acreditación. El minibus avanza unos metros entre altos muros de hormigón armada. Se detiene. Nueva entrega del pasaporte. Nueva acreditación. Se baja del vehículo, se entra en una guarida donde llaman, de uno en uno, para devolver el pasaporte que será retenido de nuevo por tercera y última vez. Se circula a ratos en vehículo, a ratos a pie. El número de militares con chalecos antibalas y metralletas es sorprendente. Por fin, en coche, se accede a la puerta de un palacio de Saddam Hussein, hoy la dependencia del gabinete del Primer Ministro.
La sala de reuniones, sin duda un antiguo salón tiene unos cincuenta metros de largo. Una única mesa de madera oscura invade el centro. Un gran óleo con un marco dorado, con una escena orientalista con colores casi fosforescentes, cuelga en lo alto de la pared principal. Empleados desplazan por toda la estancia un gran cartel plastificado que anuncia el acto. No parecen saber dónde colgarlo. Van entrando cada vez más personas. Unas filas butacas de cine, a un lado, son pronto ocupadas. No se sabe bien quién presidirá al acto; ni cómo se desarrollará. Todos los medios iraquís buscan las mejores posiciones.
El alcalde -procesado- y el secretario de estado, son las máximas autoridades a quienes se tiene que mostrar los proyectos finalistas del concurso de arquitectura. Cada concursante tiene siete minutos.
Se comenta que quizá se organice un segundo concurso entre los mismos participantes para definir con mayor precisión el proyecto. O se pida que los finalistas trabajen juntos. O...
No se sabe aun qué va a ocurrir.
La sala se vacía tras un té con pastas. Algún rezagado se pierde por los pasillos.
Algunas personas dudan de los ascensores. Tienen veinte años.
Son las dos de la tarde. Todos los funcionarios y empleados se apresuran a salir. Les quedan unas dos horas de trayecto.
Empezamos el almuerzo a las cinco de la tarde. Es casi de noche.
Fin del día. Que no ha empezado.
martes, 5 de febrero de 2013
Frank Gehry (y la arquitectura griega)
"“We need a new architecture for this new world, more Frank Gehry than formal Greek,” (Hillary) Clinton said, after describing the system dominated by the United Nations, NATO and several other large organizations as the equivalent of the Classical Parthenon in Athens.
By contrast, there’s Gehry’s modern architecture."
¿...y en España? Eurovegas y BCN World...
¿...y en España? Eurovegas y BCN World...
Read more:
http://www.politico.com/story/2013/01/hillary-clinton-sets-vision-for-continued-us-dominance-87029.html#ixzz2K35cPtn3
Comunicado por Pedro García del Barrio
Labels:
Arte antiguo,
Modern Architecture,
Modern Times
Obras maestras sumerias en la exposición Antes del diluvio. Mesopotamia 3500-2100 aC, Caixaforum, Madrid, marzo-junio de 2013?
Si las negociaciones, iniciadas en junio de 2009, llegaran a buen puerto, la exposición sobre la cultura sumeria (del sur de Mesopotamia en los cuarto y tercr milenios aC), en Caixaforum, Madrid, entre los meses de marzo y junio de 2013, podría incluir diez obras maestras, entre las que destacan las mostradas, junto con un collar de oro del tesoro de las Tumbas Reales de Ur (2650 aC), que se están limpiando y almacenando en estos momentos en los talleres del Museo Nacional de Iraq en Bagdad.
Sería el primer préstamo de obras mesopotámicas de un museo iraquí desde 1980, cuando el inicio de la guerra Irán-Iraq, y las sucesivas guerras, prolongadas por la violencia sectaria actual.
Las diez obras, de tamaño pequeño y medio, son espléndidas; incluyen tipos conocidos: joyas de Ur, orantes, ofrendas funerarias e imágenes de carros.
El enigma se resolverá el 26 de marzo.
lunes, 4 de febrero de 2013
Le Corbusier (1887-1965) & J.B. Présenté (1917): Palacio de los deportes (antes Gimnasio Saddam Hussein), Bagdad (proyecto 1955-1965, construcción: 1979-1983))
El llamado estadio o gimnasio de Bagdad es la penúltima obra de Le Corbusier, de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, edificada por su ingeniero Présenté, quince años después de la muerte del arquitecto.
Se trata de una obra incompleta: formaba parte de un complejo deportivo y cultural mayor, de carácter olímpico. Solo se edificó la parte de la que se tenían planos más detallados.
Algunos estudiosos la minusvaloran o la olvidan.
El edificio se halla en buen estado y es utilizado por equipos juveniles, si bien se han incorporado elementos, como gradas talladas de madera y barandillas de latón y metacrilado en forma de diamante o de bola de discoteca setentera, en el interior, y una verja metálica pintadas con motivos de balones, junto con casetas piramidales coronadas grandes pelotas bicolores -que, paradójicamente, alivian el aspecto autoconscientemente "lecorbusierano", compuesto más por gestos y soluciones formales reiteradamente utilizadas más por su impacto que por su función, tales como rampas exageradas que no acaban nunca.
Fotos: Tocho, febrero de 2013. Libres de derechos
domingo, 3 de febrero de 2013
La taverna en Mesopotamia: sexo y cerveza en Sumeria
Los mesopotámicos gustaban de la cerveza (y del vino, que existía, procedente del Elam, contrariamente a lo que se ha creído durante un tiempo).
La cerveza era turbia; no estaba filtrada. Se servía en grandes jarras comunitarias. Se tomaba siempre en compañía. Los bebedores, sentados alrededor del recipiente, muy hondo, usaban largas pajas (hechas de cañas), que les permitían sorber el líquido del fondo, evitando las impurezas que flotaban.
La cerveza se servía en las casas; pero se tomaba sobre todo en la taverna. Éste, como la que el Poema de Gilgamesh describe, era, al mismo tiempo un burdel. Quien atendía, siempre una mujer, hacia las funciones de camarera y de matrona, convencionalmente representada gruesa y enteramente vestida, con una copa en la mano. En efecto, las mujeres que bebían cerveza eran necesariamente prostitutas. Una copa en la mano de una figura femenina era un signo de identidad.
La cerveza, que provenía de la fermentación de un cereal, se asociaba no solo al placer, sino a la procreación, que el trabajo de la tavernera aseguraba o auguraba. De este modo, la figura de la tavernera se equiparaba o se confundía con el de una sacerdotisa.
Los clientes de las tavernas recibían una placa grabada -un "billete" de terracota-, en el que figuraba casi siempre la imagen convencional de una mujer desnuda, inclinada sobre una gran jarra de la que bebía con larga paja, poseía por detrás. La imagen no reflejaba necesariamente la realidad, mas era un signo que identificaba el tipo de comercio. La placa servía como señal de pago, y, al mismo tiempo, de anuncio de la taverna, que circulaba libremente.
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