viernes, 10 de febrero de 2017
BEVERLY BUCHANAN (1940-2015): ENRAIZAMIENTOS (ASENTAMIENTOS)
Una exposición, hoy, en el Museo de Brooklyn (Nueva York), dedicada a la obra de la artista afroamericana Beverly Buchanan, muestra tanto sus obras inspiradas en ruinas arqueológicas como maquetas de casas, hechas con desechos de madera.
Pese a que fue seleccionada por Ana Mendieta en una exposición, no es una artista muy conocida, al menos en España.
Sus casas se inspiran a menudo en cabañas de esclavos. Pero Buchanan no reivindica nada, o su reivindicación atañe los recuerdos, las vivencias que estas casas, casi siempre inspiradas en casas reales -que no reproduce miméticamente, sino que evoca-, abandonadas o aun ocupadas, aunque desvencijadas, atesoran o pudieran acoger, recuerdos que intenta preservar.
Maquetas de casas: casas transportables. Son chozas, por otra parte, frágiles construcciones a punto de caer. Y, sin embargo, pertenecen a un lugar: manifiestan la presencia humana en un lugar determinado que la casa simboliza. No son hogares temporales, sino cápsulas que mantienen vivo el recuerdo de habitantes y de sus vivencias. Son casas vividas que manifiestan el esfuerzo de sus ocupantes por edificar un espacio y una vida.
jueves, 9 de febrero de 2017
KAIJA SAARIAHO (1952): CHÂTEAU DE L´ÂME (CASTILLO INTERIOR, 1996)
Sobre esta compositora finlandesa, véase su página web.
El título de la obra, basada en el texto de los Vedas y en conjuros del Egipto faraónico, está tomado del texto de Teresa de Jesús, Morada (Castillo) Interior.
JUAN MUÑOZ (1953-2001): ARQUITECTURA (EL GRAN TEATRO DEL MUNDO)
La documentación para una próxima exposición en el IVAM de Valencia, titulada Habitar en el Mediterráneo, para finales de 2018, y un reciente viaje a Irán, han llevado a descubrir que las primeras obras del fallecido escultor español Juan Muñoz consistían en minaretes, uno ubicado incluso sobre una alfombra persa presentada, por el artista, como el mapa de una ciudad observada desde lo alto.
Aunque la obra última de Muñoz -un tanto reiterativa- mostraba figuras dispuestas de tal modo que configuraban plazas -Plaza era el título de algunas obras-, desde sus inicios, cuando el arquitecto Alvar Aalto protagonizó una de sus torres, la obra de Muñoz tuvo una estrecha relación con la arquitectura, no solo a través de formas obvias -torres, balcones, escaleras, pasamanos, entradas o incluso fachadas- sino porque estas formas se erigían como lugares privilegiados para observar, tal como lo mostraban ocasionales figuras insertadas en las estructuras arquitectónicas, el gran teatro del mundo. La obra, así, se presentaba no solo como un objeto para ser observado, sino que se constituía como un lugar desde donde observarnos. La obra echaba una mirada al mundo todo y exponiéndose a la mirada de aquél. Definía un espacio donde la vida y el arte, lo cotidiano y lo excepcional, lo sagrado y lo profano se encontraban. Desde este excepcional lugar de observación, se descubría las miserias del mundo: figuras, que son títeres, intentando entablar una imposible conversación.
miércoles, 8 de febrero de 2017
NEMANJA NIKOLIC (1987): PANIC BOOK (2015)
Dibujos inspirados en películas de Hitchcock aplicados sobre textos de teoría política yugoslava. Lo siniestro sobre lo siniestro, bajo una imagen seductora; el rostro amable del horror.
lunes, 6 de febrero de 2017
La llamada
Imagen: Tocho, Isfahan, Enero de 2017
Llamada a la oración en la mezquita del Viernes, Isfahan (Irán)
La máscara y la imagen
Tres parecen ser las funciones de toda máscara portada durante un ritual: ya sea permite que un espíritu tome posesión del portador de la máscara -máscara que fija una imagen determinada, o una forma determinada, de un ser, un espíritu que por definición no tiene ninguna forma concreta, si bien puede adquirir, como el dios griego Proteo, dotado del don de la metamorfosis, cualquier forma-; por el contrario, la máscara transforma o transporta a su portador en o hacia el espíritu cuya imagen -una de cuyas imágenes- cubre el rostro del hombre -o lo sustituye-, de modo que el espíritu puede mirarse a los ojos de un semejante; o, por fin -y ésta es la función principal, tan distinta de la que el mundo clásico occidental determinó-, transforma al portador en la imagen que el espíritu percibe; en este caso, la máscara no representaría -o sustituiría- una faz visible del espíritu, sino que mostraría lo que éste descubre. No haría visible lo que el mago o chamán ve, sino lo que el espíritu ve. La máscara es la imagen que llama la atención del espíritu, y que solo cobra sentido cuando éste abre los ojos y se digna a mirar el mundo.
El punto de vista se invertiría: quien ve -y revela lo que ve- no es el sujeto, sino el "objeto". La máscara reproduce la visión del espíritu que ve al ser humano portador de una máscara, como no necesariamente un igual, un espíritu, sino como un ser con una imagen dada y reconocible (a ojos del espíritu).
Esta inversión no es propia de culturas no occidentales. El icono bizantino se estructura según una perspectiva invertida. La imagen no muestra lo que el pintor -es decir, el espectador cuando éste se sitúa en el lugar del pintor- percibe -la escena sagrada representada: el hijo de dios, el cortejo celestial, etc.-, sino lo que Dios percibe. Eso es lo que explica que las figuras en el plano del fondo del icono bizantino tengan un tamaño mayor que las del primer plano. Si la imagen revela lo que un hombre ve la representación en el icono no tiene sentido: necesariamente las figuras en primer término deberían aparecer con un tamaño superior a las del fondo. Sin embargo, la aparente incongruencia se resuelve si pensamos que las figuras más alejadas de nosotros -las figuras en el último plano- son las que están más cerca de los ojos de la divinidad y, por tanto, Le aparecen como las más altas y nítidas.
En algunas culturas, máscaras y efigies no son imágenes: no reproducen o duplican seres (visibles o invisibles, mortales o inmortales, de este u otro tiempo) -como cualquier imagen tal como se contempla en la tradición occidental-, sino que los fundan. Los seres existen, son, porque se tallan, se modelan imágenes que son prototipos. Los seres son imágenes de imágenes. Las imágenes son perfectas, inmutables, no están sometidas al tiempo. En cuanto se ejecutan, los seres mostrados cobran vida. Somos la sombra de nuestras efigies. En tanto que imágenes somos fugaces, mientras que nuestras efigies tienen la capacidad de alumbrar a nuevos seres -tan transitorios como nosotros. El mundo verdadero está por tanto poblados de imágenes -que son seres vivos, pero que no se mueven: lo que se mueve alrededor suyo, es el baile de los humanos, los animales y las plantas, siempre caducos, al contrario que sus modelos o matrices.
El punto de vista se invertiría: quien ve -y revela lo que ve- no es el sujeto, sino el "objeto". La máscara reproduce la visión del espíritu que ve al ser humano portador de una máscara, como no necesariamente un igual, un espíritu, sino como un ser con una imagen dada y reconocible (a ojos del espíritu).
Esta inversión no es propia de culturas no occidentales. El icono bizantino se estructura según una perspectiva invertida. La imagen no muestra lo que el pintor -es decir, el espectador cuando éste se sitúa en el lugar del pintor- percibe -la escena sagrada representada: el hijo de dios, el cortejo celestial, etc.-, sino lo que Dios percibe. Eso es lo que explica que las figuras en el plano del fondo del icono bizantino tengan un tamaño mayor que las del primer plano. Si la imagen revela lo que un hombre ve la representación en el icono no tiene sentido: necesariamente las figuras en primer término deberían aparecer con un tamaño superior a las del fondo. Sin embargo, la aparente incongruencia se resuelve si pensamos que las figuras más alejadas de nosotros -las figuras en el último plano- son las que están más cerca de los ojos de la divinidad y, por tanto, Le aparecen como las más altas y nítidas.
En algunas culturas, máscaras y efigies no son imágenes: no reproducen o duplican seres (visibles o invisibles, mortales o inmortales, de este u otro tiempo) -como cualquier imagen tal como se contempla en la tradición occidental-, sino que los fundan. Los seres existen, son, porque se tallan, se modelan imágenes que son prototipos. Los seres son imágenes de imágenes. Las imágenes son perfectas, inmutables, no están sometidas al tiempo. En cuanto se ejecutan, los seres mostrados cobran vida. Somos la sombra de nuestras efigies. En tanto que imágenes somos fugaces, mientras que nuestras efigies tienen la capacidad de alumbrar a nuevos seres -tan transitorios como nosotros. El mundo verdadero está por tanto poblados de imágenes -que son seres vivos, pero que no se mueven: lo que se mueve alrededor suyo, es el baile de los humanos, los animales y las plantas, siempre caducos, al contrario que sus modelos o matrices.
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